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viernes, 23 de noviembre de 2012

"Hay que intentar escribir como nadie lo ha hecho antes" - Entrevista a Santiago Acosta por Raquel Abend van Dalen


Tu libro Detrás de los erizos maneja un registro que tiene como presupuestos la contención, la brevedad e imágenes que son todo menos obvias. ¿Esto respondía a unas concepciones estéticas específicas o iban surgiendo de esta forma los textos?

Al menos la mitad de mi primer poemario fue el residuo decantado de textos que ya había escrito muchos años antes. Por eso es tan desigual en su lenguaje y en sus imágenes; porque se trata de un compendio, de un esfuerzo por dar unidad a lo que era puro desbordamiento. Poco a poco fui hallando métodos para lograr esa unidad y uno de ellos fue la búsqueda de cierto estilo denso y hermético. La lectura de poetas como Paul Celan, Luis Alberto Crespo y Alfredo Silva Estrada había cambiado por completo mi idea de lo que era el sentido en la poesía. Dejaron de gustarme los textos que podían entenderse en una o dos lecturas, con lo que quedaron desterrados de mis gustos la mayoría de los poetas que me habían impulsado a escribir en un primer momento: Oliverio Girondo, Gustavo Pereira, Roberto Juarroz o el Rafael Cadenas de los años setenta, por ejemplo. Sentía que el poema debía ser misterio y ambigüedad. Sobre todo, el poema debía estar hecho de una lengua densa, contraída, extraña. Para mí el sentido está muy claro en todos los poemas de mi libro, como estaba claro en los poemas de Celan y de Crespo. El sentido eran las imágenes, y ahí estaban, muy claras. Sólo el poder de la imagen conformaba para mí la única dirección posible del poema. Hoy, cuando releo el libro, pienso que los peores versos coinciden con aquellos momentos en que no logré del todo esa densidad en la expresión. Afortunadamente no acostumbro releerme.

Detrás de los erizos recibió el Premio Monte Ávila para Autores Inéditos. ¿De qué manera cambió este premio tu modo de concebir la labor poética?

Más que por optar al premio, envié mi poemario a Monte Ávila porque quería publicarlo. Siempre he sido un entusiasta de la colección “Las formas del fuego”, donde leí por primera vez a un grupo de poetas venezolanos de los años ochenta y noventa que aún me gustan: Alberto Barrera Tyszka, Laura Cracco, Manón Kübler, Arturo Gutiérrez Plaza y algunos otros. Ese fue mi primer paso en la lectura de poesía. Monte Ávila era para mí una referencia de capital importancia, por lo que me alegró mucho haberme convertido en parte de su catálogo. Pero pronto comencé a creer que me había apresurado en publicar mis poemas. Me tomó unos seis o siete años terminar ese libro, pero igual sentía que era un poemario adolescente, inmaduro. Luego creí que era buena esa especie de vergüenza que sentía cuando me releía, porque pensaba que me estaba dando a mí mismo una lección fundamental. Lo vergonzoso sería, más bien, estar orgulloso de los libros que uno publica. Lo mejor, como decía Bolaño, es olvidarse del libro apenas lo reciba el editor. Sin embargo, y aunque ya me siento lejos de todo lo que quise hacer con Detrás de los erizos, estoy seguro de que no hay nada falso en esos poemas; aún creo que son textos muy honestos y que todo lo que dije en ellos era cierto.

¿Los poemas vienen antes de la poética o la poética antes de los poemas?

Creo que el poema siempre tiene que estar antes, porque la poética es sobre todo una coherencia entre varios textos. La poética –si por ella se entiende, digamos, la especie de plan que uno tiene cuando escribe– siempre está formándose, deshaciéndose y contradiciéndose. No es estática; se consolida a medida que uno escribe, pero sobre todo a medida que uno lee. Cada poema es una foto de lo que pasa cuando esa poética está en un proceso de transformación que consiste de caminos posibles, retornos inesperados, atajos imprudentes y muchos fracasos. Lo principal no debería ser mantenerse fiel a una poética sino escribir, seguir escribiendo sin parar. Y leer mucho, sobre todo autores jóvenes, nuevos, vivos. A los viejos también hay que leerlos, pero querer escribir como ellos es como pretender vivir de comida descompuesta. Hay que intentar escribir como nadie lo ha hecho antes.

