Acabas
de ganar el Premio de Cuentos Oswaldo Trejo, con el libro Y nos pegamos la fiesta. Sin embargo, tu primer
libro, que también fue premiado, es un libro de poesía Mi padre y otros
recuerdos. ¿Desde
siempre has sentido la necesidad de escribir en ambos registros?
Sí. Más aún, me acerqué primero a la narrativa que a la poesía. De hecho, entré en el Taller de Poesía de Miguel Marcotrigiano tratando de entender cómo se leía ese género. Creo que el hecho de que haya escrito primero una compilación de poemas que un libro de cuentos se debe a la aguda labor pedagógica del coordinador de ese taller.
Sí. Más aún, me acerqué primero a la narrativa que a la poesía. De hecho, entré en el Taller de Poesía de Miguel Marcotrigiano tratando de entender cómo se leía ese género. Creo que el hecho de que haya escrito primero una compilación de poemas que un libro de cuentos se debe a la aguda labor pedagógica del coordinador de ese taller.
¿Jerarquizas entre los géneros?, ¿hay alguno que te parezca más importante o
más valioso?
No jerarquizo, tampoco considero que ningún
género carezca de importancia. Los géneros son simples modos para dirigirse a
un público. Dependiendo del efecto que quieras causar en el lector utilizas uno
u otro. A veces la materia de escritura se impone en la selección, otras la
intención del autor. En cierta medida son estrategias de canalización que
están presentes en el campo literario antes de que tú llegues. Los géneros
nacen, tienen un momento de plenitud (la novela hoy en día, por ejemplo) y
luego irremediablemente mueren, como pasa con las lenguas y con todo lo vivo.
Quizás se transforman, como creo que ocurrió con la poesía después de
Baudelaire. Pero en muchos casos esta transformación parece significar la
muerte por los cambios drásticos que se dan.
En
todo caso y volviendo a la pregunta, para mí los géneros son vías de
comunicación presentes. Utilizo la narrativa y la poesía porque conozco sus
reglas y me siento cómodo cuando me dispongo a escribir ajustándome a ellas. No
hay un buen género o mal género, del mismo modo que no hay malos o buenos usos
de la lengua; el uso depende de la circunstancia, lo mismo pasa con la
narrativa o la poesía.
Se ha
señalado la influencia de Gerbasi en tu primer libro. Sin embargo, esa
influencia parece ser más "temática" que estilística, ¿De quién te
consideras heredero en el estilo, en la manera de escribir?
Pues en realidad creo que la influencia es tanto
temática como estilística. Me explico. El tema del padre estaba muy trabajado
en la poesía venezolana y, en este sentido, considerar que la herencia solo va
por ese plano no sería justo. Por otro lado, Gerbasi utiliza muchísimo el
recurso del símbolo y creaba unas imágenes sorprendentes que yo trataba de
emular porque en esos años estaba obsesionado con estos recursos; siempre
recuerdo su definición del hombre: “Un relámpago extasiado entre dos noches”.
También está el tono nostálgico y, en cierta medida, romántico que, me parece,
se traspasa a mi libro. Quizás la distancia está en que Mi padre, el inmigrante es un poema expansivo, como los de Neruda o
Whitman, y en esos años no tenía la
capacidad para emplear esa estrategia.
Sin
embargo ahora no me siento tan cerca de esos usos, como tampoco creo necesario
referir un único poeta del cual uno es heredero. Considerar un único estilo al
cual adscribirse es un poco tiránico, así como también esto significa cerrarse
a vías expresivas que si bien hoy no necesitas quizás en un futuro te sean
esenciales. Pero mejor no me pongo testarudo. Si tengo que decir un nombre sin
lugar a dudas elijo a César Vallejo –quizás el mejor poeta latinoamericano– y
entre los venezolanos me gusta mucho Eugenio Montejo.
Por lo
que se ha dejado ver en la revista web literaria Las Malas Juntas, donde publicaste uno de los cuentos de tu libro Y nos pegamos la fiesta, hay en este un manejo importante del humor. A
diferencia de tu poemario Mi
padre y otros recuerdos, en el
que manejas una escritura exenta de ironía. ¿Sientes que el humor es una
frontera entre los géneros literarios que manejas?
No diría que Mi
padre y otros recuerdos es un libro exento de ironía. Creo que hay textos donde
la ironía tiene un papel importante. Pero sí es verdad que no tiene el papel
recalcitrante que le doy en los cuentos.
No considero
que el humor sea la frontera entre esos géneros. Me gusta la poesía de Nicanor
Parra o de Carlos Colmenares Gil, por mencionar a un amigo, sobre todo porque
incluyen la risa en sus poemas. Esto es importantísimo; si hay algo que nos
permite sobrellevar los problemas más difíciles es la capacidad de reírnos de
ellos. Además, la poesía muchas veces sigue leyéndose revestida con un manto de
seriedad que tendríamos que quitarle. Es cierto que en mi libro de poesía no
hay casi humor, por no decir nada, pero me gusta pensar que es porque lo
escribí cuando me colocaba en la cómoda posición del sufrido. Por otro lado, el humor es
un modo de ver las cosas y por eso puede filtrarse en cualquier aspecto de la
vida. Incluso en las tragedias de Shakespeare, trabajadas tan seriamente, hay
escenas en las que puedes partirte de risa. Me es imposible no reírme en las
primeras escenas de Otelo donde se
explica cómo Desdémona está haciendo “el animal de dos espaldas” por toda
Venecia.
¿Sientes que hay equilibrio entre los registros que utilizas o que se oponen
entre sí?
