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viernes, 11 de abril de 2014

"¿Qué clase de identidad genera el delirio?" – Entrevista a Claudia Sierich por Raquel Abend van Dalen


¿Tu primer acercamiento a la poesía estuvo relacionado con tu especial interés por el lenguaje y la traducción?

Efectivamente, si precisamos que el “interés” por el lenguaje y la traducción brota y se hace lugar mucho antes de que yo decidiera ejercer el oficio; probablemente ha ocasionado, precisamente, la determinación de convertirme en intérprete y traductora. Ese “interés”, cuyo origen me resulta difícil localizar, también me ha colocado en un modo poético antes de acercarme formalmente a la poesía.

La traducción y la poesía son formas lentas y graves de pensar en el lenguaje, el acercamiento a ambas se produce cuando adquirimos consciencia del lenguaje a través de lecturas y de su estudio. Adquirimos consciencia – o venimos al mundo con una suerte de tara, que creo es mi caso. Coloco “interés” entre comillas, porque se ubica en la temprana infancia: desde que tengo memoria experimento una particular sensibilidad (irritación, alteración, atención) hacia el lenguaje, sus formas, sus márgenes. Se podría describir como wortfühlig, forma feliz que encontró el poeta Reiner Kunze para confesarse sensible de palabras. Agregaría hasta: percutida de palabras – también de ruidos y melodías, voces, varios idiomas. Estar expuesta a sonidos de cualquier índole –y tengo la sensación de que atesoro algunos desde antes de haber aprendido a hablar– ha significado entrar en íntimas resonancias y en seguida, en un peculiar estado de apalabramiento. A la inversa, escuchar conversaciones, palabras sueltas o leer textos en cualquier formato significó, por ejemplo, entrar de vuelta en una secuencia de ritmos inaudibles. El entorno me ha sido una partitura diciente sobre la que yo –también– garabateo mis scherzando y andantes.

Creo que comienza por ahí. Toda oído, todo pareciera decir(me) algo. ¿Quién lo “dice” y por qué? τι εςτι es la pregunta que indetenible circula: ¿qué es? Necesito entender. Los viajes transatlánticos, por vez primera a los siete años de edad cuando viajé sola para visitar a mi abuela en el Bosque de Odín, me sacaron de Caracas a otro mundo y jugaron un papel importante así como, por supuesto, la circunstancia de crecer expuesta a dos idiomas y culturas a la vez. A partir de aquellas primeras vacaciones de verano llevaba diarios. Conservo el primero: mi padre nos proveía de pequeñas libretas de tapa dura y papel biblia con canto dorado; allí anotaba asuntos de gran importancia, así parece, con tinta china que se traspasaba al otro lado del papel, con grandes letras muchas veces invertidas por ser zurda. Los asuntos observados reclamaban ser cuidados y admirados: reclamaban su “traducción”, ser transportados en palabras que a veces requerían ser combinadas de forma extraña para ajustarse a lo aprehendido y así preservarlos de algún modo en el tiempo, aunque fuera trastocados en anotaciones ilegibles. Traducía –descifraba, intentaba comprender procesando verbalmente– antes de saber lo que hacía. Traducción y poesía obedecen a impulsos cercanos: el reconocimiento de lo otro, su digamos minucioso registro, la reflexión que ello origina y genera, el traslado perenne de huellas.

Como anécdota recuerdo mi primer contacto con un poema. Se dio en el idioma alemán y asociado a música. Aun no iba a la escuela. Fue escuchando Lieder eines fahrenden Gesellen (Canciones de un compañero de viaje) de Gustav Mahler, cantados por Dietrich Fischer-Dieskau. Mi madre había inundado toda Sebucán con aquella música, yo venía subiendo del jardín. Me acurruqué tras el sillón de la sala deseando que no cesara aquello y recuerdo las palabras, la impecable dicción y la voz del cantante, recuerdo vívidamente la conmoción que me produjo el evento. Inmóvil hasta que no terminara de cantar “Tengo un  cuchillo ardiente” y “Cuando mi amada…”, se juntaron de golpe mi debilidad por las voces, por lo que dicen o no terminan de decir, la caricia de lo delicado, el golpe de lo inapresable: entré en contacto con el antiguo sueño del conjuro del amor y la belleza.

En tu poesía está presente una preocupación por las fronteras. Las fronteras del lenguaje, las fronteras culturales y geográficas.

En la escritura poética busco entrar en trato con lo desconocido – o lo que parece he olvidado, perdido. E-mociona el deseo de suplir la carencia de un fragmento, me pone en movimiento, procura viaje y me involucra a profundidad en lo sensorial, sensual, verbal. Acerca fronteras que tienen que ver con el sin/sentido y que se ubican en distintos niveles de atención.   

