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viernes, 11 de abril de 2014

"¿Qué clase de identidad genera el delirio?" – Entrevista a Claudia Sierich por Raquel Abend van Dalen


¿Tu primer acercamiento a la poesía estuvo relacionado con tu especial interés por el lenguaje y la traducción?

Efectivamente, si precisamos que el “interés” por el lenguaje y la traducción brota y se hace lugar mucho antes de que yo decidiera ejercer el oficio; probablemente ha ocasionado, precisamente, la determinación de convertirme en intérprete y traductora. Ese “interés”, cuyo origen me resulta difícil localizar, también me ha colocado en un modo poético antes de acercarme formalmente a la poesía.

La traducción y la poesía son formas lentas y graves de pensar en el lenguaje, el acercamiento a ambas se produce cuando adquirimos consciencia del lenguaje a través de lecturas y de su estudio. Adquirimos consciencia – o venimos al mundo con una suerte de tara, que creo es mi caso. Coloco “interés” entre comillas, porque se ubica en la temprana infancia: desde que tengo memoria experimento una particular sensibilidad (irritación, alteración, atención) hacia el lenguaje, sus formas, sus márgenes. Se podría describir como wortfühlig, forma feliz que encontró el poeta Reiner Kunze para confesarse sensible de palabras. Agregaría hasta: percutida de palabras – también de ruidos y melodías, voces, varios idiomas. Estar expuesta a sonidos de cualquier índole –y tengo la sensación de que atesoro algunos desde antes de haber aprendido a hablar– ha significado entrar en íntimas resonancias y en seguida, en un peculiar estado de apalabramiento. A la inversa, escuchar conversaciones, palabras sueltas o leer textos en cualquier formato significó, por ejemplo, entrar de vuelta en una secuencia de ritmos inaudibles. El entorno me ha sido una partitura diciente sobre la que yo –también– garabateo mis scherzando y andantes.

Creo que comienza por ahí. Toda oído, todo pareciera decir(me) algo. ¿Quién lo “dice” y por qué? τι εςτι es la pregunta que indetenible circula: ¿qué es? Necesito entender. Los viajes transatlánticos, por vez primera a los siete años de edad cuando viajé sola para visitar a mi abuela en el Bosque de Odín, me sacaron de Caracas a otro mundo y jugaron un papel importante así como, por supuesto, la circunstancia de crecer expuesta a dos idiomas y culturas a la vez. A partir de aquellas primeras vacaciones de verano llevaba diarios. Conservo el primero: mi padre nos proveía de pequeñas libretas de tapa dura y papel biblia con canto dorado; allí anotaba asuntos de gran importancia, así parece, con tinta china que se traspasaba al otro lado del papel, con grandes letras muchas veces invertidas por ser zurda. Los asuntos observados reclamaban ser cuidados y admirados: reclamaban su “traducción”, ser transportados en palabras que a veces requerían ser combinadas de forma extraña para ajustarse a lo aprehendido y así preservarlos de algún modo en el tiempo, aunque fuera trastocados en anotaciones ilegibles. Traducía –descifraba, intentaba comprender procesando verbalmente– antes de saber lo que hacía. Traducción y poesía obedecen a impulsos cercanos: el reconocimiento de lo otro, su digamos minucioso registro, la reflexión que ello origina y genera, el traslado perenne de huellas.

Como anécdota recuerdo mi primer contacto con un poema. Se dio en el idioma alemán y asociado a música. Aun no iba a la escuela. Fue escuchando Lieder eines fahrenden Gesellen (Canciones de un compañero de viaje) de Gustav Mahler, cantados por Dietrich Fischer-Dieskau. Mi madre había inundado toda Sebucán con aquella música, yo venía subiendo del jardín. Me acurruqué tras el sillón de la sala deseando que no cesara aquello y recuerdo las palabras, la impecable dicción y la voz del cantante, recuerdo vívidamente la conmoción que me produjo el evento. Inmóvil hasta que no terminara de cantar “Tengo un  cuchillo ardiente” y “Cuando mi amada…”, se juntaron de golpe mi debilidad por las voces, por lo que dicen o no terminan de decir, la caricia de lo delicado, el golpe de lo inapresable: entré en contacto con el antiguo sueño del conjuro del amor y la belleza.

