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viernes, 15 de noviembre de 2013

"El lenguaje, intento usarlo materialmente" – Entrevista a Enrique Winter por Raquel Abend van Dalen


Eres poeta, narrador y traductor. ¿Cómo conviven en ti estas tres formas de escritura y, en el caso de la traducción, de reescritura?

Al principio fueron monogamias sucesivas, escribo poemas desde hace dieciséis o diecisiete años, comencé a traducir hace nueve, cuando me dejaron de gustar las versiones en castellano de autores que amaba en inglés, como John Keats o Philip Larkin, y la novela, si bien la pensé antes, la he escrito sólo en el último año.
Desde que dejé la jornada completa de funcionario, las tres constituyen una poligamia que –admito– a mi cuerpo le queda grande. Por ello conviven gracias a estancos de días o semanas. Cuando traduje a Charles Bernstein, por ejemplo, me dediqué exclusivamente por dos meses, de la mañana a la noche. Ni miré la novela, mientras libro a libro me adentraba en sus formas de expresarse y en sus mecanismos de construcción de los textos hasta casi pensar como él, pero en mi idioma. Por supuesto que apenas terminé, mis poemas estaban pegándose codazos por salir –era tanto lo aprendido– que fluyeron solos, uno con la fragmentariedad de lo que traduje, los demás, me imagino, con robos más inconscientes, sutiles. Es cierto lo de la reescritura, creo que ya venía escribiendo esos poemas míos dentro de las mismas traducciones. Es un calentamiento, tal como lo es leer o apreciar artes visuales o la profundización de las relaciones humanas.
La novela me tiene particularmente activo, expectante, pues al concentrarme en la descripción de las escenas he descubierto obsesiones que desconocía en mí, dando paso a un imaginario más tórrido y distinto del de mi poesía.

Con tu libro Atar las naves ganaste el Festival de Todas las Artes Víctor Jara en Chile. ¿Qué elementos de este proyecto te llevaste a tus otros dos libros publicados, Rascacielos y Guía de despacho?

Atar las naves es un libro muy contenido, apretado, es el cuello del embudo entre el derrame adolescente, impuesto más por la cultura que por un mundo propio y que me alegro haber mantenido inédito, y el derrame en el que me encuentro ahora, que creo ya es una voz, por precaria que sea. De Atar las naves me llevé casi todo a los demás libros, el uso central de las imágenes en tanto argumentos, la conciencia métrica y rítmica, la sensualidad, los dobleces del subtexto, la noción del libro entero como una arquitectura narrativa.

¿Cuáles elementos quedaron sólo en tu primer libro y por qué?

Atar las naves tiene cuatro secciones, resumibles en la infancia coercitiva, la imposibilidad del viaje o del retorno, la seducción y luego el tiempo como inamovilidades. Creo que estos temas, si es que los trato en los libros posteriores, es sólo desde sus consecuencias. Veo en Rascacielos los recorridos desesperados por ser los otros en una estructura coral, que constituye el viaje que Atar las naves negaba. Es en un sentido laxo, más político, profundiza las tensiones entre los personajes, en búsquedas hacia la despersonalización más propias del teatro. Y en cuanto a la escritura, Rascacielos me parece más arriesgado, proceso que creo continúa en Guía de despacho, donde al fin suelto el verso y que puede leerse desde los resultados de ese viaje, donde las relaciones humanas responden a la misma fugacidad de las burocráticas y comerciales. La estructura está cada vez menos a la vista en secciones, pues paso a establecerla en los correlatos internos de los mismos poemas.
Son las sinceras inquietudes de cada momento las que cambiaron más de un libro a otro, por el ineludible contenido experiencial, y hay intensidades un poco más ingenuas o disciplinadas en Atar las naves que hoy no me provocan las pulsaciones intensas que sí me produce la apertura del lenguaje y las posibilidades de representación, alteración y producción del mismo, por ejemplo. Claro que esta relativa conciencia de la rarificación de lo que escribo, la intento sin desentenderme de la calentura y de la comunicabilidad de las emociones, que son tanto o más complejas.

Le das importancia a lo sonoro en tu escritura. Los versos y oraciones que escribes no sólo tienen sentido como significado o imagen, sino que además podemos encontrarles sentido melódico. ¿Cómo surgió este interés? 

