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sábado, 12 de septiembre de 2015

"No creo en los personajes literarios" – Entrevista a Alberto Carpio por Raquel Abend van Dalen

En tu libro Los Comensales, publicado por Pre-Textos, escribes la muerte desde varias perspectivas: diría que desde una perspectiva distanciada en algunos casos y más íntima en otros. A veces la voz parece ser la de quien observa un cuadro y otras la de un yo biográfico. ¿Qué me dices de esto?

Mi vinculación con la muerte, durante la larga etapa de escritura del libro, produjo en mí varias afecciones. En un principio no era consciente de cómo el libro o mi misma escritura se cohesionaban según cómo se acercaban a los problemas que llamamos de la muerte –porque de alguna manera me siento aún ridículo al hablar de la muerte, creo que me parece una abstracción-. Sí sabía que sufría de ataques de pánico ante el hecho seguro de mi propia muerte y sí supe que el libro se cerraría cuando murió una querida profesora y amiga de la universidad, lo que asocié con la muerte de mi abuela. Cuando lo terminé me encontraba mejor. Sin embargo me parece que el conjunto refleja más una época anterior, la de los años de composición, en la que gravitaba sobre mí. Los distintos grados o enfoques, que ves con acierto, creo, suponen distintos momentos, en los que no era consciente de estar acercándome a ningún tema. A posteriori, ya digo que fue una evidencia, de la que en cierto modo me conseguí liberar.


En este poemario hay una fascinación por lo corporal y por la materialidad de las cosas, como si quisieras limpiar de abstracción a las palabras. ¿De dónde proviene este deseo y hacia dónde lleva a tu escritura?

En un punto particular decidí que nada que no pudiera estar situado, que no viniera de una experiencia mía que estuviera viviendo mientras la escribiera, merecía la pena. Quizás sienta una cierta repugnancia ante la sensación de que algunas palabras, como la muerte o el duelo, nos introducen en unos tópicos en los que dejamos de pensar o sentir para entregarnos a unas construcciones que no captan nada. No hay la muerte, uno muere. No sé. Ahora no pienso así, lo veo muy simplista. Pero sí sigo aborreciendo un tipo de abstracción que me resulta cómoda y empobrecedora. No sé si por venir de la filosofía, que fue mi carrera, o ya por mi carácter que tiende a la abstracción y a hilar, intuyo la poesía como una escritura alejada de conceptualización. Ojalá manejara los conceptos abstractos como los filósofos a los que adoro, con una precisión lingüística finísima. No es así. En mi escritura quisiera, al menos así fue en Los comensales, partir de lo concreto, de lo sensorial. Dije partir pero no creo que se parta ni se llegue, siempre –en cierto modo- se está en las palabras, aunque lo olvidemos. Durante la escritura del libro sí me ganaba un deseo de carnalidad, supongo que me apasiona la piel, el gusto, la comida, que eso cala en lo que escribo.


Después de encontrar textos relacionados a la muerte, el lector llega finalmente a unos poemas eróticos. ¿Es esto una manera que tiene la arquitectura del libro de sugerir un vínculo entre el erotismo y la muerte, como si fueran dos extremos de lo corporal?

No sé. Estuve siempre, de manera infantil, bastante en contra de la asociación muerte erotismo, me enfadé mucho hace un año y medio leyendo a Bataille. Me parecen tópicos sin relación con la experiencia. No sé, en serio, no soy un especialista. En mi caso la estructura venía de una ingenua narratividad, quería terminar en el amor, tras pasar por la muerte de mis seres queridos. Quería que los últimos poemas reivindicaran la importancia que entonces sentía que el amor detentaba, por encima de la muerte. Cuando murió mi amiga, Isabel, de la que no me siento tan digno como para llamarme su amigo, se impusieron algunas de sus actitudes ante el dolor. Resultaba ridículo no disfrutar. Recientemente volví a vivir de cerca la muerte de una persona muy cercana y siento que no sé nada de esto, desde luego no lo acercaría al erotismo, me asquea ahora mismo si lo pienso. En lo que sí creo que aciertas de lleno es en asociar la muerte y el amor por lo corporal. La extrema finitud que siento, el sentirme desde mi cuerpo estará presente, imagino, en la importancia que le di a lo físico del amor en esos poemas.


El título Los Comensales no es gratuito. ¿Me contarías cómo vives la relación entre escritura, lectura, comida e ingesta?

