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domingo, 11 de enero de 2015

"Las personas comprometidas con la poesía están obligadas a escribir al margen" – Entrevista a Yolanda Pantin por Raquel Abend van Dalen


¿Te consideras una poeta que escribe desde los márgenes?

Escribo desde el lugar que me toca y con lo que tengo en la mano, con lo que he heredado de mi tradición literaria y al mismo tiempo, porque soy muy curiosa y me gusta viajar, buscando nutrirme de lecturas ajenas a mi tradición literaria. Las personas comprometidas con la poesía están obligadas a escribir al margen, desde los márgenes, fuera de las tentaciones del poder.

Pienso en la experiencia del grupo Tráfico y en la parte protagónica que tuviste en él y te pregunto: ¿crees posible la creación de un grupo literario venezolano en la actualidad?

Los grupos literarios son experiencias que mueven la voluntad, las pasiones, y  las creencias de la juventud. Los poetas cuando jóvenes actúan “imantados” y así se van juntando como se juntan las personas  cuando se reconocen. Quizás ahora no sea necesario juntarse físicamente y los jóvenes se encuentran en la red y un “like” les basta para continuar con sus indagaciones. Si es así, los grupos literarios serían algo del pasado.

¿La lectura y escritura de poesía te han permitido tener una visión más permeable del mundo?

No lo sé, creo que sí. Pero yo creo que esa apertura que dices la aprendí de mi padre, volcado sobre los mapas de la tierra en atlas de otras épocas cuando muchos países tenían otros nombres y otras eran las fronteras. Cuando viajo lo hago con sus ojos, tratando de identificar los accidentes geográficos de acuerdo a la ruta que lleva el avión, mirando muy atentamente por la ventanilla: ríos, lagos, montañas, islas. Es una pasión infantil y también es un tributo.

¿Por qué crees que algunos narradores desprestigian el valor de la poesía?

Porque no tienen oído para la música extraña que se desprende de la poesía y quizás eso los desconcierta. Tienen oído para escuchar y para comprender lo que traen las historias con sus personajes. Yo los entiendo porque leer poesía es tan exigente y tan difícil como escribirla, no veo diferencia entre una cosa y otra, de hecho la lectura y la escritura de poesía se confunden y se deslizan la una dentro de la otra en un préstamo continuo.

Dios tiene un puesto importante en tu obra. Dios y un escenario casi místico: ángeles, criaturas, sacrificios. ¿Qué me puedes contar de esto?

Una respuesta rápida seria que provengo de una familia católica de profunda fe pero eso no sería suficiente para explicar las misteriosas presencias alrededor. Ahora que lo pienso, si mi padre nos enseñó a ver el mundo afuera, con mi madre aprendimos a ver lo que hay adentro.

¿Qué sientes que con el pasar del tiempo no ha cambiado en la forma de examinar tu propio trabajo?

Nada ha cambiado en lo profundo. Soy una persona con una visión del mundo muy infantil. Sin embargo, mi último libro deja atrás las dicotomías radicales que tejen los niños para tranquilizarse (blanco/negro, adentro/afuera,  pueblo/ciudad, luz/sombra, bueno/malo, dios/el diablo) y se ordena de acuerdo a razones más sensibles y  menos intelectualizadas.

La memoria de la casa, de la infancia, de la escritura y el escritor e incluso del país recorre tu obra poética. ¿Qué pasa cuando no hay memoria? ¿Es la memoria consciencia?

No sé si la memoria es conciencia pero todo mi trabajo se puede leer desde el temor de  “la borradura”, la pérdida de todo aquello que conocimos, la laguna mental de la memoria. Por otra parte, leo también lo que he hecho como un “borrador”, cuando nada pretende ser definitivo, y todo queda en promesa, en apuntes de trabajo.

¿Quiénes son los fantasmas de la casa?

Mis muertos familiares que en el amontonamiento de los años son también los muertos del país. Tengo desde que era niña conciencia trágica del lugar que ocupamos, y que vivíamos  como un secreto, de allí la angustiosa pregunta que nos habían prohibido responder: ¿de dónde vienen ustedes?  Esos fantasmas me dictan sus mandatos y muchas veces escribo para sosegarlos.

La figura del otro como doble del yo está presente en tu poesía. ¿Qué buscas en esta figura?