Comprender, no comprender. ¿Son contrarios? Tarde o temprano pasamos por palabras para dar forma a la comprensión alcanzada y compartirla. Pero hay líneas, fronteras más o menos sutiles que separan parcelas verbales. Conectan a la vez que dividen los trozos-mundos comprendidos de los que no se dejan – fácilmente o tal vez nunca del todo. Siempre hay algo que falta, algo que sobra para terminar de entender. Estas fronteras ondulan mientras ando de travesía. Se corren como las cortinas en la brisa que se cuela por la ventana abierta por la que ahora mismo veo y no veo los tilos, sus ramajes ondeantes, capullos de primavera que revientan.

Abundan el casi, el como si, el quizá y el mientras. Tierra de ángeles y bestias arrojan preguntas: son ricas las zonas fronterizas, y promisiorias. En la escritura y el viaje desplazo y soy desplazada, deformo y soy deformada, mudo y me mudo. Mirar de lejos o de cerca desde una lengua, cultura o geografía hacia otra, cruzar fronteras, altera. Agudiza los sentidos: tal vez vuelvas a pensarlo todo.

¿Qué me dices de la pérdida de identidad a través del lenguaje?

El lenguaje sirve para contener y fijar sentido. Es inherente, sin embargo, a las lenguas que lo componen, la suspensión, la posible desaparición y la migración del sentido y con ello, de la identidad. Ninguna lengua es igual a sí misma. Ninguna es del todo estable en la producción de significados. Al igual que la memoria, no es posible fijarla en forma definitiva; “representa” un imposible de lugar del que brotan sentidos mientras tratamos de imprimírselos. Lo inapropiado, restos de silencio y de indeterminación que circulan al interior del lenguaje humano permiten perder identidad. Toda lengua es extranjera, nos dice Coetzee. Sería la experiencia del lenguaje como (pérdida de) identidad, la de inundarse fundamentalmente de lo foráneo, ajeno como es incluso a sí mismo. Usamos el lenguaje para acercarnos al otro, para comerciar y entendernos. Pero la lengua delira, como si se saliera del surco de la tierra verbal que se labra. Querramos o no, se sale de la norma y se intenta, se tienta hacia la excepción. ¿Qué clase de identidad genera el delirio?

Así, tal vez no me sienta acomodada del todo en ningún lenguaje. A veces huyo. Termino hablando como nadie. Entonces me dejo y escribo algo como un poema. Armo un cuerpo sonoro y resonante. ¿Nace un pequeño nuevo idioma? Un posible sentido,  una identidad pasajera brotan de lugar.

¿De qué forma sientes que se filtra el ser intérprete y traductora en tu escritura poética?

Las tres actividades: interpretar conferencias, traducir textos por escrito y la escritura creativa se entrelazan hasta un punto enigmático, inextricable. En el plano más evidente, los oficios que ejerzo se filtran ocasionalmente en mis textos con propuestas de traducciones radicales, experimentales. Como reflexiones poéticas sobre el lenguaje llegan a proponer variaciones en español sobre, por ejemplo, el término alemán Augenblick (mirada) en Imposible de lugar o se tientan hacia la comprensión de idiomas que no conozco, como en el caso del poema que abre dicha la dádiva. La palabra mu, que pertenece a la lengua saami y con la que entro en contacto azarosamente por escuchar el canto de una noruega perteneciente a esta etnia, genera la pregunta sobre su significado y desencadena una suerte de teoría sobre la relación que acaso existe entre ciertas consonantes y vocales y su presencia en palabras cargadas de afecto.  

Lo que interesa, en el fondo, está en la relación entre traducir y escribir que creo se define a través del nexo que existe entre entender y crear. En el idioma alemán se usa el mismo verbo para decir ‘extraer’ agua clara del pozo con un cucharón, y ‘crear’: schöpfen. La expresión gebannt sein significa estar hechizado y también, ser siervo. Gebannt schöpfen, estos son los términos que primero me vinieron a la mente cuando pensaba en el hecho de la traducción mientras traducía. Cuando traducimos, creamos en estado de servidumbre. Pienso que cuando escribimos, también. En ambas operaciones se mezclan la extracción de lo que hay (se aprovecha, se atiende y cuida algo pre-existente) con el ingenio que concibe, ocasiona y origina. Estos movimientos me ayudan a entender mejor problemas que de otro modo no logro resolver.

¿Crees que al traducir un texto literario estás apropiándote de una voz para luego volverla tuya y hacer una reescritura?