El título llegó al final. Vino porque relacionaba la comida y a los otros, porque pensaba que mi libro, tremendamente egocéntrico, hablaba de los otros, de las otras personas que configuraban mi vida, de mi pareja, que siempre está en mí de alguna manera, desde hace muchos años, Ana. Así llegué a un término de la biología, el comensalismo, que describe a los cangrejos ermitaños, entre otros animales, que se aprovechan de otros seres sin dañarlos. Después los poemas que ya veía cercanos por distintos motivos fueron incluidos según categorías biológicas, los de amor, claro, simbiosis. Sí que creo que la comida era ya importante en ese libro, como lo ha sido siempre en mí; la ingesta supongo que se relaciona con esa sensación de que los otros, nuestra madre (la mía, de la que hablo en un poema de ingestión) está en nosotros, no sé cómo nos constituye, no creo que sea sólo convivencia. Nuestros abuelos, cada uno según su historia, en mi caso con una impronta fundamental, son y somos en ellos de alguna forma. Sigo sin tener ni idea de cómo somos permeables. Si acaso ni somos permeables y es algo más, si somos parte de. Actualmente sigo muy pendiente de la comida en relación a la escritura, asunto que también trabaja mi pareja, con quien como y disfruto de la comida a diario. Sería algo muy importante de lo que trato de hacer ahora –con poco éxito por ahora- escribir no de o sobre la comida o el comer, que entren en mi escritura no sé bien cómo. Me parece que en cuanto a la lectura la alimentación es crucial. Según te alimentas así te encuentras y con la lectura igual, no tanto, que desde luego también, qué comes, sino cómo: te deleitas, lo sientes, te pesa, te da energías. No sé.


Perteneces a una cultura con una larga y sólida tradición poética, la de Andalucía. ¿Cómo ha influido en tu forma de leer y escribir?

No estoy seguro, desde luego la cuestión de la tradición pesó. Pienso que demasiado. Me acobardé, considero ahora. Especialmente en Sevilla, de donde soy, me parecía que nadie querría leer poemas menos que muy claros. En el mejor sentido creo que hay una importancia de los sentidos, de lo concreto, un sentido del ritmo que sin ser particular de Andalucía está en los poetas de mi tierra que me siguen asombrando. Una atención al sonido. En ángulos diferentes, en Cernuda no hay un gran oído, pero sí carnalidad; en Lorca, todo. Desde luego se hace muy palpable la historia, desde Góngora pero ya antes; y es difícil no disfrutar de esa riqueza. Creo que ser de Andalucía es más importante que ser de su tradición poética, por más que odie el concepto de identidad. Es decir, el habla, la forma de relacionarse, de quererse o de alegrarse y tantas otras cosas que me conforman sin que lo sepa.


¿Qué piensas de la poesía española de tu generación?

Estoy muy poco familiarizado con lo que se hace en España. No sé si se puede hablar de generación o si pertenezco a una. Leí algunos libros de nombres que sonaban que me parecen muy interesantes, como Alberto Santamaría, por ejemplo, pero no me siento cualificado para hablar. Creo que se abrió inmensamente el panorama, que ahora es riquísimo, todo puede suceder, hay mucha mierda, como siempre, también la había cuando Quevedo, Lope y Góngora, pero al menos hay una apertura y una diversidad que creo que siguen en crecimiento. Se presta muchísima atención a la poesía internacional, todo el mundo sabe alguna o algunas lenguas, cosa que no es mi caso que a duras penas me defiendo. Y no sé si se descuidó quizás el sonido. Pero son generalizaciones por mi parte. Me parece que la poesía española ya no es lo que se pensaba desde Hispanoamérica pero sigo creyendo que hay, aun prestándole más atención, un cierto desconocimiento de lo que se hace en América. Por otra parte normal si se piensa en lo difícil que es manejar un panorama tan diverso.


¿Cómo trazarías tu genealogía poética?

Ufff, difícil. Desde luego puedo hablar de algunos poetas que me encantan, que me siguen trastornando. Claudio Rodríguez es con quien más tiempo pasé, estuve unos años estudiando o tratando de estudiar su poesía porque me asombra, me parece un poeta increíble, asombrosamente desconocido en América. Lorca me parece otra referencia fundamental, pero no creo que tenga nada de él, ojalá. Sé a quién leí, pero veo pretencioso forjarme una genealogía. Me siento cercano a las actitudes maliciosas de Cernuda, a su incomodidad, al erotismo de Gil de Biedma. Pero ahora me siento más próximo a otras apuestas. Repito nombres pero quisiera sentirme cercano a Góngora, lo que más me preocupa ahora es conseguir un lenguaje distinto, que capte mejor, que no se subordine.


¿Cómo te vinculas con otras artes: el cine, las artes plásticas, la música?

