¿Cómo y
cuándo comenzaste la escritura poética? ¿La poesía fue tu primera aproximación
a la literatura?
Desde que me acuerdo siempre estuve muy atenta a las palabras, a su forma, a su textura; estaba convencida de que sería poeta antes de escribir siquiera una línea que valiese la pena. A los 17 años ingresé al programa de Literaturas Hispánicas de la Universidad de San Marcos, donde conocí a una comunidad literaria maravillosa, y a partir de entonces empecé a escribir poemas y a difundirlos en las revistas literarias que circulaban en el Patio de Letras. Fue una estadía intensa, entre tantos poetas y profesores amigos, en un ambiente motivador, progresista, de mucho trabajo y diversión; entre los profesores estaban José Alvarado Sánchez, poeta supérstite de la vanguardia que firmaba como Vicente Azar, junto a Carlos Germán Belli, Paco Bendezú, Washington Delgado, representantes de la llamada generación del ’50, y Toño Cisneros, Marco Martos, Hildebrando Pérez y Carmen Luz Bejarano, entonces jóvenes representantes de la generación del ’60. Varios integrantes de la generación del ’80, que es la mía, fueron mis compañeros de aula, con los que compartí un estado de efervescencia continua.
Desde que me acuerdo siempre estuve muy atenta a las palabras, a su forma, a su textura; estaba convencida de que sería poeta antes de escribir siquiera una línea que valiese la pena. A los 17 años ingresé al programa de Literaturas Hispánicas de la Universidad de San Marcos, donde conocí a una comunidad literaria maravillosa, y a partir de entonces empecé a escribir poemas y a difundirlos en las revistas literarias que circulaban en el Patio de Letras. Fue una estadía intensa, entre tantos poetas y profesores amigos, en un ambiente motivador, progresista, de mucho trabajo y diversión; entre los profesores estaban José Alvarado Sánchez, poeta supérstite de la vanguardia que firmaba como Vicente Azar, junto a Carlos Germán Belli, Paco Bendezú, Washington Delgado, representantes de la llamada generación del ’50, y Toño Cisneros, Marco Martos, Hildebrando Pérez y Carmen Luz Bejarano, entonces jóvenes representantes de la generación del ’60. Varios integrantes de la generación del ’80, que es la mía, fueron mis compañeros de aula, con los que compartí un estado de efervescencia continua.
En tus
poemarios siempre está presente el cuerpo, como límite, como terreno para la
enfermedad o el goce. ¿Qué intentas explorar en cada uno de estos libros?
Creo que en cada libro mío intento en primer lugar
articular un cierto ritmo, una cierta dicción, la forma que me permita volver
sobre los temas que siempre me obseden: el amor, la enfermedad y la muerte,
todos filtrados por el cedazo del cuerpo, pues es el cuerpo el que los contiene
y confina, en toda su materialidad y finitud. Creo que haber presenciado
tempranamente la muerte operó de manera determinante en mí y me lanzó
violentamente en dirección contraria, avivó en mí el deseo de aferrarme a la
vida de un modo urgente, visceral. En mis poemas eróticos del inicio, la voz
poética postula esa urgencia del encuentro, espoleada por la certeza de que la
muerte viene justo detrás, pisándole los talones. Ante la precariedad de la
existencia, ese cuerpo frágil se niega a ser sólo polvo y opta más bien
por ser “polvo enamorado”, como en el extraordinario poema de Varela, “Monseiur
Monod no sabe cantar”, que me marcó en su momento, claro está. Siempre me
fascinó además la anatomía, explorar los mecanismos internos del cuerpo,
aquello que hace funcionar la maquinaria o la declina, y he hallado tantos
nombres poéticos en este sentido, incluso musicales como “el tambor de los
oídos” que aparece en un pasaje de mi cuarto libro, Pez.
