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jueves, 20 de agosto de 2015

"Los transportes públicos son una especie de hábitat" - Entrevista a Néstor Mendoza por Raquel Abend van Dalen



Cuando somos pasajeros vemos cosas que no estamos supuestos a ver. No solo desde la ventana al exterior sino también hacia el interior del “vehículo”. Así leí tu poemario Pasajero, porque más allá del título, me refiero a la labor de contemplación y reflexión que llevas a cabo a través de estos poemas. ¿Qué opinas?

A veces pienso y siento que los transportes públicos son una especie de hábitat, de ecosistema. Son pequeñas islas móviles. Dentro de ellos, específicamente cuando el sol está más alto y fuerte, dictatorial, nos sumimos en un letargo momentáneo, bien sea que estemos sentados o de pie, apretujados, oliendo o intentando evitar el roce con los demás. Últimamente, casi sin proponérmelo, detallo la vestimenta, la contextura de los pasajeros; intento ver en ellos su individualidad, que muchas veces se anula por la cantidad de personas que confluyen en el vehículo. Quizá lo hago por ocio, pero principalmente como una manera de ver sus intenciones encubiertas, es decir, de ver si solo son simples pasajeros o potenciales delincuentes. Es un miedo que compartimos quienes tienen como alternativa el traslado en este tipo de “unidades colectivas”, aquí, en alguna ciudad venezolana, de evidente peligrosidad a ciertas horas del día o incluso a cualquier hora del día. No obstante, celebro, secretamente, el esfuerzo de los viajantes que van o regresan del trabajo, uniformados y con el bolsito del almuerzo. Valoro su constancia y su dignidad a prueba de todo.  He afinado un poco la visión, la ejercito diariamente. Sé que hay algo de voyerismo. Con Pasajero intento mirar doblemente: hacia afuera y hacia adentro, desde el carnet que cuelga del cuello, desde las marcas brillantes que deja el planchado prolongado en algunas prendas, hasta la sencillez de un gesto descuidado que refleja bondad o incluso cuando alguien duerme y el que está al lado lo contempla, lo cuida sin darse cuenta. Reflexiono y pienso, es verdad, pero no siempre con la finalidad de que estas percepciones se materialicen en el poema. Ese es otro proceso, más largo y no siempre fructífero. Me gusta la noción de tránsito, de movilidad, de contemplación. Esto puede ser útil en un poema o en varios poemas del libro, pero no me propongo una poética general. El pasajero es un ciudadano, venezolano específicamente, que mira a través del cristal manchado o sucio y juzga el entorno con cierta nostalgia, decepción, rabia o apatía, muy pocas veces con júbilo.

Sentí que la voz poética va de ver lo que rodea al hablante a verse a sí misma. Del "jabón que está siendo parte del cuerpo" al "día que no le cede su puesto a la noche". ¿Qué es este paisaje que rodea al personaje, que no termina de construirse o de destruirse?

Premeditamente, la voz poética se hace presente de diversas formas en Pasajero. Lo que no pude prever fue su trayecto o desembocadura. La voz puede ser el pasajero común, cotidiano, también puede ser el médico forense del poema “Dócil”, el espantapájaros, Prometeo, un entomólogo, un simple paseante del centro de Valencia. Siempre, o casi siempre, hay una voz que observa lo que otro u otros hacen. Es un testigo que toma cierta distancia, pero inevitablemente forma parte de lo que está presenciando. Ciertamente, en el poema que has citado, “Orden”, hay un proceso de transformación nada elocuente, diríase más bien sencillo, muy usual. Quise que esa “construcción o destrucción”, que cada lector ve, se diera de manera más natural, como el giro monótono de una llave o el cierre de una ventana, tras un anuncio de lluvia. También sucede algo parecido en el poema “Ladrillos”, en el cual lo que observa el yo poético se acerca y se confunde, se mezcla, mientras el muro se eleva ante su mirada atenta. El paisaje, como tú dices, se va construyendo o destruyendo, alternativamente, en varios poemas de Pasajero.

¿Qué espacio le das al pájaro o al ave en Pasajero? ¿Es un animal que te persigue desde tu primer libro Andamios?