En tu poesía está presente una preocupación por las fronteras. Las fronteras del lenguaje, las fronteras culturales y geográficas.

En la escritura poética busco entrar en trato con lo desconocido – o lo que parece he olvidado, perdido. E-mociona el deseo de suplir la carencia de un fragmento, me pone en movimiento, procura viaje y me involucra a profundidad en lo sensorial, sensual, verbal. Acerca fronteras que tienen que ver con el sin/sentido y que se ubican en distintos niveles de atención.   

Comprender, no comprender. ¿Son contrarios? Tarde o temprano pasamos por palabras para dar forma a la comprensión alcanzada y compartirla. Pero hay líneas, fronteras más o menos sutiles que separan parcelas verbales. Conectan a la vez que dividen los trozos-mundos comprendidos de los que no se dejan – fácilmente o tal vez nunca del todo. Siempre hay algo que falta, algo que sobra para terminar de entender. Estas fronteras ondulan mientras ando de travesía. Se corren como las cortinas en la brisa que se cuela por la ventana abierta por la que ahora mismo veo y no veo los tilos, sus ramajes ondeantes, capullos de primavera que revientan.

Abundan el casi, el como si, el quizá y el mientras. Tierra de ángeles y bestias arrojan preguntas: son ricas las zonas fronterizas, y promisiorias. En la escritura y el viaje desplazo y soy desplazada, deformo y soy deformada, mudo y me mudo. Mirar de lejos o de cerca desde una lengua, cultura o geografía hacia otra, cruzar fronteras, altera. Agudiza los sentidos: tal vez vuelvas a pensarlo todo.

¿Qué me dices de la pérdida de identidad a través del lenguaje?

El lenguaje sirve para contener y fijar sentido. Es inherente, sin embargo, a las lenguas que lo componen, la suspensión, la posible desaparición y la migración del sentido y con ello, de la identidad. Ninguna lengua es igual a sí misma. Ninguna es del todo estable en la producción de significados. Al igual que la memoria, no es posible fijarla en forma definitiva; “representa” un imposible de lugar del que brotan sentidos mientras tratamos de imprimírselos. Lo inapropiado, restos de silencio y de indeterminación que circulan al interior del lenguaje humano permiten perder identidad. Toda lengua es extranjera, nos dice Coetzee. Sería la experiencia del lenguaje como (pérdida de) identidad, la de inundarse fundamentalmente de lo foráneo, ajeno como es incluso a sí mismo. Usamos el lenguaje para acercarnos al otro, para comerciar y entendernos. Pero la lengua delira, como si se saliera del surco de la tierra verbal que se labra. Querramos o no, se sale de la norma y se intenta, se tienta hacia la excepción. ¿Qué clase de identidad genera el delirio?

Así, tal vez no me sienta acomodada del todo en ningún lenguaje. A veces huyo. Termino hablando como nadie. Entonces me dejo y escribo algo como un poema. Armo un cuerpo sonoro y resonante. ¿Nace un pequeño nuevo idioma? Un posible sentido,  una identidad pasajera brotan de lugar.

¿De qué forma sientes que se filtra el ser intérprete y traductora en tu escritura poética?

Las tres actividades: interpretar conferencias, traducir textos por escrito y la escritura creativa se entrelazan hasta un punto enigmático, inextricable. En el plano más evidente, los oficios que ejerzo se filtran ocasionalmente en mis textos con propuestas de traducciones radicales, experimentales. Como reflexiones poéticas sobre el lenguaje llegan a proponer variaciones en español sobre, por ejemplo, el término alemán Augenblick (mirada) en Imposible de lugar o se tientan hacia la comprensión de idiomas que no conozco, como en el caso del poema que abre dicha la dádiva. La palabra mu, que pertenece a la lengua saami y con la que entro en contacto azarosamente por escuchar el canto de una noruega perteneciente a esta etnia, genera la pregunta sobre su significado y desencadena una suerte de teoría sobre la relación que acaso existe entre ciertas consonantes y vocales y su presencia en palabras cargadas de afecto.  