No sé si se tiene que hablar de un equilibrio o
no. Sé que respondieron a momentos diferentes y dieron respuesta a determinadas
circunstancias y necesidades expresivas. Son diferentes porque diferentes
fueron las razones que permitieron su desarrollo. No se oponen, si parecen
contradictorios es porque así es la vida.
A
la gente suele gustarle la idea de un escritor que viene con un plan trazado y
sólo tiene que ejecutarlo. Estamos obsesionados con la idea del escritor
completo y cerrado en cuya obra no hay nada desarticulado. En buena medida esto
daña mucho nuestra lectura porque no nos permite aceptar que diferentes hombres
en diferentes momentos no pueden, ni tienen por qué, ajustarse al mismo ideal.
La realidad es muy distinta: el escritor escribe en una comunidad compleja,
contradictoria, inabarcable, de allí que siga una suerte de intuición, la
elaboración de un fragmento; solo después de que ha escrito viene otra persona
y dice que él ya tenía todo eso planeado antes de sentarse a redactar.
Tu formación
universitaria es considerable, tomando en cuenta que tienes dos Másters y
actualmente cursas un doctorado. ¿Has considerado poner este bagaje académico
al servicio de una obra ensayística o prefieres practicar con exclusividad la
narrativa y la poesía?
No he sentido la necesidad de escribir ensayos,
al menos no de forma sistemática con miras a elaborar un libro. Tampoco estoy
seguro de que tenga talante para ello. Por otro lado, he desarrollado una
escritura académica. Lo saco a colación por la referencia que haces a mis
estudios de posgrado. Una participación en un congreso o un trabajo académico
sobre algún autor no es lo mismo que un ensayo. No se necesitan estudios
universitarios para escribir ensayos, prueba de ello es Guillermo Cabrera
Infante que sin másteres ni doctorados es uno de los mejores ensayistas sobre
cine que he leído.
Sobre
la exclusividad de los géneros, reincido en que no tengo una posición
determinante. Las decisiones prescriptivas o restrictivas pocas veces tienen sustancia.
Si algún día quiero escribir un ensayo lo intentaré.
¿Cuáles
son los autores que más han influido en ti como escritor?, ¿por qué?
Creo
que antes comenté un par de poetas determinantes para mí, no sé si agregaría
alguno más porque soy muy irresponsable con mis lecturas de poesía. Parra, a
quien también mencioné, es impresionante porque te obliga a repensar muchísimos
prejuicios que tienes sobre el género, además tiene una sinceridad que te
impacta, es como si dijera: “a ver, dejemos las pendejadas, todos cagamos y
cogemos” y de allí en adelante sí se puede escribir de verdad. Un nombre que he
leído con atención recientemente es Cesare Pavese, otro poeta que cambia
estructuras y quita imposturas. Pero insisto en que esto es en este momento, si
me preguntaras en un par de meses quizás diría otros.
En
narrativa me gusta La tienda de muñecos,
de Julio Garmendia. Quizás esté trillado y estoy fastidiando al nombrarlo de
nuevo, pero a veces siento que no se le da el lugar que se merece a ese libro
en el imaginario literario de Venezuela. En la academia tiene un lugar clave,
eso es cierto, ha sido trabajado hasta la saciedad. Por eso mismo me pareció
curioso cuando escuché a una amiga poniéndolo entre sus lecturas iniciales de
juventud y ya, como si fuera un escritor simpático para niños. A veces siento
que esto es más común de lo que parece y por eso creo necesario reivindicar el
título que recoge ocho cuentos extrañísimos y geniales. Los otros libros de
Garmendia tienen menor calidad, no son malos pero no consiguen el mismo pico.
También
tendría que recordar a Guillermo Cabrera Infante. De hecho, uno de los cuentos
de mi libro es una suerte de relectura de u homenaje a Tres tristes tigres. Esa novela es, en cierto modo, mi libro
imposible, ese que siempre habría querido escribir. Por último, entre los
recientes me encanta Junot Díaz, cosa evidente si se leen algunos de los
cuentos de mi libro.
¿En qué
proyectos estás trabajando ahora?
Por ahora estoy dedicado a la tesis doctoral y
eso me tiene bastante consumido.
Víctor Alarcón (Caracas, 1985). Licenciado en Letras
por la Universidad Católica Andrés Bello, cum
laude. Magíster en Literatura Comparada: Estudios Literarios y Culturales
por la Universidad Autónoma de Barcelona. Magíster en Literatura Venezolana por
la Universidad Central de Venezuela. Ha participado en talleres de poesía y
narrativa en distintas instituciones, entre ellas el Centro de Estudios
Latinoamericanos Rómulo Gallegos y la Universidad Católica Andrés Bello. Ha
publicado poemas en la antología La
imagen, el verbo, coordinada por Miguel Marcotrigiano Luna. Con su obra Mi padre y otros recuerdos se hizo
acreedor del Premio del Concurso para Autores Inéditos de Monte Ávila Editores,
mención Poesía, edición 2008. Siendo publicado este título al año siguiente en
dicha casa editorial. Con el libro Y nos
pegamos la fiesta se hizo acreedor del I Premio Equinoccio de Cuento
Oswaldo Trejo 2012. Ha publicado artículos críticos en diversas revistas
académicas. Ha ejercido como docente en diversas universidades venezolanas,
entre las cuales cabe destacar la Universidad Central de Venezuela y la
Universidad Simón Bolívar. Actualmente cursa estudios de doctorado en la
Universidad Autónoma de Barcelona.