En ti se conjugan el profesor
universitario, el crítico literario, el ensayista y el poeta. ¿Cómo manejas
estos oficios que, aunque están relacionados, pueden entrar en conflicto?
No entran en conflicto. La escritura académica y la
“creativa” (por darle un nombre) son, a fin de cuentas, ejercicios
escriturales. La intención es otra en cada caso, claro está, pero comparten lo
que Jakobson denominó la función expresiva. La docencia también conforma un
discurso de otra naturaleza, pero es palabra a fin de cuentas. Todos estos
discursos provienen de un mismo individuo que se refracta en diversas facetas
pero, creo, son complementarias entre sí.
Eres conocido por la atención que le has
prestado a la poesía venezolana. Tu libro Las voces de la hidra se ha vuelto
referencia. ¿Consideras que a la poesía venezolana le hace falta más estudios
críticos amplios?
Efectivamente. La literatura venezolana, en Venezuela, en
general, precisa de mayor atención. A veces siento que somos mezquinos con
nosotros mismos. Ver, cuando estuve en Salamanca, cómo estudiantes de distintas
latitudes, analizaban y valoraban nuestro hacer literario me hacía pensar
constantemente en por qué entre nosotros son escasas pasiones similares. Escuchar
diversas ponencias o aproximaciones críticas sobre nuestros poetas, narradores,
ensayistas, dramaturgos y hasta pensadores, elaboradas por estudiantes de
postgrado provenientes no solo de España sino de Italia, México, Perú,
Argentina, Chile, Grecia, y otras naciones, me llevaba a la admiración y a
preguntarme –repito- por qué en nuestro país nos despreciábamos. Nos faltan
ediciones críticas sobre nuestros autores. Las universidades –entre otras
instituciones que se dedican a la investigación literaria- son las llamadas a
preparar estas ediciones. En Venezuela, sabemos, hay excelentes investigadores,
pero las universidades no parecen estar dispuestas a invertir en la
investigación. Las privadas, por ejemplo, son un caso patético.
¿Qué lugar crees que ocupa la crítica
literaria sobre poesía venezolana?
La poesía parece haberse convertido, con el paso del
tiempo, en una suerte de “coco” entre los estudiantes de literatura. Denuncian
a cada paso no entenderla, no saber cómo enfrentarla, abordarla. Los pensa de estudios deben dejar de ser
tímidos ante los cursos de poesía. Se trata de crear una cultura del poema.
Claro está que esto se refiere al tema de los estudios universitarios formales.
Pero esta cultura debe generarse desde otros espacios y no solo los académicos.
Todo esto lleva a que la crítica, cuando se refiere a la poesía, sea muy
modesta y, en los mejores casos, apenas alcanza la reseña más o menos
laudatoria del libro del amigo o conocido.
También es conocida tu labor como
director del taller de poesía de la UCAB. ¿Cómo ha influido este trabajo en tu
obra?
Más que dirigirlo, lo coordino. Algún gesto “dictatorial”
habrá. Debe haberlo siempre, pero desde la idea del trabajo en común. Comencé
mi labor académica en el Taller de poesía de la UCAB, precisamente. Entré a
sustituir a un excelente conductor de este espacio: Leonardo Padrón. Leonardo
se dedicaba de lleno a la escritura para la televisión y dejó vacante la
“cátedra”. Fui contactado por el que entonces dirigía la Escuela de Letras y acepté
gustoso porque ya la poesía en mí era un asunto de pasión. Había cursado en dos
talleres: uno del CONAC, guiado por Rafael Arráiz Luca, y otro del Celarg,
conducido por Ida Gramcko. Fueron excelentes coordinadores de taller, con obra
y experiencia comprobadas. Me dieron muchas claves y “secretos” de escritura,
así como me descubrieron un mundo vastísimo de poetas y reflexivos sobre la
palabra y el hecho poéticos. El grupo que me tocó guiar, la primera vez, estaba compuesto por gente excelente:
respetuosos, buenos lectores y fueron muy amables conmigo, pese a que venían de
las manos de un “cuarto bate”. Hicimos migas, de inmediato, y ya son casi 22
años de labor al frente de talleres.
Supongo que en mis poemas siempre hay un matiz didáctico
y esto debe ser producto del trabajo docente en los talleres, que es de
naturaleza distinta a las clases formales frente a las cátedras de la carrera.
De más está decirte que los consejos y datos que ofrezco en los talleres,
siempre están presentes cuando elaboro mi propio discurso lírico.
En mis talleres siempre soy cuidadoso de desarrollar la
escritura del poema en el otro, evitando que éste haga copias de mi escritura.
De hecho no suelo mostrar mis textos en mi taller. Cuando la insistencia en
conocerlos es ya mucha, entonces espero el final del curso para ponerlos ante
los ojos de los talleristas.
En tus libros le das un rol protagónico
al diálogo con otros autores. Como ocurre, por ejemplo, en tu poemario Dípticos o en la plaquette Orfandades. ¿Cómo influyen estas voces
ajenas en tu trabajo?