Creo que se trata de in-finitas aproximaciones a esa voz, más que de su apropiación. Mis traducciones literarias las he elaborado en estrecho contacto con los autores, lo cual es un privilegio, aunque también puede convertirse en un auténtico dolor de cabeza. En todo caso, el diálogo con el autor se convierte en una extensión del texto abordado. La conversación en la que se torna el ejercicio de traducir, se multiplica. No es que el escritor tenga que explicar sus poemas, pongamos por caso, pero conocerlo, conocer su ánimo o el ánimo en el que escribió tal o cual pasaje y cuáles fueron eventualmente sus fuentes de inspiración, enriquece y orienta el proceso de sucesivos acercamientos y reposiciones verbales y permite una traducción creativa que se despliegue con una libertad acertada.

¿Son apropiables las zonas “impertinentes” del texto acometido? ¿Los silencios que encierra la voz, sus balbuceos? ¿Cómo rehacemos estos dominios, del otro lado?  

Me resulta difícil pensar que sea posible per se el apropiarse de la voz de otro, que siempre seguirá siendo otro, el texto mismo tiende a sustraerse. Sí es importante entrar en resonancia con eso otro en un proceso de una lentitud y dificultad difícilmente precisables, porque también implica despojarse o resistir a los hábitos verbales, a lo que se nos impone primero en la lectura, porque creemos que entendemos. Cada texto su carisma, su teoría de traducción. También se diseña la complejidad del lugar de llegada en el idioma destino.  

¿Recuerdas alguna traducción particular hecha por un(a) poeta venezolano(a) que sea importante para tí?

Claro que sí. En , lenguas en poesía,  formato inédito en Caracas que instalé hace unos pocos años, hemos podido disfrutar de traducciones importantes. Poetas-traductores venezolanos llevan sus trabajos en proceso o ya publicados a lecturas multilingües que terminan brindando un concierto de idiomas dotado de exquisitez y rareza poética. Me interesa particularmente destacar trabajos aun inéditos como el que Alfredo Herrera realiza con la poesía del sueco Gunnar Ekelöff, o el de Gina Saraceni con la poesía del italiano Andrea Gibellini. Es un privilegio escuchar la poesía leída por el poeta-traductor en la lengua original y en seguida en las versiones que ha preparado en español que, en algunos casos, como idioma era tierra incógnita para la poesía elegida hasta ese momento. Igualmente indispensables son en este marco la hermosísima presentación que Igor Barreto nos hiciera del poeta rumano Lucien Blaga, traducción publicada pero de escasa divulgación; el impecable trabajo, publicado y divulgado, de Belén Ojeda interviniendo la voz de la rusa Ana Ajmátova; el delicado y amoroso trabajo de traducción que Nidia Hernández ha realizado de poesía de la portuguesa Sophia de Mello, publicada en un libro hecho a mano por la misma poeta-traductora. Atesoro los valiosos y estimulantes aportes de Luis Miguel Isava cuando atraviesa la voz del poeta estadounidense Wallace Stevens y los de Ana María del Ré y de Adalber Salas con sendos trabajos sobre el francés Eugène Guillevic. Escucharles y conocer sus contribuciones ha sido una experiencia invalorable que irradia hacia adelante.

Constantemente estás rodeada de músicos, ¿cómo vives la música desde el ser escritora?, ¿de qué manera te influye?

Creo recordar que Rilke pensaba la música como el lugar que comienza donde evanescen las palabras. ¿Por qué no al revés o a través? ¿No puede el lenguaje musical desembocar en verbo? En un ir y venir, en un atravesarse se interconectan estas formas sonoras y significantes en mi adentro y me estructuran.

La música instrumental (como la danza) es una forma artística no verbal de producción de sentidos en movimiento, eso me interesa. El lenguaje humano también despliega movimiento, vive de la e-moción inteligente. Me interesan las pausas, los silencios estructurados por los sonidos o las palabras que los rodean y abandonan y los ritmos, porque permiten lecturas a la intemperie; siento que las secuencias de estremecimientos, las intensidades que producen generan acontecimientos que, sin proponer significado determinado, permiten entrar en resonancia con algo que luego como en un hacia adelante, se torna sentido. Le rythme est un mouvement secret de l’âme, escribe el gran inventor Miró en una carta a Pierre Loeb. Creando, detectaba o generaba ritmos aparentemente imperceptibles – en su pintura se puede oír el movimiento. En este punto se ingresa en zonas bastante abstractas o, por otra parte, profundamente psíquicas que son ricas de explorar y ricas para alcanzar niveles distintos de percepción de la realidad.