Me persigue sin darme cuenta. Es una presencia que surge espontánea, nunca forzosamente. En Andamios, por ejemplo, está el poema “Indecisión”. Desde el mismo inicio, el epígrafe de Enrique Mujica me acompaña, me “persigue” de algún modo: “Un pájaro solo hace/ dos cosas: / o vuela o está sobre/ las ramas. // Pero es tanto/ tener dos vidas”.  Es un poema que suelo recordar en silencio. En Pasajero hay varios textos en los cuales el ave aparece, directa o indirectamente. Me genera especial emoción la paraulata del poema “Deja vu”, ave que vivió en casa de mi abuela paterna, por muchos años, y que recuerdo en su encierro lleno de excremento, cantando. Además del ave como animal concreto, me interesa la noción del vuelo, de elevación, que ya se perfila en Andamios. No me propongo destacar reiteraciones místicas, solo intento mostrar algunas preocupaciones o reflexiones, que parten, en su mayoría, de objetos o situaciones que están al alcance del ojo. Es un proceso retiniano.

La figura de Dios, tanto en Andamios como en Pasajero, algunas veces está presente como lo está en el hablar venezolano, como una presencia completamente natural y encubierta en las palabras, y otras veces es lo que provoca una pregunta. Así lo vivo como lectora… Ahora, lo que quiero saber es: ¿cómo lo vive el autor?

No soy partidario de las generalizaciones, pero en ocasiones es necesario echar mano de ellas. En nuestro caso, veo que la presencia de Dios está bastante arraigada en el refranero popular venezolano. Dios como interjección, como dicho, como frase de todos los días. En este momento me viene a la mente la frase “Si Dios quiere”, o “Dios mediante”, tan habitual entre nosotros. Ahora bien, en ambos libros, esa presencia no es eclesiástica, es un Dios que nace de una naranja y sin feligresía, como en Pasajero; o es un niño que corre detrás de Dios, en Andamios. Tú lo has dicho muy certeramente, su presencia está “encubierta en las palabras”, casi siempre. Yo lo vivo así, como un compañero de viaje, fraterno.


En Andamios, ¿cómo viviste el trabajo de la memoria?

Mucho de lo que escribo pasa por la red de la memoria. La memoria como paisaje reconstruido, que
se forma con retazos y fragmentos. Como arena cernida, las vivencias se confunden con las lecturas y las estructuras estróficas o métricas que le dan forma física como discurso lingüístico. Sobrenaturaleza, diría José Lezama Lima. En Andamios es evidente el trabajo de la memoria, la memoria vista como insumo que posibilita la escritura, es decir, lo que rescato y logro reconstruir como imagen en el poema. Es necesario, sin embargo, ir más allá del simple recordar cosas y dejar testimonio de ellas en el papel o la plantilla de Word. La memoria, en sí misma, no sirve para el hallazgo o el logro formal y vital del poema. Es un proceso más complejo, dinámico, que maneja matices que intento dominar. La memoria como un recurso más.

¿Crees que el utilizar el transporte público para moverte por la ciudad ha influido en tu forma de vivir la literatura?

Movilizarme en transporte público ha repercutido en mi particular manera de vivir y leer la literatura. No sé hasta qué punto, pero no puedo negar esta circunstancia. Esta influencia, obviamente, no es excluyente. También valoro el encierro y las reflexiones que se suscitan allí. No descarto ninguna experiencia, venga de donde venga. Diría que vivo la literatura, y especialmente la lectura de poesía, como un hábito hermoso y doloroso. Soy una persona de roles, como todo el mundo. Creo que vivir así, de esa manera, sin peldaños o jerarquías, me ha dado una identidad, o mejor, una forma de estar. Convierto ese vivir en un músculo y lo voy ejercitando con la mancuerna de la lectura ocasional, de la relectura de mis autores más filiales.

¿Qué te atrae de la literatura clásica del Siglo de Oro español?

El Siglo de Oro español se traduce, en mí,  en la lectura de algunos poemas de Góngora y Quevedo. En Góngora, por ejemplo, suelo recordar los primeros seis versos de las Soledades y el poema “Celos”. De Quevedo, un par de poemas burlescos y aquellos muros de la patria mía. Hay un poeta muy poco conocido, quien también fue contemporáneo de ambos, Baltasar del Alcázar. Este poeta, que algunos llaman “menor”, escribió un poema festivo que, como pocos, sí hace reír. Se trata de “Una cena”, largo poema de versos cortos que cuenta una jocosa historia mientras los comensales intentan cenar. En esa lista también incluyo a Sor Juana, sus “hombres necios” y esa basílica barroca llamada Primero sueño, leída muchas veces durante mi carrera universitaria. En definitiva, la lectura del Siglo de Oro a veces es pospuesta reiteradamente, y los tomos duermen verticalmente en mi biblioteca. Independientemente de los autores, ya en el terreno de la “creación”, he intentado ensayar algunas formas estróficas, la cuaderna vía, el soneto y la sextina, que se extienden más allá del siglo XVII hasta el iniciador de la poesía castellana, Gonzalo de Berceo, y cierta tradición trovadoresca.