Eres muy conocido por tu labor editorial en la revista El Salmón, que incluso fue galardonada con el Premio Nacional del Libro en el rubro de revista cultural. ¿Qué nos puedes contar de ese proyecto? ¿Veremos nuevos números?

El Salmón fue una aventura que terminó justo a tiempo. Creo que las condiciones están dadas para que aparezcan revistas mucho mejores y más necesarias en Venezuela. Si algo probó nuestro proyecto es que la excusa de la falta de financiamiento ya no es tan válida. En Venezuela nunca habrá financiamiento para una revista independiente de poesía, y eso está bien, porque una revista independiente no debería estar financiada por ningún organismo público ni privado. El presupuesto anual de El Salmón era prácticamente nulo; se imprimía en excedentes de papel, en horas extra, y gracias al corazón santo de Javier Aizpúrua. Una publicación con un diseño menos pretencioso pudiera hacerse sin gastar ni un solo centavo. “La plata es lo de menos”, decía Willy cada vez que podía, y era verdad. Todo lo que hace falta es cooperación y compromiso. Los proyectos se frustran cuando esas dos cosas desaparecen o son reemplazadas por la sed de fama, los egos hipertrofiados, la envidia, en fin, todo eso que nos define a los poetas.

¿Cómo se vinculan en ti el trabajo editorial y el oficio poético?

Intento que no se vinculen más de lo necesario, porque entonces comienzo a pensar en libros-objeto, objetos-poético-cerebrales, poemarios calidoscópico-electrónicos y demás ideas audaces que sólo es capaz de llevar a buen término la imaginación y el talento paquidérmicos de Willy McKey.

“Caracas”, tu última obra, es un poema largo y repleto de giros coloquiales e imágenes que podrían calificarse de crudas. En suma, es un texto que contrasta fuertemente con Detrás de los erizos. ¿Cómo se llevó a cabo ese tránsito?

Más que un tránsito fue un extravío, una pérdida total de la orientación. Después de Detrás de los erizos escribí dos poemarios que terminé desechando por muchas razones. Por un momento casi me sedujo nuevamente el ansia por publicar mucho y rápido, pero recobré la cordura. Como se sabe, hoy es muy fácil publicar en Venezuela. Cualquier escritor que tenga un par de contactos en el medio literario puede editar su libro en una de las principales editoriales del país. Yo sentía que era más importante hallar un tono y una estructura que me permitieran trabajar en textos diametralmente opuestos a lo que ya había hecho. Creo que cada poemario que uno escribe debería ser una completa reinvención de la poética que ya agotamos en el anterior. Eso, por supuesto, ya me ha condenado a dos libros malogrados, pero cada uno es un paso que he tenido que dar para hallar esa nueva voz que busco y que, como las otras, será provisional, pasajera y siempre inconclusa.

¿En qué estás trabajando ahora?

Luego de publicar “Caracas” pasé más de un año sin terminar ningún texto. Hace un par de meses, cuando ya empezaba a sentirme por fin a gusto en una nueva ciudad, comencé de nuevo a concluir poemas. Como siempre el proceso es difícil porque se trata de hallar una nueva voz y de reinventar mi forma de escribir  y de pensar la poesía. Ya son seis años desde Detrás de los erizos; es mucho lo que ha cambiado y mucho más lo que ha ocurrido desde entonces. Recuerdo que lectura de Manuel Vilas y de Postpoesía de Agustín Fernández Mallo contribuyó a que sintiera la necesidad de cambiar de rumbo una vez más. Además, siento que a la poesía venezolana joven le falta riesgo, y por eso me parecen tan necesarios los experimentos poéticos de Willy McKey, José Delpino y Eduardo Febres, por ejemplo. Creo que Boris Izaguirre dio en el clavo cuando dijo en los años ochenta que los venezolanos nunca podremos ser vanguardistas porque nos importa demasiado ser bellos. Entiendo que los valores estéticos de la poesía de nuestros “padres” aún significan y significarán un tremendo peso sobre nuestros hombros, pero ya tenemos que comenzar a olvidarlos y pensar en nuestro tiempo, en las crisis que nos unen, pero también en el futuro y sus infinitas posibilidades. Si seguimos escribiendo como si nada de eso nos afectara estoy seguro de que pasaremos a la historia (si alguna vez nuestra crítica comienza a decir la verdad) como una generación aburguesada, dormida e impotente. Que Salustio nos perdone.