Fuiste
en tu juventud una de las fundadoras del Movimiento Kloaka en Lima, a
principios de los años ochenta, bajo el lema "Hay que romper con
todo". ¿En qué consistió esta revuelta poética? ¿Qué de ella queda en tu
poesía actualmente?
El movimiento Kloaka surge en un momento muy
duro de la historia peruana, en medio de una crisis financiera, política y
moral que arroja a los jóvenes intelectuales a los márgenes; ante el dolor
cotidiano de la guerra civil, nosotros apostamos por el canto, apelando a un
lenguaje fuerte, directo, sin concesiones, que postulaba la apertura de las
formas o directamente su disolución. En ese sentido, pienso en Kloaka como un
laboratorio artístico y literario, donde los ocho poetas y el pintor que
integramos el grupo pudimos irnos forjando una mirada, una voz. Recuerdo con
especial cariño las sesiones en el garaje de la casa de Roger Santiváñez, donde
nos juntábamos a leer en voz alta nuestros textos o recitábamos pasajes enteros
de nuestros autores favoritos: Rimbaud, Breton, Pound, Ginsberg, Pizarnik,
Moro, Eielson, Varela, escuchando jazz o rock en inglés pero también en
español. De hecho, nuestros aliados principales en este sentido fueron grupos
rockeros del circuito underground –o andesground, como lo llama Roger-, entre
otros, Delpueblo/Delbarrio, Durazno sangrando así como el vocalista
Edgar Barraza, Kilowatt, con su banda
de entonces, Kola Rock.
Además
de ser poeta, también eres traductora. ¿Cómo se llevan estas dos labores? ¿Qué
textos prefieres traducir?
He traducido textos literarios del inglés por
encargo y por placer. En el primer caso puedo mencionar el libro La Diosa de las Américas. Escritos en torno
a la Virgen de Guadalupe, compilado por la escritora chicana Ana Castillo,
y el poemario Nieve de agosto y otros
poemas, del neoyorquino Daniel Thomas Moran. Al principio me resultó más
difícil entrar en esos textos, obviamente, pero la experiencia fue igualmente
fabulosa; el libro de Castillo es fascinante desde el campo de los estudios
culturales, ya que contiene una amplia variedad de textos –poemas, testimonios,
ensayos, incluso una pieza teatral- en los que se intenta reformular la imagen
de la Guadalupana y afirmar su vigencia como ícono fundamental entre la
intelligentsia chicana de USA. Moran por su parte es un poeta que adscribe al
coloquialismo en la línea de Bill Collins, esa poesía falsamente sencilla que
luego resulta muy difícil de trasladar a otra lengua. Para eso, eché mano de un
recurso que siempre me funciona: encontrar una voz en español que esté lo más
cercana posible a su dicción, a su universo representado, también. Moran habla
mucho del entorno familiar y es un gran observador del transcurrir cotidiano,
así es que releer al querido Toño Cisneros me vino muy bien.
Por mi cuenta traduje pequeñas selecciones de varios poetas: Sylvia Plath, Edward Dorn, AI, Diane Wakoski, Allen Ginsberg, publicadas primero en la Muestra de poesía norteamericana contemporánea (Lima: INC, 1987), y más recientemente en revistas literarias como Abyssinia, de Buenos Aires y Pelícano, de Lima. Ahora mismo estoy traduciendo el último poemario de Wakoski, El perro de diamante. Con los poetas elegidos siento una total empatía estética y hasta emocional: Plath es una de las voces mayores de la corriente confesional, que me interesa muchísimo; Ginsberg es uno de los fundadores del movimiento Beatnik en New York y Wakoski una de sus más destacadas representantes en la costa del Pacífico; ambos comparten con Dorn, autor de la saga Gunslinger y vinculado a los poetas del Black Mountain College, la búsqueda de nuevos moldes expresivos que refrescan la tradición norteamericana con fuertes dosis de irreverencia y humor.