Si la música hace frontera con el lenguaje verbal, porque emplea formas de proponer (lo) sentido que prescinden del verbo, no es menos cierto que también palabras se imponen como meras sonoridades en composición que producen agrado y excitación intelectual. No por último, me gusta pensar la forma más sofisticada de interactuar de la que disponemos –la conversación– como una sinfonía en la que se despliegan crescendi y diminuendi, con su adagio, burlesco, su fermata bien diseñada. Pero me temo que estamos en vías de perder por completo el don de la conversación.

¿En qué proyectos estás trabajando ahora?

Estoy por acometer la traducción de tres importantes poetas germanoparlantes para el Foro de Literatura Latinoamericano-Austriaco que se presentarán en junio del corriente en el VII Festival de Poesía en Viena. Sus voces no pueden ser más divergentes, aun trato de imaginar cómo abordar el trabajo de antemano y leyendo me dispongo a conformar la selección de poemas que traduciré y leeré en español en esa ocasión.

Reviso un texto que escribí el año pasado y verifico de nuevo, si lo deseo ofrecer a la opinión pública. “Sombra de Paraíso” es su título de trabajo y ensaya en unos 250 fragmentos una poética de la traducción que desde distintos registros aborda en tres cuerpos los temas del tiempo y su uso soberano, el regocijo en la lengua y una  lógica del incremento. -   Berlin, 10.04.2014


Claudia Sierich Intérprete de conferencia, traductora, poeta. Vive en Berlin y en Caracas. Publicaciones: Imposible de lugar, Monte Ávila Ed.2008 (Premio Autores Inéditos Monte Ávila en Poesía 2008 y Premio Municipal de Literatura Caracas Mención honorífica en Poesía 2010); dicha la dádiva, Ed. Equinoccio, 2011.- Con , lenguas en poesía ha creado un formato inédito en Venezuela al que invita regularmente a poetas y artistas venezolanos que, dotados de un trasfondo cultural adicional, traducen a poetas del siglo XX y XXI de su preferencia, muchas veces desconocidos en lengua española. 

miércoles, 2 de abril de 2014

"Yo vivo, actúo, respiro y escribo por sed" – Entrevista a Patricia Guzmán por Raquel Abend van Dalen


En tu poesía se deja sentir un tono emparentado con la poesía mística occidental, ¿cómo lo vives  en el momento de la escritura?, ¿ese influjo es evidente para ti?

No ha sido evidente, ha sido un ahogo, un llamado, un impulso…maravilloso, y sobre todo enigmático. Quizá todo deriva de cómo acontece mi diario transcurrir, transcurrir en el que he adquirido hábitos, rituales que necesito oficiar, y de los que tomo conciencia solo en el instante cuando los expreso, sin proponérmelo, sobre la página que tengo delante de mí. Recuerdo que Juan Liscano fue el primero en advertir(me) que yo no componía poemas, que parecía que me los iba arrancando, que los arrancaba de mi jardín. Para atestiguarlo está el “Pájaro de corazón arrancado”, y el hecho de que “En mi casa todo pájaro amanece curado”.

En mi primer libro (De mí, lo oscuro) dije “Estoy hecha de sed”, una sed abrasadora y asfixiante que apenas me permitía balbucear silencios hasta que sentí palpitar en mi pecho el latido de lo improbable y del corazón de un pájaro. Ese pájaro que incesantemente aleteaba en torno a mí, irrumpió en Canto de oficio y desplegó sus alas transparentándose en ángel, figura que “me exigiría otra respiración –como asentase en un texto que escribiese a manera de Testimonio, publicado en Trilogía, y que creo necesario referir aquí-, una nueva modulación que se tradujo en experiencia espiritual misteriosa, extrema y extenuante: el canto, la invocación, el conjuro, las salmodias...”

A no dudar, la figura del pájaro, luego vuelto ángel, se la debo a San Juan de la Cruz, a su Cántico Espiritual que mientras leía reflejaba en mis pupilas “La herida del ángel”, herida que, repito aquí, tuve que portar como marca de la travesía al borde filoso y punzante de la enfermedad del amado, transfigurado en El Esposo. Mi sed original fue saciada con fervor cuando se me apareció el Esposo, y en medio del vivir viviendo, se volvió mi esposo y se abrió el cielo y asomó la enfermedad del amado, y me entregué a sanarle, y enterré en el jardín el ala de amar, porque preguntándome si lo que sentía eran “…¿delirios, delicias de Santo?”, asentí “En mi casa todo pájaro amanece curado”. 

Ciertamente, como refieres en la pregunta, en mi poesía -estimo desde El poema del esposo-, “se deja sentir un tono emparentado con la poesía mística occidental” que tal y como he tratado de expresar, vivo de una manera diríase espiritual que me abruma, me asombra y al unísono, me complace.

¿Qué autores reconoces como influencia?