Santiago Acosta. Ha publicado el poemario Detrás de los erizos (Ganador del V Concurso para Obras de Autores Inéditos de Monte Ávila Editores, 2007) y la plaqueta Caracas (PLUP, Buenos Aires, 2010). En San Francisco, EE UU, fue codirector de Canto: A Bilingual Review of Latin American Civilization, Culture, and Literature. En Caracas fundó y dirigió, junto a Willy McKey, la revista de poesía El Salmón (Premio Nacional del Libro, 2010). Reside en Nueva York desde 2013, donde realiza estudios doctorales en Columbia University.

jueves, 15 de noviembre de 2012

"Hoy tenemos necesidad de reconciliarnos con el verdadero sentido del deseo" - Entrevista a Christian Díaz Yepes por Raquel Abend van Dalen


¿Cómo conjugas la labor del escritor con la vocación sacerdotal?
No hay dicotomía ni competencia entre ambos matices de mi persona. Soy servidor del Verbo de Dios que se ha hecho hombre. Por eso, todo lo que me permite vivirlo me hace realizarme más plenamente. Poetizo como sacerdote.

Creo que ambos oficios requieren una buena dosis de soledad y meditación, ¿cómo te enfrentas a esa doble exigencia?
Meditación y soledad que no puede ser aislamiento ni ruptura con los demás. ¡Todo lo contrario! El Verbo exige ante todo una escucha y luego atención para comunicarlo oportunamente. Mi labor como sacerdote me ayuda a estar a la escucha de la Palabra de Dios, de la historia y de cada persona en particular. Con mi poesía trato de prolongar y de cierta manera “interpretar” esta escucha a través de nuevas formas. Pero todo brota del Evangelio, que ciertamente viene a ser esa paleta donde artistas de todos los tiempos han mojado su pincel, como decía Chagall.

¿En qué sentido te sirves de la experiencia religiosa para la escritura poética?
En ningún sentido “me sirvo” de ella. Una persona no “se sirve” de su cuerpo para amar a otra ni “se sirve” de su mente para entender su vida, sino que “es” completamente persona cuando ama, cuando piensa, cuando se relaciona con otros, etc. La espiritualidad es la experiencia de unificar cada aspecto de la vida en un todo armónico que se proyecta hacia lo eterno. Por eso yo trato de vivir a plenitud el llamado espiritual que Dios me ha hecho y de allí brota todo: la predicación, un consejo a una persona, un servicio pastoral, etc. Todo esto lo vivo como experiencia poética que luego se expresa a través de palabras y formas concretas.

¿De qué manera la poesía alimenta tu vida como sacerdote?
La alimenta en cuanto manera de acercarme a la realidad: esa realidad que puedo ser yo mismo, esa realidad que me viene al encuentro en cada hermano y esa realidad más íntima y trascendente que es la experiencia de Dios. Luego esto se traduce en una relación muy concreta con la Palabra: continuamente me ayuda a moldear la forma de transmitir esperanza, de abrir hacia el horizonte más vasto que cada uno lleva en sí mismo y muchas veces desconoce. La Palabra me ayuda a acompañar a muchos en su peregrinación tras este horizonte.

He notado que trabajas el tema del deseo en tu poesía y esto es algo que llama la atención; especialmente en una sociedad en la que la palabra "deseo" está fuertemente inclinada hacia el ámbito de lo sexual. ¿Cómo lidias con este prejuicio?

