¿Cómo
trabajas la relación entre verso y verso en tu poesía?. En Sed, Mandados y Ética
del aire trabajas el poema corto y concentrado. ¿Cómo experimentas esta forma
poética? ¿Qué te ha llevado a escogerla?
Tu pregunta me invita al ejercicio de
contemplar mis textos como quien ve viejas fotografías, a detenerme en los lugares, la atmósfera, el paisaje al fondo y ver así, con
pasmosa distancia, la construcción de este verso que derivó en otro,
a hacer memoria, ¿era feliz entonces? , ¿y esa mirada qué miraba? Esta
fue una foto hecha a sabiendas, pero en aquella otra me veo de perfil en amena
conversación con alguien, cuáles emociones pugnaban por hacerse en aquel tiempo cuando aquello fue
capturado y hecho voz, qué
buscaban nombrar, cuál fragmento se encadenó a otro en un presunto azar
derivando en ese breve o largo constructo. No sabría decir cómo respiraba entonces. Si era fatigosa, tal
vez el verso cesó y buscó otro renglón para buscar aire; si era truncada, tuvo
que quebrar la sintaxis como única salida, adjetivó en los recurrentes vicios,
sopesó, buscó sinónimos más justos, tarareó el ronroneo, mascó, tragó saliva,
repicó o se quedó mudo y en blanco.
¿Qué
cambio opera para que modifiques este registro en aquellos momentos en los que
aparece el poema largo?
El hilo a veces es corto, tal vez la sutura
no requiera más que unas pocas puntadas. Agradezco cuando se aviene el
borboteo, el dictado incontenido
de la voz que urge taponear, aplicar torniquetes, hacer cauterios. Creo que los sueños hacen su trabajo al
escribir en su lengua opaca, deconstruyen el paisaje del deseo en esa suerte de
sanscrito particular. Cuando algo lúcido se escapa a este registro el poema es
una esponjosa gasa, un
remanente, el resto.
remanente, el resto.
Desde
la publicación de tu último libro han pasado varios años. ¿Sientes un cambio
importante en tu escritura poética?
Mis libros siempre han sido un accidente,
hubo la oportunidad de imprimir lo que venía escribiendo y cuajaron en feliz o
marchitado fruto. Vuelvo a la metáfora de las fotografías que han mutado y
envejecido como yo, que cuando no
en álbumes familiares de cartón, son imágenes en una pantalla fría, registros vagos que algunas veces hasta se
extraviaron en la memoria de un computador dañado o vagan en el sub mundo de la web. Y las que siguen,
si siguen, siempre me sorprenden por su terca propensión a ser retratos
ambiguos o ajenos que siempre me confrontan.
¿En
qué proyecto has estado trabajando durante este tiempo?
He seguido escribiendo a un ritmo sincopado,
cierro y vuelvo a abrir grupos de textos que creo tienen un origen común. Creo
que hay cierta unidad en un conjunto de sentencias que he titulado “Textos por
fuera”, grabados con mi propia voz con el montaje sonoro de Joaquín Mendoza, un joven compositor venezolano de música experimental. Me he
estado asomando al lenguaje plástico como observadora y lectora de otros modos del
decir. De resto, poemas que tienden sus tentáculos a otros por venir o a añejos
registros.
Una
de las vertientes predominantes de tu obra es lo amoroso. Pero suele aparecer
bajo un signo negativo: lo huidizo, lo que se escapa, la falta. Háblame de
esto.
Del elogio a taza quebrada, ¿te refieres eso?
De ese portento destrozado y vuelto a unir con paciencia y absurdo
empecinamiento, del amor que es una apuesta a la vida aún en desmedro
del
propio hálito, ¿cómo no escribir sobre el deseo?
¿En qué estás trabajando ahora?
Tengo un gran número de textos que armo y desarmo en uno o varios libros.
ELEONORA REQUENA (Caracas, 1968): Cursó
estudios de Letras en la Universidad Católica Andrés Bello. Ha
publicado los poemarios: Sed,
Editorial Eclepsidra (Caracas, 1998), Mandados,
(Premio de la V Bienal Latinoamericana de Poesía "José Rafael Pocaterra” -1998-2000-), Editorial La
Liebre Libre , 2000, Es de día,
Ediciones El Pez Soluble, Caracas, 2004, La
Noche y sus agüeros, Ediciones Pez Soluble, Caracas, 2007, Ética de aire, Editorial Bid
& Co, Caracas, 2008. Antologías y revistas nacionales e internacionales han
reseñado su trabajo.