Como se hace evidente en lo que dijese previamente, los autores que me imantan son  aquellos que me han inspirado y dispensado imágenes y ritmos con los que mi alma dialoga en armonía, como el santo y poeta, San Juan de la Cruz, y la santa de Ávila, por sus Moradas, Santa Teresa de Jesús, precedidos por los poetas Sufí persas del siglo XIV: Hafiz, Shabistari y Rumi. No ha sido menos importante para mí la emoción que he sentido ante los textos que hallamos en libros sagrados como la Biblia y  la Torá, y ante aquellos en los que se recogen otros misterios como los que visitaron William Blake y Emmanuel Swedenborg que, junto a la órbita de libros que trazan el poético filosofar de María Zambrano, los poemas y cartas de Rainer Maria Rilke, así como las de Paul Celan, y la poesía y el pensamiento de Friedrich Hölderlin, a más de los versos de Novalis, de Emily Dickinson y de Sylvia Plath, conforman parte del entramado original de las voces que me han inspirado y de las que doy fe.

Pero, quienes sí intuyo que me han influenciado y que sin leerlos no hubiese podido escribir los poemas que conforman mis libros son César Vallejo,  Armando Rojas Guardia, Ana Enriqueta Terán, Eugenio Montejo y de una manera diría enigmática, Hanni Ossott, pues apenas leí su primer libro tanto ella como sus poemas desencadenaron en mí una especie de mimetismo psíquico que me condujo a escribir versos con “sus” palabras. Su Ángel fue mi Ángel. Y cuando me llegó la enfermedad y tuve que entrar a un quirófano, antes, recuerdo que presa del miedo me persigné y dije: “porque se cierre la herida del ángel”. Acababa yo de escribir mi segundo libro, Canto de oficio, cuya dedicatoria reza así: “A Hanni Ossott por haberme mostrado la herida del ángel”.

¿Has sentido la necesidad de escribir otros géneros literarios aparte de la poesía y el ensayo?, ¿qué te proporcionan la poesía y el ensayo a la hora de escribirlos?, ¿te da algo distinto cada género?, ¿de qué manera?

Me complace mucho que te refieras a “sentir la necesidad”, porque para mí es imposible intentar un poema, acometer la escritura de un poema como proyecto, desde la cabeza. Yo vivo, actúo, respiro y escribo por sed, por deseo, por apetito, por necesidad de aire, de belleza, de cantos, de ofrendas, de ceremonias, de rituales...evitando caer en lo demasiado biográfico, cuidando las palabras, los silencios, los ruidos… 

Comencé a adentrarme en la poesía lenta y progresivamente, mientras frecuentaba los límites del cuerpo, del padecimiento físico y del goce que depara la efímera belleza.  Fui caligrafiando páginas signadas por el pálpito de lo vivo amenazado. Restaba palabras para anotar imágenes de lo inmenso que agobia, en agónica búsqueda, ayuna de espacio donde habitar con mis heridas y junto al pájaro y la flor extinta.

De ese ahogo nació De mí, lo oscuro. Y con el pecho un poco menos apretado decidí cantar e invoqué “Las razones del pájaro” que al levantar vuelo se hizo Ángel y me condujo a convocar a mis hermanas y a mi Esposo, y portar “La herida del ángel”, integrando así ese libro que registra un cambio en mi respiración, una más lenta y larga, reposada, esa que se escucha en Canto de oficio
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Luego, para acometer el vivir sólo se me daba el poema largo, con cadencia de salmodias, de oración. Entonces escribí El poema del esposo que, aunque todavía me resulta entrañable, por momentos he llegado a pensar que me fue dictado… Casi de seguido la vida, a la luz de cirios y ecos de bisturí, me llevó a escribir La Boda, y luego otros poemas de menor extensión que nombré “La rosa acallada” y que cierran la antología que reúne todos los libros que publicase desde 1987 y hasta el 2003, titulada Con el ala alta

En cada uno de los textos que escribiese en esos años puedo apreciar la estructura secuencial, una inclinación hacia lo ritual, y una pulsación religiosa que impregnó igualmente el poemario La casa de los afligidos y que bien puede identificarse en la edición antológica Soledad intacta que editase Bid&co, en 2009. La poesía me proporciona el aliento necesario para cimentar mi corazón y mi alma, para no sentirme escindida. La poesía me vivifica.  Al releer en voz alta algunos de mis versos me turbo por lo que escribiese sin tener conciencia de lo que había cifrado. Me ha deparado extrañas y benditamente perturbadoras experiencias. 