Busco abrirme al dialogo y no quedarme hablando sola en el monologo poético. Cuando era joven y leía buscando lo que hacía falta para seguir escribiendo, encontraba en el teatro lo mismo que en la poesía, algo que todavía no sé pero que está como un grano de misterio en las conversaciones. También me desdoblo para poder escucharme con distancia y tratar de entender el mensaje que trae la poesía.

¿La poesía solamente puede expresarse en lengua materna?

Eso dicen y debe ser verdad porque es una semilla del lenguaje que quedó sembrada y a veces resuena en nosotros y se desprende con su música igual que un aluvión que baja de una montaña.

¿Crees que la migración de escritores venezolanos al exterior permitirá una internacionalización de la literatura venezolana? ¿Que quizás la situación actual de Venezuela cambiará la forma en que se vive la narrativa y la poesía venezolana dentro del país y en el exterior?

Eso no es importante, ¡eso son distracciones! Una debe quedarse quieta en su rincón y desde allí escuchar, pensar y escribir con libertad que es lo que toca.

Recordando a Ratón y Vampiro me pregunto: ¿alguna vez has pensado en escribir literatura infantil de nuevo? ¿Qué relación encuentras entre la escritura de Ratón y Vampiro, tu libro infantil, y el resto de tu obra?

Tengo muchísimas ideas por ahí, cuentos escritos o por escribir, historias que pueden encontrar o no editor en el futuro. Estoy consciente de que editar libros para niños es sumamente costoso en un mercado muy competitivo. Con respecto a la relación que hay entre Ratón y Vampiro y mi poesía, yo lo veo como algo natural: es la misma mirada infantil la que le da voz a los personajes y expone claramente las dicotomías de mi universo poético hasta disolverse como ocurre ahora.

¿Qué estás leyendo en estos momentos?

Hace tiempo que perdí la gracia de la poesía en el sentido que decía del préstamo entre la lectura y la escritura y, además, perdí la remota posibilidad de entregarme al pacto de la ficción. Por razones que no viene al caso explicar, me cuesta muchísimo leer: no encuentro el espacio, ni el tiempo mental. Fuera de la poesía y de la narrativa me quedaría el ensayo pero esas son palabras mayores... Puedo leer crónicas que es un género menos exigente, sobre todo, crónicas de viajes.

¿Es la poesía ficción?

El tiempo cuando pasa es un relato, pone toda a la distancia con mano compasiva, no borra ni adormece pero permite ver con nitidez el sentido de la vida. Hasta la muerte es diáfana cuando se comprende. Hay que tener oídos para poder escuchar ese relato que la poesía devuelve en un golpe de lenguaje y que mi madre llama “la oración silenciosa”.

¿Qué opinas del Spanglish?

No soy purista y de ninguna manera creo que la poesía es un reducto del idioma para salvarlo. No. Es algo que viene de adentro y está hecho de pedazos, como el idioma que usamos para comunicarnos en continua transformación.

¿En qué estás trabajando actualmente?


Pude escribir y terminar hace poco un libro que titulé Bellas Ficciones y que reúne un conjunto de poemas que estaban dormidos dentro del poso de lecturas, el sedimento del que sacamos cosas de vez en cuando. Los poemas estaban allí sin yo saberlo, esperando que algo los tocara. Y así fue cuando nacieron mis tres nietos el mismo año y se despertaron junto con ellos otros niños, animales domésticos, perros, gatos, caballos queridos, todo lo que es la fragilidad de la existencia leída en un cuento, “una mentira luminosa” como dice Antonio Gamoneda.


Yolanda Pantin: Nació en Caracas en 1954. Ha publicado Casa o Lobo (1981), Correo del Corazón (1985), La Canción Fría (1989), Poemas del Escritor (1989), El Cielo de París (1989), Los Bajos Sentimientos (1993), La Quietud (1998), El Hueso Pélvico (2002), Poemas Huérfanos (2002), La Épica del Padre (2002), País (2007), 21 caballos (2011).  En 2014 la editorial Pre-textos publicó País, poesía reunida  1981-2011. En 1989 recibió en Caracas el Premio Fundarte de Poesía. Fue becaria de la Fundación Rockefeller en Bellagio Study Center. En 2004 recibió la Beca Guggenheim.

Fotografía por Lisbeth Salas.