No sólo con este prejuicio, sino con muchos otros. Porque ciertamente vivimos en una sociedad que critica los dogmas de fe, pero se mantiene aferrada a unos “dogmas” que sí son verdaderamente cerrados y excluyentes.
Para mí el deseo es una categoría poética recurrente porque busco conocer de qué se trata realmente el deseo. Esta palabra viene del latín “de-siderio”, que significa “movimiento hacia las estrellas”. El deseo es la experiencia que ha hecho el hombre de todos los tiempos cuando de frente al cielo se siente llamado a alcanzar esa inmensidad que le desborda, pero que reconoce como destino último. Con los pies en la tierra alza su mirada al cielo y se siente empujado hacia allá. Esto está muy presente en toda la tradición bíblica, cristiana y religiosa en general. Dios invitó a Abraham a mirar hacia el cielo para descubrir cómo sería su historia, los magos se encontraron con el Mesías recién nacido porque supieron interpretar los signos del cielo y finalmente el Apocalipsis nos habla de la ciudad santa que desciende del cielo, imagen de la humanidad glorificada. Los antiguos romanos llamaban a la bóveda celeste “templum”, de donde deriva el término “templo” y también “contemplar”. Ellos manejaban un instrumento con el mismo nombre para que les ayudase a orientarse en la tierra y en el mar. El que se pone conscientemente de frente a lo celestial aprende a orientarse sobre la tierra y a mantener una mirada que va siempre más allá. 
Por todo esto el deseo ha sido un tema tan recurrente en la biblia y en los místicos. Pensemos por ejemplo en los Salmos o en el Cantar de los Cantares, ambos libros habrán sido lectura asidua de Jesús y marcaron su forma de orar y de ver su propia historia y el mundo; pensemos en la experiencia espiritual y en las predicaciones de san Agustín, en la pasión evangélica de san Francisco de Asís, en el arte místico de santa Hildegarda de Bingen, en la poesía de san Juan de la Cruz y Teresa de Ávila, en Hopkins y en Merton, así como en el poeta Rumi y el sufismo en la tradición persa, en las Mil y una Noches y en la poesía árabe en general. Hoy tenemos necesidad de reconciliarnos con el verdadero sentido del deseo para dar respuesta a tantos intentos de alienación del ser humano, para volver a despertar nuestros anhelos más profundos y liberarnos de la esclavitud del materialismo y la manipulación.

Hay toda una tradición de poesía mística en occidente que se vale de imágenes y metáforas que también tienes en tu obra, ¿qué de esta herencia ha sido determinante para ti?, ¿qué no?, ¿en qué te distancias de ésta?
Sí, ciertamente me influencia mucho. Como te mencionaba antes, trato de beber conscientemente de esta tradición y de vivir y crear desde ella. Tres veces al día hago oración con los Salmos y esto me ayuda mucho a mantenerme en esta visión. En mi poesía hay temas recurrentes como el deseo, la tensión existencial, la búsqueda, el encuentro gozoso, así como la pérdida y la muerte. Manejo imágenes como la sed, el agua viva y vivificante, los hilos que se tensan, el cuerpo lacerado, lo sensorial… Todo esto entronca con esa tradición de la que hablamos.

¿Vives alguna forma de tensión entre lo corporal y lo espiritual al escribir poesía o, por el contrario, éstos se armonizan?
Cuando comprendemos que el Verbo se ha hecho carne, como dice el Evangelio, superamos cualquier tensión entre lo corporal y lo espiritual. Yo sé que esta dicotomía ha estado presente en distintas épocas y autores cristianos, pero eso se ha debido más a los esquemas culturales e ideológicos que al verdadero sentido del cristianismo. Hoy en día tomamos conciencia de esto con mucha lucidez, hasta el punto que en la misma Iglesia católica hablamos de la “teología del cuerpo”, la cual nos permite asumir esta dimensión de lo humano desde toda la profundidad de su misterio y vocación hacia la trascendencia.

¿Has pensado en escribir narrativa?
No lo he “pensado”, como tampoco pienso nunca en escribir poesía. Escribo para expresar una experiencia espiritual mía y de muchos que luego va adaptándose a la forma que mejor le ayude.

¿En qué estás trabajando ahora? ¿Tienes algún nuevo proyecto poético?
Me mantengo escribiendo temas de espiritualidad y crecimiento cristiano. En poesía tengo varias obras concluidas aún sin publicar y sigo trabajando en un poema de largo aliento que me pide mucho tiempo y dedicación. 