Son mis lecturas. Dípticos y Orfandades, están emparentados, pero más bien como
primos hermanos. En cada uno la naturaleza del poema es distinta. En el
primero, trato de apropiarme de un código de otro autor, para expresar la
propia experiencia. En el segundo, en cambio, escribo desde el poema y la
experiencia de vida del otro. Supongo que acá, también, está mi esencia
expresándose. Me gusta pensar que es así. En los dos casos uno está ante la experiencia
de lo ajeno y cómo ésta ejerce influencia en el yo propio. De hecho el año
entrante debe aparecer un trabajo mío que no es otra cosa que Orfandades in
extenso. En todo caso siempre se trata de mis lecturas, de los poetas a los
que acudo de vez en cuando para no olvidarme de los que me antecedieron, de los
maestros.
En esta misma línea, ¿cuáles son tus
mayores influencias literarias?
Esta respuesta puede variar con el tiempo. Si lo pienso
en este momento puedo decirte que los autores que identificas en los libros
mencionados son influencias. Puedo decirte también que, en cuanto a la poesía
venezolana, no debo dejar de mencionar a Eugenio Montejo, Juan Sánchez Peláez y
Luis Alberto Crespo, por ejemplo. Aunque son muchos más. En cuanto a otras
latitudes, Eliot, Whitman y Pavese, son insoslayables. También son muchos más.
Debo añadir que soy un lector apasionado de la narrativa y que de las muchas
novelas que he leído surgen las “ideas” y el material sensible de mis poemas.
Alguna película también me ha inspirado (para usar la dichosa palabrita).
Tu libro La soledad del náufrago, que acaba de ser publicado, dado a que
está armado con poemas antiguos, recientes e inéditos, así como textos en prosa
¿lo considerarías una antología poética o un libro independiente?
No es una antología, en lo absoluto. Tampoco lo es Ocurre a diario, aunque quienes lo leen se empeñan en clasificarlo de tal. Ocurre… es mi poesía reunida de lo publicado entre
1991 y 2005, más un libro que iba a aparecer en Monte Ávila pero que luego
permaneció inédito, porque la nueva administración de entonces lo consideró
“fuera” de sus líneas editoriales, lo que quiera que signifique la manida
frase. La soledad del náufrago está,
como bien señalas, conformado por textos éditos, inéditos y por una serie de
textos que reflexionan sobre la poesía, sobre mi poesía y sobre mi persona, al
final del libro. Como señalo en el texto “Previo”, cuando los poemas publicados
son arrancados de las colecciones que los contenían originalmente e insertados
en una nueva serie, de inmediato su significación sufre alteraciones. Ya son
nuevos poemas. Por tanto, se trata de un nuevo libro. Varias manos se metieron
en este guiso. Las de Adalber Salas, a quien debo la lectura de toda mi obra y
la reorganización del libro; las de Alexis Romero, que antes había emprendido
la labor de señalarme cuáles de mis poemas le parecían los de mejor factura;
las mías mismas, porque no lo pude evitar. Soy malo con la matemática así que
no me creas mucho, pero considero que el libro contiene un 40% de textos inéditos,
aunque –debo repetir– el libro en general es, para mí, un todo novedoso dentro
de mi producción.
¿Cuáles son tus próximos proyectos?
Como adelanté hace tres preguntas, debe aparecer un libro
durante el primer trimestre del año entrante, pero no quiero hacerme ilusiones.
Ya está en manos de la editorial que lo acogió. Se trata, como señalé, del
trabajo completo que apenas se esboza en Orfandades. Se
titula Ajenidad y ya sabes de qué va.
Tengo mucha más fe en esta escritura que en la que he hecho hasta ahora. Aunque
esta no pueda entenderse sin aquella. La escritura del poema se va abriendo
paso en medio de los compromisos escriturales académicos o críticos. Ni
siquiera hay que echarle una mano. Hay otras ideas en camino, pero hasta ahora
son sólo eso: ideas. No he escrito nada más, hablando de poesía, desde que
terminé el libro que te refiero.
Miguel
Marcotrigiano L. (Caracas, 1963). Licenciado en Letras por la Universidad Católica “Andrés
Bello”. Magister en Literatura Venezolana de la Universidad Central de
Venezuela. Cursó estudios doctorales en Vanguardia
y Pos vanguardia en España e Hispanoamérica, en la Universidad de Salamanca
(España). Es autor de los libros de poesía Concierto vegetal a la luz de la luna
(Mérida, 1991), De Arcanos y otros signos
(México, 1994), El mismo juego
(Mérida, 1994), Dípticos (Caracas,
1995), Esta sombra que nos habita
(Caracas, 2005), Ocurre a diario. Poesía
reunida, 1991-2005 (Mérida, 2006), Orfandades
(2011) y La soledad del náufrago
(2012). Es coautor de 30/50. Aproximación
antológica a los poetas vinculados con la UCAB en sus 50 años (Caracas,
2005). Ha sido incluido en antologías de Francia, España, Argentina y
Venezuela.