La escritura del ensayo la fui cultivando al unísono con la de la poesía, entendiendo  el ensayo como escritura que intenta develar lo que palpita en otro texto -no explicarlo-,  si no envolverlo con un manto para que emerjan las ideas que otro expuso. Cuando escribo ensayos sobre poesía o sobre poetas siento como si escribiese poesía. Intento aprehender lo allí volcado sin forcejeos, de la manera más amable posible. Intento despertar el poema, la idea del otro. Mi guía para la práctica escritural del ensayo ha sido María Zambrano, su noción de razón poética, propuesta filosófica que la autora fundamenta en la idea de que las palabras dan cuenta de la interioridad, se hacen eco de lo que se siente y se significa gracias a la ayuda iluminadora de la razón que logra insertarlo en un sentido. Y es la poesía, insiste constantemente Zambrano, como repuesta al lenguaje de lo sagrado, la que puede dar cuenta de la desvalidez y del amor, de la plenitud y la carencia que han cimentado la posibilidad de la vida humana. También reconoce a la palabra poética como fiel a las contingencias humanas en tanto que no requiere decir por qué existe, ni qué es lo que pretende.

Al llegar hasta aquí con mis respuestas, para seguir siendo clara y sincera, siento que debo dejar que sea la misma María Zambrano quien dé cuenta de la razón poética, en su incomparable y envolvente manera de expresarse. Según asienta en Notas de un método: “De la razón poética es muy difícil, casi imposible, hablar. Es como si hiciera morir y nacer a un tiempo; ser y no ser, silencio y palabra, sin caer en el martirio ni el delirio que se apodera del insomnio del que no puede dormirse, solamente porque anda a solas. ¿Lo llamaríamos desamparo? Tal vez. Terror de perderse en la luz más aún que en la oscuridad, necesidad de respiración acompasada, necesidad de la convivencia, de no estar sola en un mundo sin vida; y de sentirla, no sólo con el pensamiento, sino con la respiración, con el cuerpo, aunque sea el minúsculo cuerpo de un animal, que respira: el sentir la vida, donde está y donde no está todavía. En este “logos sumergido”, en eso que clama por ser dentro de la razón." Esa “necesidad de respiración acompasada (…) y de sentirla, no sólo con el pensamiento, sino con la respiración (…) el sentir la vida, donde está y donde no está todavía” me las proporciona la escritura del ensayo.


¿Cómo se relacionan el tema de la enfermedad y la poesía?

El tema de la enfermedad y de la poesía se relacionan profundamente, tal y como me lo hiciera interiorizar Hanni Ossott al recorrer sus Ensayos sobre el habla poética. Por sus labios fui avisada que el poeta “retoma desde la enfermedad la vida, es decir, la escritura del poema que lo redime del hundimiento”.

Esa idea de Ossott, en mi caso encarnó en una experiencia dura que hizo temblar y helar mi corazón, y que me la supo identificar Armando Rojas Guardia al decir, en ocasión de la presentación de mi libro Con el ala alta, que deseaba destacar un aspecto por el que sentía particular afinidad: “la transfiguración de la enfermedad”.

Para transmitir esa experiencia tan radical en mi vida que permease todo cuanto escribo, necesito referir el resto de lo que entonces le escuchase a Rojas Guardia:  “Digo bien: trans-figurar, es decir, otorgarle a la dolencia un sentido que, transcendiéndola, haga que ella cobre otra figura psíquica y espiritual. A la amarga experiencia de la enfermedad pudo extraerle Patricia –y nosotros a través de ella- el oro verbal de su poema “La Boda”. Es como si con ese texto ella hubiera hecho algo mejor que demostrarnos, es decir, mostrarnos de manera palpable y contundente que no hay objeto, hora ni lugar, por duros o crueles que puedan en primera instancia parecer, que no sean capaces de ser visitados y nimbados por el aliento primordial y genésico de la voz poética, del poder transfigurador de la poesía”.
  
Y si no fuese así, cómo pude entrever estos versos que vertiese en El poema del esposo:Si amas, tendrás que ir al hospital / En el hospital cuidan de lo amado / En el hospital cuidan del esposo// (Siempre hay un pájaro y una rama y un beso a la salida del hospital) // La enfermedad tiene una sola ala / (Voy a enterrar en el jardín el ala de amar) //   En mi casa todo pájaro amanece curado”.

O estos otros en La Boda? :  Yo tenía un Esposo / Pero no me había casado / Las bodas sólo se celebran / Cuando llega la muerte // A mí la enfermedad me obsequió una alianzas

¿Qué lugar ocupa la experiencia vital en la escritura poética?