Mi obsesión con la música antecede a la de la poesía, y no concibo a ésta sin la primera, tal como muchas culturas lo han hecho por milenios. El lenguaje, intento usarlo materialmente, como un expresionista abstracto ve la pintura, en tanto pasta, con volúmenes independientes del mundo exterior. Esto es algo que se intensificó sólo después de muchos años escribiendo. Hay relaciones intuitivas y sonoras, imágenes que conducen a sentidos equívocos, etcétera, que me interesan bastante. Pienso en las aliteraciones, rimas internas y encabalgamientos, por ejemplo, como herramientas para armar atmósferas sonoras, que a su vez desplacen la persuasión del lenguaje del poder y de la publicidad hacia otras persuasiones, otras maneras de decir y sentir que cumplan así mejor la necesidad política del texto de lo que lo haría la pura denuncia.
Son elementos de los que me preocupo para que el lector venga a consumar el texto abierto, claro que desde el placer, desde el baile que esos sonidos le hicieron adentro.

Siguiendo este tema, ¿cómo surgió el proyecto de acompañar a tu escritura poética con música?

Ese proyecto fue idea del músico Gonzalo Planet, de allí la firma Winter Planet para el disco Agua en polvo –descargable gratuitamente en http://www.portaldisc.com/gratis.php?id=5415–, quien había acumulado ideas para un disco solista, luego de años en agrupaciones en las que participaba más de los arreglos que de la composición. Así que fui yo el que llegué a acompañarlo a él.
La oralidad es parte importante de mi trabajo, pues propone una de las vías de la musicalidad de la que hablábamos antes, desde la respiración. Es, por cierto, una de muchas posibles sonoridades, como una interpretación de una partitura, que puede tocarse en tiempos distintos.
Entre varios aspectos interesantes del disco, el proceso me llevó a pensar ritmos para poemas que ya lo tenían y luego, por los videos –disponibles en Youtube–, imágenes, distintas de las ya escritas. Fue como derivar en matemáticas y me llevó a pensar en otra perspectiva textos que creía terminados.
Escribí tres guiones, uno para los poemas y la música que formarían el disco, otro para los audiovisuales y hasta uno para las luces de las presentaciones en vivo. Aunque los poemas ya existían, la narración de éstos en Agua en polvo es enteramente distinta y tiene sentido que así sea.

¿Qué ocurre con tu escritura cuando traduces poesía? 

Se permea, porque sólo traduzco lo que admiro. Se ensancha, más bien, con otras formas de decir. Toma conciencia de los procedimientos y del artificio que nutren aun la poesía más transparente.

Trabajaste como editor durante ocho años en Chile. ¿Cómo influyó la lectura de textos para posibles publicaciones en tu propia escritura? ¿Ayudaba o entorpecía a la creación?

La ayudó en el rigor del borrado, pues pude desplazar al ojo propio la inevitable visión de la paja en el ojo ajeno. Creo en la edición, como creo en los talleres, casi indispensables para aprender a leer críticamente y a limpiar, pero luego de eso, creo que hay que dejar de hacer tanto caso, pues casi ninguna de las escrituras indispensables habría aguantado una pregunta por la abundancia o la pérdida del hilo, por ejemplo. En Ediciones del Temple intenté que eso no pasara, publicábamos escrituras muy diversas y a menudo inconclusas, porque también se trataba de autores jóvenes. El único entorpecimiento para la mía que veo allí, es haber priorizado de más a los contemporáneos, postergando lecturas de clásicos, con los que me sigo poniendo al día. Pero eso corre también para mis otros estudios y oficios, a los que igualmente debo un imaginario.
El conocimiento de diagramación, diseño e imprenta me sirven hasta el día de hoy para molestar a los pobres editores con mis propios libros. Pero en realidad estar al otro lado, cualquiera que éste sea, da empatía: desde que trabajé una vez de encuestador que respondo todas las encuestas, desde que fui editor que valoro y agradezco la tremenda generosidad de quienes lo son, cualesquiera sean sus defectos.

¿En qué proyectos estás trabajando ahora?

Estoy terminando las revisiones de pruebas de ambas antologías que traduje, Blanco inmóvil de Charles Bernstein y Decepciones de Philip Larkin –en colaboración con Bruno Cuneo y Cristóbal Joannon–, que presentaremos en Guayaquil, Valparaíso y Santiago, respectivamente, los primeros días de diciembre.
Primer movimiento, que reúne mis tres libros y el disco en un solo volumen, entró ayer a imprenta en Nueva York. En tanto que mañana en McNally Jackson presentaré Skyscrapers, que es el primero de ellos en ser traducido íntegramente al inglés, por Mary Ellen Stitt.
Me sacudí de lo anterior con el encierro en el que terminé una primera versión de mi novela esta semana, de la cual actualmente recibo lúcidas observaciones de mis queridos compañeros y en base a las cuales la trabajaré en el verano austral. En torno a ella, estoy leyendo más narrativa que otros géneros.
Cada vez que me canso de la novela, vuelvo a mis libretas y al conjunto de poemas inéditos, que me entusiasma ahora, entre otros motivos, por su carácter tangible y su ternura en un exceso de imágenes fijas y sensaciones ambiguas que –espero– puncen y acaricien.