Lo que interesa, en el fondo, está en la relación entre traducir y escribir que creo se define a través del nexo que existe entre entender y crear. En el idioma alemán se usa el mismo verbo para decir ‘extraer’ agua clara del pozo con un cucharón, y ‘crear’: schöpfen. La expresión gebannt sein significa estar hechizado y también, ser siervo. Gebannt schöpfen, estos son los términos que primero me vinieron a la mente cuando pensaba en el hecho de la traducción mientras traducía. Cuando traducimos, creamos en estado de servidumbre. Pienso que cuando escribimos, también. En ambas operaciones se mezclan la extracción de lo que hay (se aprovecha, se atiende y cuida algo pre-existente) con el ingenio que concibe, ocasiona y origina. Estos movimientos me ayudan a entender mejor problemas que de otro modo no logro resolver.

¿Crees que al traducir un texto literario estás apropiándote de una voz para luego volverla tuya y hacer una reescritura?

Creo que se trata de in-finitas aproximaciones a esa voz, más que de su apropiación. Mis traducciones literarias las he elaborado en estrecho contacto con los autores, lo cual es un privilegio, aunque también puede convertirse en un auténtico dolor de cabeza. En todo caso, el diálogo con el autor se convierte en una extensión del texto abordado. La conversación en la que se torna el ejercicio de traducir, se multiplica. No es que el escritor tenga que explicar sus poemas, pongamos por caso, pero conocerlo, conocer su ánimo o el ánimo en el que escribió tal o cual pasaje y cuáles fueron eventualmente sus fuentes de inspiración, enriquece y orienta el proceso de sucesivos acercamientos y reposiciones verbales y permite una traducción creativa que se despliegue con una libertad acertada.

¿Son apropiables las zonas “impertinentes” del texto acometido? ¿Los silencios que encierra la voz, sus balbuceos? ¿Cómo rehacemos estos dominios, del otro lado?  

Me resulta difícil pensar que sea posible per se el apropiarse de la voz de otro, que siempre seguirá siendo otro, el texto mismo tiende a sustraerse. Sí es importante entrar en resonancia con eso otro en un proceso de una lentitud y dificultad difícilmente precisables, porque también implica despojarse o resistir a los hábitos verbales, a lo que se nos impone primero en la lectura, porque creemos que entendemos. Cada texto su carisma, su teoría de traducción. También se diseña la complejidad del lugar de llegada en el idioma destino.  

¿Recuerdas alguna traducción particular hecha por un(a) poeta venezolano(a) que sea importante para tí?

Claro que sí. En , lenguas en poesía,  formato inédito en Caracas que instalé hace unos pocos años, hemos podido disfrutar de traducciones importantes. Poetas-traductores venezolanos llevan sus trabajos en proceso o ya publicados a lecturas multilingües que terminan brindando un concierto de idiomas dotado de exquisitez y rareza poética. Me interesa particularmente destacar trabajos aun inéditos como el que Alfredo Herrera realiza con la poesía del sueco Gunnar Ekelöff, o el de Gina Saraceni con la poesía del italiano Andrea Gibellini. Es un privilegio escuchar la poesía leída por el poeta-traductor en la lengua original y en seguida en las versiones que ha preparado en español que, en algunos casos, como idioma era tierra incógnita para la poesía elegida hasta ese momento. Igualmente indispensables son en este marco la hermosísima presentación que Igor Barreto nos hiciera del poeta rumano Lucien Blaga, traducción publicada pero de escasa divulgación; el impecable trabajo, publicado y divulgado, de Belén Ojeda interviniendo la voz de la rusa Ana Ajmátova; el delicado y amoroso trabajo de traducción que Nidia Hernández ha realizado de poesía de la portuguesa Sophia de Mello, publicada en un libro hecho a mano por la misma poeta-traductora. Atesoro los valiosos y estimulantes aportes de Luis Miguel Isava cuando atraviesa la voz del poeta estadounidense Wallace Stevens y los de Ana María del Ré y de Adalber Salas con sendos trabajos sobre el francés Eugène Guillevic. Escucharles y conocer sus contribuciones ha sido una experiencia invalorable que irradia hacia adelante.