Luego de intentar, tantear, y aproximarme a la escritura poética por más de veinte años, y a la luz de siete libros publicados, no podría negar que las experiencias que he vivido configuran el sustrato sobre el que ésta se apoya. Mas, se me impone aclarar, que no ha sido un “calco” ni una reproducción literal de acontecimientos y/o episodios de mi diario devenir, porque siempre me he afanado en honrar el oficio, y en especial, en no profanar la página en blanco trazando frases malsonantes o imágenes que no remitiesen más allá de su connotación convencional o inicial sino que fuesen iniciáticas tanto para mí como para los otros.

Al rastrear mis repuestas a esta especie de intenso conversatorio que me has planteado, vienen a mi auxilio para continuar explicando el vínculo entre mi experiencia vital y mi escritura poética expresiones como “todo deriva de mi diario transcurrir”,  para acometer el vivir sólo se me daba el poema largo, con cadencia de oración”,  la vida, a la luz de cirios y ecos de bisturí, me llevó a escribir La Boda”, “la poesía me vivifica”.

Necesito añadir: gracias a la poesía pude atravesar la dura y lacerante experiencia de una enfermedad mortal como la que padeciese. Quizá por ello me siento tan agradecida por haberme sido concedida la posibilidad de escribir poesía y por ello también la poesía se me dé como oración, como plegaria, como canto celebratorio. Y me exija además gran modestia: prefiero decir que escribo poesía a calificarme yo misma como Poeta –aunque no ignoro el reconocimiento que se le ha otorgado a mis libros, y el que se me distinga como una voz diferente…-.

Reyna Rivas me abrumaba al sostener que mi quehacer poético y mi quehacer vital estaban consubstanciados. Y aseveraría en el prólogo de Soledad intacta que: “En todo su quehacer poético está presente su autenticidad, su entrega total esencial y existencial”.

Tu poética está recorrida por la imagen del pájaro, ¿de qué forma hace eco en ti esta imagen?

La imagen del pájaro que, ciertamente recorre mi poética, tiene consabidas alusiones literarias y hasta ontológicas. Los místicos la enaltecieron, baste recordar que a la figura del pájaro solitario San Juan le otorgó virtudes que enumerara entre sus “Avisos y Sentencias Espirituales”. En Keats, hallamos el ruiseñor, el ave que las sintetiza a todas. En las “Elegías de Duino”  de Rilke  el pájaro ha transmutado en ángel y no cesa de desplegar sus alas.  Y en la poesía venezolana le debemos a Eugenio Montejo haber identificado la terredad del pájaro.

Mi libro Canto de oficio es en el que sobrevuelan más pájaros, hasta que aparece el ángel. Ambos, pájaro y ángel, pueblan todos mis poemarios. Gravitan sobre mis horas.

Pero el eco de esa imagen, proviene de mi infancia, ese reino que muchos filósofos han enunciado como el mundo perdido; el lugar que la imaginación puede recrear con la ayuda de la memoria o gracias a las ensoñaciones. Yo crecí rodeada de pájaros. Mi abuelo materno tenía el bello hábito de adquirir jaulas para pájaros “nacidos en cautiverio”, jaulas que ocupaban el segundo patio de su casa y la de mi inolvidable abuela, que fue la casa –un gran reino- de mi infancia. Los pájaros eran atendidos por un ser muy delicado y especial –familia, más que consanguínea, de corazón-, todas las mañanas. Verla cambiarles el papel  del piso, además del agua, y servirles el alpiste, así como escoger las hojas de lechuga o las frutas para cada especie, me hacía sentir como si presenciara un espectáculo, me quedaba hechizada…y me hacen recordar que intenté recrear en un breve poema el humedecer un trozo de pan en agua o leche y con la mano llevárselos hasta el pico…En uno de mis primeros poemas dicha imagen se tradujo así: “Recojo pájaros / con la boca //… Les cubro los ojos / con pan mojado / Les abro la boca / para que recen // Por mí”.

Requerí de su presencia, de su compañía, mientras me afanaba en curar a mi amado en El poema del esposo. Le inquirí : “¡Detente, pájaro! / (Al pájaro se le grita si tienes esposo) / ¿Por qué no me dijiste antes que era reducido el espacio del corazón? / ¿Por qué no me dijiste antes que la luz del infierno puede ser buena para los ojos? / ¿Por qué no me dijiste antes que no era pecado estar cansada?”

Necesitada de consuelo, le pedí a mi amado: “Esposo / Pon un pájaro dentro de mi taza // Esposo / Pídele al pájaro que me bese // Esposo / Pídele al pájaro que ponga más oscura mi casa // Esposo / Ampárame de tanto pájaro mío”.

El eco del canto del pájaro, su silabear, su silencio, sus alas me atraviesan desde mi infancia y aún su presencia en mí no se acalla.