Christian Díaz Yepes (Caracas, 1980): Sacerdote y poeta, en 1996 recibió el Premio Nacional de Poesía Juvenil del Ateneo de Caracas, así como el de la Casa de la Poesía de Caracas. Su primer libro, “Las Ruedas” fue seleccionado en concurso y publicado por Monte Ávila Editores Latinoamericana en 1999. En 2004 la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello publicó su libro “Una Barca". Así mismo, ha publicado y recitado en  Italia, Suiza, España, Brasil y Siria. Varias muestras de sus obras han sido traducidas al Inglés, al Italiano y el Árabe. En 2010 recibió el Premio Trípode de literatura cristiana por el libro de espiritualidad “Beber de la fuente de la paz”, reeditado en Madrid por la Editorial Ciudad Nueva en 2014. También fue nominado en 2010 para recibir el Premio Mundial de Poesía Mística en la Ciudad del Vaticano. Hasta julio de 2012 ejerció su labor pastoral en la parroquia La Anunciación del Señor de La Boyera, Caracas, y la docencia en el Seminario Mayor Arquidiocesano de Caracas. Desde hace cinco años edita junto a su padre, el periodista Luis Díaz Fajardo, la revista de espiritualidad Palabra y Vida.  Actualmente vive en el Centro de Espiritualidad “Cor Unum”, de la “Mariápolis Castillo Exterior”, ciudadela del Movimiento de los Focolares en Madrid, España. También cursa el Doctorado en Teología Sistemática, en la Universidad San Dámaso.

jueves, 27 de septiembre de 2012

"La literatura venezolana, en Venezuela, en general, precisa de mayor atención" - Entrevista a Miguel Marcotrigiano por Raquel Abend van Dalen


En ti se conjugan el profesor universitario, el crítico literario, el ensayista y el poeta. ¿Cómo manejas estos oficios que, aunque están relacionados, pueden entrar en conflicto?

No entran en conflicto. La escritura académica y la “creativa” (por darle un nombre) son, a fin de cuentas, ejercicios escriturales. La intención es otra en cada caso, claro está, pero comparten lo que Jakobson denominó la función expresiva. La docencia también conforma un discurso de otra naturaleza, pero es palabra a fin de cuentas. Todos estos discursos provienen de un mismo individuo que se refracta en diversas facetas pero, creo, son complementarias entre sí.

Eres conocido por la atención que le has prestado a la poesía venezolana. Tu libro Las voces de la hidra se ha vuelto referencia. ¿Consideras que a la poesía venezolana le hace falta más estudios críticos amplios?

Efectivamente. La literatura venezolana, en Venezuela, en general, precisa de mayor atención. A veces siento que somos mezquinos con nosotros mismos. Ver, cuando estuve en Salamanca, cómo estudiantes de distintas latitudes, analizaban y valoraban nuestro hacer literario me hacía pensar constantemente en por qué entre nosotros son escasas pasiones similares. Escuchar diversas ponencias o aproximaciones críticas sobre nuestros poetas, narradores, ensayistas, dramaturgos y hasta pensadores, elaboradas por estudiantes de postgrado provenientes no solo de España sino de Italia, México, Perú, Argentina, Chile, Grecia, y otras naciones, me llevaba a la admiración y a preguntarme –repito- por qué en nuestro país nos despreciábamos. Nos faltan ediciones críticas sobre nuestros autores. Las universidades –entre otras instituciones que se dedican a la investigación literaria- son las llamadas a preparar estas ediciones. En Venezuela, sabemos, hay excelentes investigadores, pero las universidades no parecen estar dispuestas a invertir en la investigación. Las privadas, por ejemplo, son un caso patético.

¿Qué lugar crees que ocupa la crítica literaria sobre poesía venezolana?

La poesía parece haberse convertido, con el paso del tiempo, en una suerte de “coco” entre los estudiantes de literatura. Denuncian a cada paso no entenderla, no saber cómo enfrentarla, abordarla. Los pensa de estudios deben dejar de ser tímidos ante los cursos de poesía. Se trata de crear una cultura del poema. Claro está que esto se refiere al tema de los estudios universitarios formales. Pero esta cultura debe generarse desde otros espacios y no solo los académicos. Todo esto lleva a que la crítica, cuando se refiere a la poesía, sea muy modesta y, en los mejores casos, apenas alcanza la reseña más o menos laudatoria del libro del amigo o conocido.


También es conocida tu labor como director del taller de poesía de la UCAB. ¿Cómo ha influido este trabajo en tu obra?