Enrique Winter (Santiago de Chile, 1982) es autor de Atar las naves (premio Festival de Todas las Artes Víctor Jara), Rascacielos (beca Consejo Nacional del Libro y la Lectura), Guía de despacho (premio Concurso Nacional de Poesía y Cuento Joven) y –junto a Gonzalo Planet– Agua en polvo (premio Fondo para el Fomento de la Música Nacional), reunidos en Primer movimiento. Es, además, traductor de las antologías Blanco inmóvil de Charles Bernstein y –junto a Bruno Cuneo y Cristóbal Joannon– Decepciones de Philip Larkin. Sus poemas y videos integran un centenar de publicaciones en seis idiomas. Fue abogado y editor de Ediciones del Temple, hoy es becario del magíster en escritura creativa de la Universidad de Nueva York.

martes, 5 de noviembre de 2013

"Lo predador está en lo que me reconcilia con lo terrible" – Entrevista a Jacqueline Goldberg por Raquel Abend van Dalen


Posees una obra poética consistente y amplia. ¿Dónde comienza tu relación con la poesía?
Se inició con lecturas adolescentes muy básicas y que pudieron haberme hecho daño: Pablo Neruda y Rubén Darío. Luego en bachillerato descubrí a Vicente Gerbasi y por fortuna muy poco después a Paul Celan. A los 10 años había comenzado a escribir brevísimos cuentos que se negaban a ser poesía. Pero a partir de los 15, hace casi 32 años, definitivamente me sumergí en la poesía y de ella emigro para coquetear con otros géneros en los que, de todas maneras, la poesía nunca deja de orientar el lenguaje.

Tu poesía está principalmente formada de poemas parcos, sea en su extensión o en su tono. ¿Esto es algo que buscas o que se da naturalmente?
Es lo único que puedo hacer. Tengo algunos textos de largo aliento, de una poesía narrativa, cuentos, ensayos, reportajes. Pero como bien dices, el tono que prevalece es parco. Me interesa la frase exacta, deslastrada de proezas: sin gramática, como dijo Marguerite Duras.

Tu poesía está atravesada por una experiencia de lo corporal como un campo de batalla. Se trata de algo más bien particular en el contexto de la literatura venezolana. ¿Dónde tiene su origen?
Mi vida toda está atravesada por el cuerpo y no como pose intelectual. Comencé a temblar a los cuatro años y desde entonces no he dejado de hacerlo. Las razones científicas son pocas y no hay medicamentos que mitiguen el sismo de mis manos. Mis horas concientes desembocan en el cuerpo, en mis temblores, en aquello que el cuerpo impide u obliga. Era lógico que el tema pasara a la poesía, con los años deslizada en la conciencia de otros vericuetos como el sexo, la maternidad, la ciudad, la materialidad de la palabra a la que raras veces accedo escribiendo a mano, precisamente porque tiemblo.
La poesía venezolana, sobre todo la escrita por mujeres, ha hecho del cuerpo un código. Pero en mi caso, si bien hay influencias de la tradición con la que me corresponde dialogar, se trata de un sin remedio.

¿Cómo se vive el verbo predador?
El verbo está al asecho perennemente. A veces se encueva, otras persigue, recapitula huellas. Lo predador está en lo que me reconcilia con lo terrible y me enseña a persistir sin pudores, máscaras, resentimientos. El verbo se mantiene a raya. Tenemos un pacto de no agresión. Juntos somos predadores de vocablos sin tiempo.

Uno de tus proyectos de escritura consistió en tomar fragmentos de testimonios de supervivientes del Holocausto para ponerlos en verso. ¿Cómo fue la construcción de este mosaico de voces? ¿Cómo afectó a la tuya el tener que asimilarlas?
Hace mucho que trabajo lo que se denomina “poesía documental”. Y también hace mucho que vivo del periodismo. Las voces ajenas se me hacen cercanas y a veces propias. Me gusta el trabajo de modelarlas sin traición. Ese libro. “Nosotros los salvados” (https://www.smashwords.com/books/view/308471) salió simplemente tomando fragmentos de los testimonios del libro “Exilio a la vida”, también de mi autoría. Hallé frases bellamente terribles dentro de párrafos históricos y las fui colocando aparte, simplemente asombrada ante la manera de decir de los testimoniantes. Luego fueron tantas que exigieron ser libro. 