No refiriéndome específicamente a los pájaros, te pregunto, ¿qué lugar ocupa la naturaleza en tu escritura poética?

La naturaleza, todo lo que en ella acontece, me produce placer y me plantea interrogantes sobre el origen de tanta belleza y la conjunción armoniosa de tan diversas especies vivas, a más de enigmáticos fenómenos naturales de orden astronómico, meteorológico o geofísico. Pero el paisaje, el lugar circunscrito a una extensión física y determinada y con la presencia de elementos naturales que podemos divisar sobre la línea del horizonte logra imponérseme a tal extremo que lo interiorizo. Pero no dejo huellas de paisajes ni de naturaleza en mi escritura poética.
Diría  que más que ocupar un lugar en mi escritura poética, la naturaleza, en su dimensión de paisaje, me ocupa; es una experiencia de orden emocional que me ayuda a crear un ámbito de gestación de la idea que se tornará verso. A algún boscaje, al vuelo de algún pájaro, a los acantilados y cumbres que he divisado, a las iluminadas rosas o a la aurora, o la oscuridad más oscura del firmamento, así como a los cirios encendidos, a la penumbra de un recodo de alguna capilla, al fuego que emana del Sagrado Corazón de María, les he de agradecer por haberme asistido para alcanzar la escritura de poesía que lleva mi nombre.

 ¿En qué proyecto literario estás trabajando ahora?

El texto que en los últimos meses ha reclamado toda mi energía física y emocional deriva de una imagen que saliera a mi encuentro entre las Odas de Hölderlin y que me condujo hasta la figura de Él , a quien el poeta identifica y señala: “Tú que no desdeñas la casa de los afligidos”. En esa casa me adentré, con el corazón jalonado por el sentimiento de la aflicción. Y con el corazón afligido anduve, deambulé largos meses –quizá durante todo el año 2007- hasta hallar consuelo en la tórtola que entreví en el hermosísimo tratado místico “Moradas de los Corazones” de Abu-L-Hassan-al-Nuri de Bagdad y bajo el árbol del almendro, árbol de las nupcias, el árbol que anuncia la luz cuando nadie la espera, cuya fragancia percibí entre las páginas del Éxodo, de la que nos da cuenta la Biblia.

Sentí que esas dos fuentes –de orígenes tan contrastantes como la que proviene de un motivo sagrado del Islam expresado en la simbología musulmana sufí, y la que proviene del conjunto de libros canónicos del judaísmo y el cristianismo que según las religiones judía y cristiana, transmite la palabra de Dios-  podía entrelazarlas con asombrosa fluidez, en especial gracias a la tórtola que me parecía entonaba su queja ante los versos de poetas que habían ido sembrándose en mí, como ese en el que asoma la última rosa de Ajmátova, los de las rosas de Rilke, aquel de la rosa enferma de Blake y los de las rosas salvajes de Di Giorgio. También se me hizo imperativo atender el llamamiento que impregna un poema de Hermann Hess y varios en los que aflora la desolación de Paul Celan.

Y así ha ido naciendo, así ha ido prefigurándose ante mí, y sobre las páginas en blanco El almendro florido. Y aunque ya el texto se sostiene como poesía lograda, no ha terminado de nacer ni de prefigurarse. Sigo entregada a cultivar ese árbol maravilloso y sagrado. Permanezco esperanzada por ver El almendro florido completamente erguido.

Patricia Guzmán (Caracas / 1960) es autora de siete libros de poesía: De mí, lo oscuro (Pen Club / 1987), Canto de oficio (Pequeña Venecia / 1997), El Poema del Esposo (Pen Press /1999 y 2000), La Boda (Casa Nacional de las Letras / 2001), Con el Ala Alta Obra poética reunida 1987-2003 (El otro & el mismo / 2004), Soledad intacta (Antología y addenda crítica / Bid&co.editor / 2009), y Trilogía (hilos editora/ Buenos Aires/ 2010), títulos que han merecido la atención de la crítica internacional que distingue su voz como infatigable e impregnada de resonancias de la literatura mística de Occidente.
Obtuvo el Doctorado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de La Sorbona (Paris III) y en su trayectoria profesional destaca la dirección de secciones especializadas en arte (El Nacional) y de los suplementos literarios de otros de los más importantes periódicos venezolanos: “Bajo Palabra” (El Diario de Caracas) y “Verbigracia” (El Universal). Con rango de Profesor Agregado investiga y dicta clases en la Escuela de Comunicación Social de la UCAB, de la que fue Directora. En calidad de Profesor Asociado invitado, en el primer semestre del 2007, impartió dos cursos en el Departamento de Estudios Hispánicos de Brown University (Providence, Rhode Island).