Más que dirigirlo, lo coordino. Algún gesto “dictatorial” habrá. Debe haberlo siempre, pero desde la idea del trabajo en común. Comencé mi labor académica en el Taller de poesía de la UCAB, precisamente. Entré a sustituir a un excelente conductor de este espacio: Leonardo Padrón. Leonardo se dedicaba de lleno a la escritura para la televisión y dejó vacante la “cátedra”. Fui contactado por el que entonces dirigía la Escuela de Letras y acepté gustoso porque ya la poesía en mí era un asunto de pasión. Había cursado en dos talleres: uno del CONAC, guiado por Rafael Arráiz Luca, y otro del Celarg, conducido por Ida Gramcko. Fueron excelentes coordinadores de taller, con obra y experiencia comprobadas. Me dieron muchas claves y “secretos” de escritura, así como me descubrieron un mundo vastísimo de poetas y reflexivos sobre la palabra y el hecho poéticos. El grupo que me tocó  guiar, la primera vez, estaba compuesto por gente excelente: respetuosos, buenos lectores y fueron muy amables conmigo, pese a que venían de las manos de un “cuarto bate”. Hicimos migas, de inmediato, y ya son casi 22 años de labor al frente de talleres.
Supongo que en mis poemas siempre hay un matiz didáctico y esto debe ser producto del trabajo docente en los talleres, que es de naturaleza distinta a las clases formales frente a las cátedras de la carrera. De más está decirte que los consejos y datos que ofrezco en los talleres, siempre están presentes cuando elaboro mi propio discurso lírico.
En mis talleres siempre soy cuidadoso de desarrollar la escritura del poema en el otro, evitando que éste haga copias de mi escritura. De hecho no suelo mostrar mis textos en mi taller. Cuando la insistencia en conocerlos es ya mucha, entonces espero el final del curso para ponerlos ante los ojos de los talleristas.

En tus libros le das un rol protagónico al diálogo con otros autores. Como ocurre, por ejemplo, en tu poemario Dípticos o en la plaquette Orfandades. ¿Cómo influyen estas voces ajenas en tu trabajo?

Son mis lecturas. Dípticos y Orfandades, están emparentados, pero más bien como primos hermanos. En cada uno la naturaleza del poema es distinta. En el primero, trato de apropiarme de un código de otro autor, para expresar la propia experiencia. En el segundo, en cambio, escribo desde el poema y la experiencia de vida del otro. Supongo que acá, también, está mi esencia expresándose. Me gusta pensar que es así. En los dos casos uno está ante la experiencia de lo ajeno y cómo ésta ejerce influencia en el yo propio. De hecho el año entrante debe aparecer un trabajo mío que no es otra cosa que Orfandades in extenso. En todo caso siempre se trata de mis lecturas, de los poetas a los que acudo de vez en cuando para no olvidarme de los que me antecedieron, de los maestros.

En esta misma línea, ¿cuáles son tus mayores influencias literarias?

Esta respuesta puede variar con el tiempo. Si lo pienso en este momento puedo decirte que los autores que identificas en los libros mencionados son influencias. Puedo decirte también que, en cuanto a la poesía venezolana, no debo dejar de mencionar a Eugenio Montejo, Juan Sánchez Peláez y Luis Alberto Crespo, por ejemplo. Aunque son muchos más. En cuanto a otras latitudes, Eliot, Whitman y Pavese, son insoslayables. También son muchos más. Debo añadir que soy un lector apasionado de la narrativa y que de las muchas novelas que he leído surgen las “ideas” y el material sensible de mis poemas. Alguna película también me ha inspirado (para usar la dichosa palabrita).

Tu libro La soledad del náufrago, que acaba de ser publicado, dado a que está armado con poemas antiguos, recientes e inéditos, así como textos en prosa ¿lo considerarías una antología poética o un libro independiente?