Por mi cuenta traduje pequeñas selecciones de varios poetas: Sylvia Plath, Edward Dorn, AI, Diane Wakoski, Allen Ginsberg, publicadas primero en la Muestra de poesía norteamericana contemporánea (Lima: INC, 1987), y más recientemente en revistas literarias como Abyssinia, de Buenos Aires y Pelícano, de Lima. Ahora mismo estoy traduciendo el último poemario de Wakoski, El perro de diamante. Con los poetas elegidos siento una total empatía estética y hasta emocional: Plath es una de las voces mayores de la corriente confesional, que me interesa muchísimo; Ginsberg es uno de los fundadores del movimiento Beatnik en New York y Wakoski una de sus más destacadas representantes en la costa del Pacífico; ambos comparten con Dorn, autor de la saga Gunslinger y vinculado a los poetas del Black Mountain College, la búsqueda de nuevos moldes expresivos que refrescan la tradición norteamericana con fuertes dosis de irreverencia y humor.
Creo que más bien es al contrario, que en estas
voces encuentro un eco de lo ya escrito, un cierto aire de familia; esto me
ocurrió con el yo confesional que aparece en la poesía de autoras como Plath o
Wakoski, a quienes llegué después de escribir mi primer libro, Memorias de Electra. Como yo, en sus
poemas Wakoski cuestiona permanentemente la figura del padre, autobiográfico
pero también histórico, en su serie The
George Washinton Poems, por ejemplo. En este mismo registro, con un tono
más dramático, Plath tiene poemas memorables al padre ausente, como “Daddy” o
“The Beekeper’s Daugther” que me parecen igualmente admirables.
Eres
profesora de poesía y traducción en la Maestría de Escritura Creativa en la New
York University. ¿Dictar clases en este espacio y sobre estos temas, han
modificado la percepción que tienes de tu escritura?
Tal vez lo que se haya modificado sea el ritmo de
producción, digamos, porque estar rodeada de jóvenes talentos, creando una comunidad
literaria, me resulta bastante alentador. Otro punto importante de la Maestría
es su carácter experimental, esta suerte de viaje constante entre los géneros
que practican los estudiantes. En cierta forma, te invitan a una inmersión
permanente en el lenguaje del que sólo pueden salir cosas buenas, me imagino.
¿En qué proyectos literarios estás trabajando
ahora?
Este año, la editorial neoyorquina Artepoética Press
me va a publicar el volumen Gravedad
(Poemas reunidos), que incluye mi último libro, Cuaderno músico, que acabo de cerrar. Además de traducir El perro de diamante, de Wakoski, estoy
escribiendo una nueva serie de poemas que por ahora se llama Los movimientos del cuerpo.
Mariela Dreyfus (Lima, 1960), es
autora de los poemarios Memorias de
Electra (1984); Placer fantasma
(Premio de Poesía Asociación Peruano-Japonesa, 1993); Ónix (2001), Pez (2005; Pez/Fish, 2014); Morir es un arte (2010) y Cuaderno
músico (2014, en prensa). Es autora del ensayo Soberanía y transgresión: César Moro (2008), y co-editora de los
volúmenes Nadie sabe mis cosas.
Reflexiones en torno a la poesía de Blanca Varela (2007); Juan Parra del Riego. Poesía completa
(2013) y Esta mística de relatar cosas
sucias. Ensayos en torno a la obra de Carmen Ollé (2014). Ha traducido del
inglés los libros La Diosa de las
Américas. Escritos sobre la Virgen de Guadalupe (2000) y Nieve de agosto y otros poemas, de
Daniel Thomas Moran (2014). Sus versiones de Edward Dorn, Sylvia Plath, Diane
Wakoski y AI aparecen en la Muestra de
poesía norteamericana contemporánea (1987). Co-fundadora del movimiento
Kloaka (1982-84), Dreyfus vive en la Ciudad de Nueva York desde 1989 y
actualmente es profesora de la Maestría de Escritura Creativa en Español de New
York University (NYU).