Mi relación con otras artes es parecida imagino a la de muchos, no sé bien cómo funciona en mi escritura. Sé, que a pesar de que conozco magníficos poemas sobre cuadros o de otras artes, no me gusta la idea escribir a partir de, y menos de una creación estética. Claro que entiendo que entren en la escritura porque son parte de nuestra experiencia como la bebida o, incluso, como otras personas, y entiendo que en algunos casos supongan encuentros más intensos. Puede que en mi caso detonen, catalicen nebulosas o sensaciones más concretas que se van acumulando.


¿Qué personaje literario te apasiona?

No creo en los personajes literarios. Sí hay varias personas que desde mi desconocimiento me han estremecido por su poesía y lo que en ella trasparece de su poesía: Celan y, más en lo personal, Ted Hughes. En el caso de Celan, tan conocido, sigo sin entender casi nada, pero su escritura me sacude y en el de Hughes su libro Cartas de cumpleaños me obsesionó durante bastante tiempo y empecé a figurarme su escritura como una imagen de mi deseo, de cómo yo querría escribir. Algo así me pasó también con Claudio Rodríguez, pero precisamente porque me parece lo menos personaje, por su humanidad tan refractaria a lo solemne –aunque su poesía tenga momentos sublimes-, él me influía más como modelo humano de honestidad, sin conocerlo claro.


¿En qué estás trabajando ahora?

Ahora estoy trabajando en una escritura totalmente diferente a la de Los comensales. No es que me avergüence de ese libro, pero sí me sentí dolido cuando al verlo entre mis manos y cerrar todo un largo ciclo de mi vida esos poemas dejaron de ser posibilidades, dejé de cambiarlos y entendí cómo mi forma de depurarlos había llevado a una cierta estricción, una sequedad. Y por otro lado sentía y siento su lenguaje demasiado condicionado, creo que no me supe independizar, hacer lo mío –si hay algo así. Por eso empecé a escribir en un formato diferente, en A3 y a apostar por una poesía más abierta, en la que pudieran aparecer –y de otra forma- lo que sentía que se quedó fuera. Es complicado hablar sobre lo que uno hace justo ahora, me gustaría mostrarlo. De momento creo que estoy lejos de lo que quiero, pero al menos durante el último año, aquí en Nueva York, escribí algunos poemas en los que había un cambio. Me interesa mucho más la sintaxis, la ampliación o llevar al límite nuestro lenguaje. Hay una cuestión política que me obsesiona en torno a la resistencia, a la participación en la lectura. Y quisiera que lo que hago mantuviera una relación con experiencias que sólo se producen en, y desde, el lenguaje, pero vinculadas a lo sensorial sin renunciar a nada. Este es uno de los poemas en los que estoy trabajando ahora, aunque en el libro va con otros poemas en una misma página en A3:

Hay en la inquietud,
arrasará un palomar hirviendo de palomas rojas
y en la extensa un horizonte híbrido desquiciará las lagunas
en las lenguas últimas, sólo el paladar,
sólo el íntimo,
el decir de las últimas horas, el público disponer de palabras
en puntadas de hilos desconocidos, tercos
filos nuevos en oraciones
ante la invasión del antes nos abren, abren
un tocar distinto
y en el excitado de su contacto,
yema de índice, expuesto un miedo acucia,
intenta atrapar
una gota de mercurio.
Entonces hubo un hubo, todo magnetismo, toda gravedad
era fuerza centrípeta hacia el pasado, arqueología
refinada, cirugía constante, pesca de altura,
cuando el cuándo se imantó al imantará
fue, y es, una constante imprecisa, prescindible,
la nónada se apagó, se abrieron los aranceles,
se canceló la deuda,
un comercio no, una escucha:


Cuesta tener perspectiva, disculpa, y muchas gracias por tu atenta lectura.  



Alberto Carpio (1983): Vengo de Sevilla, donde nací, estudié filosofía y deambulé más de lo querido. Lugar, además, de donde se fueron casi todos mis amigos. Ahora vivo con una gran persona en Brooklyn, con la que disfruto de una comida rica y sana, lo que puede parecer un milagro en USA. Tengo la inmensa suerte de vivir de una eximia pero suficiente beca que me permite dedicarme dos años a escribir aquí, en Nueva York, ciudad que a pesar de su horrible y asquerosa desigualdad me ha permitido conocer a muchas personas hispanohablantes maravillosas y aprender de muchos españoles diferentes. Pude publicar mi primer libro, Los comensales, en Pre-textos, gracias a un premio, y ahora intento escribir algo muy distinto.