Si pudieras ganarte una beca para vivir un mes en cualquier ciudad del mundo y desarrollar un proyecto literario, ¿a dónde irías, sobre qué escribirías?

Es muy interesante esta pregunta. Pienso en Lima, por ejemplo, para estudiar con más profundidad a varios poetas peruanos que estimo especialmente, como José Watanabe y Carlos Germán Belli. También pienso en Sevilla, Salamanca o Madrid para realizar algunos estudios sobre poesía española del siglo XX. A veces me paseo por algunas antologías de poesía rusa o rumana  y me gustaría trasladarme a Moscú o  Bucarest, por ejemplo. Pero no solo desde el punto de vista de la investigación literaria, sino con el interés de apropiarme, al menos parcialmente, de la atmósfera de esas ciudades y su paisaje natural y humano, su gastronomía y sus bebidas. El poema “Lluvia moscovita”, de Mandelshtam, encaja en ese deseo: “¿Hacia dónde cae tan avaramente/su frío de gorrión/ un poco para nosotros, un poco para los bosques/ y para el canasto de cerezas?”.
Hace tiempo leí un buen ensayo de Eugenio Montejo sobre el rumano Lucian Blaga. En él, nos retrata a un gran poeta y crítico que pudo haber ganado el Nobel de Literatura, pero que se circunscribió en los predios de su lengua materna, distante lengua romance que suena tan lejana a nuestros oídos. Al final, Montejo nos comenta que el jurado del Premio falló a favor de Juan Ramón Jiménez y toda la tradición hispánica. Desde ese momento, y quizá por ese caso anecdótico, a veces me he sentido atraído por las tradiciones poéticas menos difundidas en Venezuela y, en general, en Latinoamérica. El hecho de hablar y escribir en español te proporciona un vasto mapa lingüístico, que se traduce en la posibilidad de leer a poetas de tu mismo idioma: colombianos, peruanos, mexicanos, uruguayos, españoles, entre otros. Sin embargo, me ha imposibilitado leer en otras lenguas, de cortejar otras lenguas con disciplina. Me siento con desventaja, manco. La lengua es una casa, es cierto, pero puede ser una cárcel en algunos casos.

Cuéntame sobre tu labor como parte del comité de redacción de la revista Poesía en Venezuela.

Pertenezco a la redacción de Poesía desde hace 5 años. Es un gran grupo de poetas amigos, que a pesar de la severa situación presupuestaria llevan adelante una publicación que hoy llega a 160 números desde su fundación, en 1971. Mi tarea es, esencialmente, de colaborador. Por ejemplo, para el número 157, gestioné la inclusión de algunos poemas del poeta austriaco Friedrich Achleitner, traducidos directamente del alemán por Claudia Sierich. Asimismo, algunos poemas del norteamericano Micah Ballard, quien fue traducido por Guillermo Parra y Dayana Freire. Ocasionalmente aparecen textos de mi autoría, ensayos, sobre todo. La revista Poesía es una escuela para nosotros: tengo el gran gusto de conocer y leer a dos de sus fundadores, quienes residen en Valencia: Alejandro Oliveros y Reynaldo Pérez Só. Actualmente, Víctor Manuel Pinto es el director de la revista, y ha logrado mantenerla en pie con la intervención de jóvenes poetas nacionales y un equipo de corresponsales en varias ciudades latinoamericanas.

¿En qué proyectos estás trabajando?

Después de Pasajero, he estado trabajando en un par de textos que podrían perfilar otros escenarios de escritura. Por ahora, es solo un proyecto que inicia y no sé cuánto se pueda prolongar. Me gusta la lentitud en este caso. Necesita olvido y silencio para verlo mejor. Del mismo modo, estoy agrupando algunos de mis ensayos y reseñas sobre poetas hispanoamericanos y venezolanos. Por otra parte, junto con Diosce Martínez, preparo una antología de poesía venezolana, que esperamos culminar próximamente. En definitiva, cuando la oferta y el dinero lo permiten, compro libros e intento reseñar algunos para publicarlos en mi blog personal y algunas revistas electrónicas.



Néstor Mendoza. Poeta y ensayista nacido en Maracay, Venezuela, en 1985. Licenciado en Educación, mención Lengua y Literatura (Universidad de Carabobo). Realizó estudios de Literatura Latinoamericana en el Instituto Pedagógico de Maracay. Ha publicado los libros Andamios (Editorial Equinoccio, 2012) y Pasajero (Dcir ediciones, 2015). En el 2011, recibió el IV Premio Nacional Universitario de Literatura «Alfredo Armas Alfonso», mención Poesía.