No es una antología, en lo absoluto. Tampoco lo es Ocurre a diario, aunque quienes lo leen se empeñan en clasificarlo de tal. Ocurre… es mi poesía reunida de lo publicado entre 1991 y 2005, más un libro que iba a aparecer en Monte Ávila pero que luego permaneció inédito, porque la nueva administración de entonces lo consideró “fuera” de sus líneas editoriales, lo que quiera que signifique la manida frase. La soledad del náufrago está, como bien señalas, conformado por textos éditos, inéditos y por una serie de textos que reflexionan sobre la poesía, sobre mi poesía y sobre mi persona, al final del libro. Como señalo en el texto “Previo”, cuando los poemas publicados son arrancados de las colecciones que los contenían originalmente e insertados en una nueva serie, de inmediato su significación sufre alteraciones. Ya son nuevos poemas. Por tanto, se trata de un nuevo libro. Varias manos se metieron en este guiso. Las de Adalber Salas, a quien debo la lectura de toda mi obra y la reorganización del libro; las de Alexis Romero, que antes había emprendido la labor de señalarme cuáles de mis poemas le parecían los de mejor factura; las mías mismas, porque no lo pude evitar. Soy malo con la matemática así que no me creas mucho, pero considero que el libro contiene un 40% de textos inéditos, aunque –debo repetir– el libro en general es, para mí, un todo novedoso dentro de mi producción.

¿Cuáles son tus próximos proyectos?

Como adelanté hace tres preguntas, debe aparecer un libro durante el primer trimestre del año entrante, pero no quiero hacerme ilusiones. Ya está en manos de la editorial que lo acogió. Se trata, como señalé, del trabajo completo que apenas se esboza en Orfandades. Se titula Ajenidad y ya sabes de qué va. Tengo mucha más fe en esta escritura que en la que he hecho hasta ahora. Aunque esta no pueda entenderse sin aquella. La escritura del poema se va abriendo paso en medio de los compromisos escriturales académicos o críticos. Ni siquiera hay que echarle una mano. Hay otras ideas en camino, pero hasta ahora son sólo eso: ideas. No he escrito nada más, hablando de poesía, desde que terminé el libro que te refiero.


Miguel Marcotrigiano L. (Caracas, 1963). Licenciado en Letras por la Universidad Católica “Andrés Bello”. Magister en Literatura Venezolana de la Universidad Central de Venezuela. Cursó estudios doctorales en Vanguardia y Pos vanguardia en España e Hispanoamérica, en la Universidad de Salamanca (España). Es autor de los libros de poesía Concierto vegetal a la luz de la luna (Mérida, 1991), De Arcanos y otros signos (México, 1994), El mismo juego (Mérida, 1994), Dípticos (Caracas, 1995), Esta sombra que nos habita (Caracas, 2005), Ocurre a diario. Poesía reunida, 1991-2005 (Mérida, 2006), Orfandades (2011) y La soledad del náufrago (2012). Es coautor de 30/50. Aproximación antológica a los poetas vinculados con la UCAB en sus 50 años (Caracas, 2005). Ha sido incluido en antologías de Francia, España, Argentina y Venezuela.



martes, 25 de septiembre de 2012

"Me gusta la discreción en la poesía" - Entrevista a Ricardo Ramírez Requena por Raquel Abend van Dalen





En ti se cruzan tres oficios: el de librero, el de profesor y el de poeta, ¿cómo los vinculas entre sí?


El vínculo se da a través del libro y de la literatura. Hay un comercio, en el sentido antiguo de la palabra, entre los tres. Al final, es tratar con gente a quienes tienes que invitar a leer. En eso se resume todo.


Se ha dicho que la labor de enseñanza puede entorpecer la labor creativa. Sin embargo, también se da el caso de creadores, no sólo del área literaria, que hacen de la labor pedagógica un acto que contribuye con su obra. ¿Qué opinas de esto?
Creo que la labor pedagógica sí puede entorpecer la labor creativa, esencialmente cuando hablamos de ficción y de poesía. Pero creo que la labor crítica se ve fortalecida. Pienso que los mejores ensayistas de los tiempos modernos y posmodernos tienen que ver con la Universidad en la mayoría de los casos.

El hecho de estar rodeado de libros, que no le pertenecen a uno, por tantas horas diarias tiene una incidencia en el modo en que se entiende la literatura. ¿Cómo influye este hecho en ti?

Los años como librero me han enseñado a acercarme a la gente, a lo que busca, a sus inquietudes. Eso es lo que más agradezco. Los libros sin lectores no tienen sentido, y nada mejor que poner libros en las manos de la gente.

Mi abuelo fue dueño y librero de la Librería Las Mercedes (actualmente Alejandría I) por muchos años, y esto tuvo un efecto muy grande en el modo en que concibo el mundo. ¿Podrías decir que tus años como librero te han dado una dimensión distinta sobre la realidad?