Cuéntame un poco sobre la novela que ganó el año pasado el Concurso Transgenérico de la Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana.
Está por entrar en imprenta en las próximas horas. Es un libro esencialmente transgenérico: es una novela en tono de verso, que parte de acontecimientos históricos y que se apoya en una exhaustiva investigación sobre la Villa Savoye, también conocida como “Las horas claras”, título al libro. Lo demás lo dirá algún lector en breve y en secreto los muchos editores que lo rechazaron por no entender las pisadas del siglo XXI.


¿Cómo se dio el proceso de escritura de Las Horas Claras, acompañada de una investigación sobre la Villa Savoye?
El libro se gestó exactamente en octubre del año 2004. Mi esposo, arquitecto, hizo la correspondiente peregrinación a la Villa Savoye. Estuvo ocho horas dibujando, tomando fotos. Recorrí la casa, me recosté en un chaise longue de Le Corbusier, leí, dormí una siesta. Y ya dando vueltas aburridas volví a una pequeña exposición donde había una carta de Madame Savoye dirigida al arquitecto en la que especificaba cómo anhelaba su casa. Y supe que allí había una historia. Apenas regresé comencé a investigar y viendo que muy poco encontraba, escribí a la Fundación Le Corbusier en París. Al día siguiente estaban en mi buzón de correo electrónico casi una docena de cartas manuscritas por la señora Savoye dirigidas a Le Corbusier. Y supe que debía escribir esa historia. Luego me tomó unos tres años la investigación sobre la casa, los personajes, la época. La escritura quizá me llevó un año, luego vendrían dos años más de corrección, pulitura, envío a editoriales, más pulitura y el Premio.

¿Por qué decidiste tomar estos hechos históricos y transformarlos en Las Horas Claras?
Por que había allí una catástrofe que me pedía hurgar en las mías.  Había una mujer misteriosa, un arquitecto célebre e imperfecto, una época compleja, París. Todos hemos deseado inventar una casa. Todos hemos padecido o tememos padecer el derrumbe de una casa. Quizá solo puedo narrar a partir de la realidad, favor o desgracia que me otorga el trabajo periodístico.

¿Cómo se dio la construcción de estos personajes?
Es cierto lo que dicen todos o casi todos los escritores: los personajes van pidiendo una voz, un rostro, una vestimenta. El escritor solo los escucha. Esta respuesta es tramposa, pero no puedo detallar lo complejo que es el proceso creativo, sobre todo porque hay personajes reales que sumergí en la ficción.

¿Qué opinas de la llamada "prosa poética"? ¿La ves como un género en si mismo o crees que toda prosa debería tener una dosis importante de poesía?
La prosa poética es una de la muchas manera de lleva la poesíaal espacio de la computadora y/o el papel. Solo eso. La novela es otra cosa, es narrativa, es una historia contada, una atmósfera. Me interesan sobre todo narradores con textos que asomen poesía, con pulcritud en el lenguaje.

¿Cómo viviste la escritura de esta historia que le da tanta importancia a la casa, al espacio propio, de creación y existencia, y que narras desde una sociedad que esta perdiendo sus lugares simbólicos?

La escritura de Las horas claras ocurrió en medio de una permanente sensación de vértigo, con punzadas en el estómago que me obligaban a detenerme, beber agua y volver. No hay metáfora alguna en la novela relacionada con el país, al menos no con el que teníamos cuando la escribí. La lectura y el momento actual ofrecen otros espejos. Es un proceso normal, los libros se leen mientras se leen y se relacionan con el tiempo narrativo a la vez que con las circunstancias que nos rodean. No está en mis manos la mirada del lector. La Villa Savoye, de alguna manera, tuvo un final feliz: se recuperó, podemos visitarla. Lo que hoy estamos viviendo en Venezuela son grietas y goteras que ahogan y quizá exigirán un derrumbe definitivo para que luego se emprenda una reconstrucción con los planos originales y propuestas adecuadas al presente por venir.

¿En qué proyectos estás trabajando ahora?
Una amiga sefardí muy supersticiosa me enseñó a no hablar de mis proyectos. Ella es sabia y le hago caso. Pero hay proyectos, ya es mucho decir en tan oscuros días.

Jacqueline Goldberg nació en Maracaibo, Venezuela, en 1966. Doctora en Ciencias Sociales y Licenciada en Letras. Desde comienzos de los años noventa su trabajo discurre entre la literatura y el periodismo. Es autora de una vasta obra que incluye poesía, ensayo, literatura infantil, reportaje y género testimonial. Ha laborado en diversas revistas gastronómicas y generales y ha redactado folletos, anuncios publicitarios y materiales de muy diferente orden. Ha obtenido importantes reconocimientos en varios géneros. Su trabajo poético aparece incluido y reseñado en antologías en Rumania, Corea, España, Puerto Rico, Argentina, Perú, Chile, Estados Unidos, México, Cuba y Venezuela.