Constantemente estás rodeada de músicos, ¿cómo vives la música desde el ser escritora?, ¿de qué manera te influye?

Creo recordar que Rilke pensaba la música como el lugar que comienza donde evanescen las palabras. ¿Por qué no al revés o a través? ¿No puede el lenguaje musical desembocar en verbo? En un ir y venir, en un atravesarse se interconectan estas formas sonoras y significantes en mi adentro y me estructuran.

La música instrumental (como la danza) es una forma artística no verbal de producción de sentidos en movimiento, eso me interesa. El lenguaje humano también despliega movimiento, vive de la e-moción inteligente. Me interesan las pausas, los silencios estructurados por los sonidos o las palabras que los rodean y abandonan y los ritmos, porque permiten lecturas a la intemperie; siento que las secuencias de estremecimientos, las intensidades que producen generan acontecimientos que, sin proponer significado determinado, permiten entrar en resonancia con algo que luego como en un hacia adelante, se torna sentido. Le rythme est un mouvement secret de l’âme, escribe el gran inventor Miró en una carta a Pierre Loeb. Creando, detectaba o generaba ritmos aparentemente imperceptibles – en su pintura se puede oír el movimiento. En este punto se ingresa en zonas bastante abstractas o, por otra parte, profundamente psíquicas que son ricas de explorar y ricas para alcanzar niveles distintos de percepción de la realidad.

Si la música hace frontera con el lenguaje verbal, porque emplea formas de proponer (lo) sentido que prescinden del verbo, no es menos cierto que también palabras se imponen como meras sonoridades en composición que producen agrado y excitación intelectual. No por último, me gusta pensar la forma más sofisticada de interactuar de la que disponemos –la conversación– como una sinfonía en la que se despliegan crescendi y diminuendi, con su adagio, burlesco, su fermata bien diseñada. Pero me temo que estamos en vías de perder por completo el don de la conversación.

¿En qué proyectos estás trabajando ahora?

Estoy por acometer la traducción de tres importantes poetas germanoparlantes para el Foro de Literatura Latinoamericano-Austriaco que se presentarán en junio del corriente en el VII Festival de Poesía en Viena. Sus voces no pueden ser más divergentes, aun trato de imaginar cómo abordar el trabajo de antemano y leyendo me dispongo a conformar la selección de poemas que traduciré y leeré en español en esa ocasión.

Reviso un texto que escribí el año pasado y verifico de nuevo, si lo deseo ofrecer a la opinión pública. “Sombra de Paraíso” es su título de trabajo y ensaya en unos 250 fragmentos una poética de la traducción que desde distintos registros aborda en tres cuerpos los temas del tiempo y su uso soberano, el regocijo en la lengua y una  lógica del incremento. -   Berlin, 10.04.2014


Claudia Sierich Intérprete de conferencia, traductora, poeta. Vive en Berlin y en Caracas. Publicaciones: Imposible de lugar, Monte Ávila Ed.2008 (Premio Autores Inéditos Monte Ávila en Poesía 2008 y Premio Municipal de Literatura Caracas Mención honorífica en Poesía 2010); dicha la dádiva, Ed. Equinoccio, 2011.- Con , lenguas en poesía ha creado un formato inédito en Venezuela al que invita regularmente a poetas y artistas venezolanos que, dotados de un trasfondo cultural adicional, traducen a poetas del siglo XX y XXI de su preferencia, muchas veces desconocidos en lengua española.