Mi dimensión de la realidad trata de ser lo más abierta y plural, gracias precisamente a los diferentes tipos de escritores y lectores. Mientras exista la necesidad, todo es bienvenido. Sin necesidad, todo es falso.


Sé que has impartido talleres sobre blogs literarios, ¿cuál es tu opinión sobre la relación entre la literatura y los medios electrónicos? ¿Cómo crees que esta relación se irá transformando en el futuro?

Hasta ahora, el vínculo mayor entre literatura y medios electrónicos tiene que ver con el lector. Así como las relaciones comerciales han cambiado en estos tiempos de hipermodernidad y el rey es el consumidor, en las redes el rey es el lector. Él decide qué leer, qué debe leerse, y cuáles son las formas y temáticas que predominan. El lector es el rey, y los escritores se deben a él en los medios electrónicos.


Hasta hace poco, de tu obra sólo conocía esa colección de breves textos que titulaste Busconianas. Desarrollaste tu actividad poética con bastante discreción. Quisiera que me contaras sobre tu poemario Insilios, el cual ganó Mención en el Premio Eugenio Montejo.
Me gusta la discreción en la poesía. El poemario con el que quedé de finalista tiene algunos poemas que llevo muchos años trabajando, así como su concepto. Creo en el concepto de libro, lo considero esencial. El poemario trata con humor, ironía y sutileza las diferentes formas de la partida. Lo demás, tendrías que leerlo.

¿Cómo Insilios terminó convirtiéndose en Maneras de irse?
Gracias a la lectura de Alexis Romero. Le di a leer el poemario y luego de hacerlo me dijo que el nombre del libro, realmente, era “Maneras de irse”. Lo releí y sí, tenía razón.
Yo estaba equivocado.

Dices que para tí es esencial tener un concepto de libro a la hora de escribirlo. ¿Qué concepto sustenta Maneras de irse?
Los puntos de fuga: la migración, los viajes, los regresos, las despedidas, las dudas, las certezas que todo movimiento, tránsito, genera. Quise explorar esto. Tenía años haciéndolo. Luego de varios intentos, logré concretar el concepto del libro, gracias a diferentes lecturas de amigos. Para mí, fue muy importante la de Willy McKey. Me dijo algunas palabras que me llevaron al concepto correcto. Pensé el libro como un calidoscopio que nos muestra puntos de fuga: ese momento, antes, durante o después de la acción, en donde tomamos conciencia de lo que se pierde, y de cómo aquello que se pierde nos hace quienes somos, en las salidas o las llegadas.

¿Cómo cambia tu relación con el libro ahora que uno lleva tu nombre?
Mi libro será uno más dentro de los libros en una librería, lo que me complace. Me gusta también la idea de entrar en el río de la poesía venezolana. Es un privilegio. Y una responsabilidad.

¿Tienes pensado intentar otros géneros literarios como el ensayo o la narrativa? ¿En que proyectos estás trabajando ahora?
Abandoné el cuento hace un tiempo y dejé de intentar ir hacia la novela. Tengo más de un año escribiendo un Diario y es en lo que estoy trabajando con fuerza en estos momentos. Tengo también en proceso dos poemarios, pero solo uno ha avanzado lo suficiente: será un poemario que tendrá como tema único al beisbol: sus jugadores, momentos históricos, etc. Me interesa explorar eso que está presente en nuestra psique colectiva. Ese vínculo específico con ese deporte. Voy avanzando.

Ricardo Ramírez Requena (Ciudad Bolívar, 1976). Poeta, librero. Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela. Ha sido finalista de la Semana de la narrativa urbana (2010) y del Concurso de cuentos de la Policlínica Metropolitana (2011 y 2013). Textos suyos están publicados en España y México. Ha sido colaborador de Los Hermanos Chang, Prodavinci y Ficción Mínima, entre otras publicaciones digitales y de Literales, del diario Tal Cual y el Papel Literario de El Nacional. Ha sido profesor en diferentes universidades venezolanas. Actualmente es profesor de Literaturas Occidentales en la Universidad Central de Venezuela, y en diplomados de escritura creativa, además de trabajar en la Coordinación de Mercadeo y Atención al Cliente en editorial Alfa. Con el poemario Maneras de irse, resultó finalista del I Premio Equinoccio de Poesía Eugenio Montejo. 

Fotografía: Lisbeth Salas