Si
tuviera que utilizar un adjetivo para describir tu escritura sería: lo
marginado. ¿Estarías de acuerdo conmigo?
No sé si estaría de acuerdo pero es
una palabra que me interesa porque la encuentro incitante. Siempre miré con
curiosidad y admiración lo marginal, y lo sigo haciendo. No por una condición
topológica, sino porque lo marginal es lo que plantea las mayores preguntas; es
lo que siempre interroga al centro. Por otra parte, así como no me gustan los
protagonistas típicos o centrales para mis relatos, tampoco me gusta pensar mis
cosas como protagonistas centrales de algo. Prefiero los costados y bordes, y
toda la gama de palabras asociadas a ellos, desde la noción de acoso, pasando
por la idea de amenaza, de invisibilización y, por qué no, de exclusión.
¿Has
comenzado a escribir un cuento que termina transformándose en novela? ¿O
viceversa?
En general las historias de mis
relatos toman la forma de novela o de cuento dependiendo de la extensión.
A veces decido interrumpir un relato y es así que termina siendo un
“cuento”. Podría continuarlo y sería una novela. Creo que ello ocurre porque
desde mi punto de vista los relatos son básicamente narraciones y, en tanto
tales, son también agregaciones de momentos.
¿Escuchas
música mientras escribes? ¿Qué géneros?
A veces escucho música. Cuando lo
hago, es clásica o jazz. He escrito libros acompañado de grabaciones
específicas. Y cada vez que vuelvo a escucharlas revivo la experiencia de esa
escritura. Esa reminiscencia de la propia composición que pasa por la
recuperación musical es una de las experiencias más tremendas, porque está,
digamos, entre lo conceptual y lo espiritual.
¿Si
tuvieras que escoger alguna de tus novelas para que fuera adaptada a un guión
de cine, cuál sería? ¿Por qué?
Depende del cine del que se hable. En
general, creo que mis novelas resultarían difíciles de adaptar al cine. Eso
hace que, a la vez, acaso pudieran adaptarse muy fácilmente. Quiero decir, mis
novelas no están sostenidas en una trama de intriga, o de episodios progresivos.
Pero a la vez me gustaría mucho ver el resultado de esa experiencia, porque
pienso que mis relatos, aun cuando no sean típicamente cinematográficos, están
a su modo absolutamente atentos a la visualidad.
Un
libro de otro autor que te hubiera gustado escribir.
Me hubiera gustado escribir El
silenciero, de Antonio Di Benedetto. Pero ese deseo, el de haber querido
escribir un libro que pertenece a otro, en realidad es el deseo de
reescribirlo: queremos apropiarnos de ese relato y sobreescribirlo: anotarlo y
dirigirlo hacia lo que fue nuestra lectura.
Un
libro que te guste releer.
Me gusta releer autores, no libros en
particular. La relectura te permite sortear el formato libro y hacer
operaciones transversales. Digamos, cuando se relee uno puede leer fragmentariamente,
intermitentemente, sin sentir que se pierde nada en particular. Incluso diría
que en eso consiste la relectura: actualizar zonas de lo leído y dejar en la
sombra lo leído en el pasado.
En Venezuela escribí más de lo que
escribí en otro sitio. Antes de llegar a Venezuela yo era un escritor medio
larval, aproximativo; podría haber dejado la escritura. Si no la dejé, creo que
se debió, en parte, a estar fuera de mi país, y en parte a estar en un país
como Venezuela, tan distinto y tan parecido a la Argentina. Creo que Venezuela
es un país apto para albergar Robinsones. Por una extraña combinación de
circunstancias culturales, ambientales y humanas, uno puede desarrollar un
proyecto individual con una minimización extrema de interferencias. O podía, no
sé cómo será ahora, aunque mi impresión es que en ese aspecto las cosas no han
cambiado demasiado.
Impartes
talleres de escritura creativa en la New York University. ¿Esto ha cambiado tu
forma de experimentar la literatura?
Algunas cosas han cambiado, otras no.
¿Tienes
a alguien de confianza a quien enviarle tus textos cuando los terminas de
escribir?
Por suerte sí tengo alguien en
confiar mis textos. Pero no siempre estoy demasiado pendiente de sus
comentarios. A veces los tomo como indicadores de que hay cosas no muy claras o
bien resueltas en determinados niveles. O sea, muchas veces el comentario no me
sirve tanto como mirada u opinión sino como señal de que algo está haciendo
demasiado ruido.
¿De
qué manera vinculas gastronomía y literatura?
Nunca se me ocurrió vincularlas. Lo
más sencillo sería hablar del goce, por ejemplo, que ambas pueden proveer; o de
la idea de alimentación o metabolismo que se puede asociar a ellas, lo que es
claramente muy previsible. Pero hay dos aspectos que creo más interesantes. Por
un lado, la cosa social de la gastronomía o la comida específicamente: cuando
se come uno está predispuesto a contar o recibir historias, aun bajo la forma
de diálogos mínimos. Es una socialidad que incorpora eventualmente
micronarraciones. Por otro lado la idea de la caducidad. La comida se echa a
perder; más si hablamos de gastronomía, que significa comida preparada para
comer. Creo que lo mismo puede decirse de la literatura: en general tiene una
fecha de vencimiento que ignoramos. Pero la analogía no puede ser automática,
porque hay literaturas que parecen caducas, o vencidas, y de pronto algo se
despierta y se vuelven activas. En todo caso, me interesaría ese vínculo
diferencial de ambas prácticas con los efectos del paso del tiempo, que en
general son fatales.
Suelo
empatizar inmediatamente con la mayoría de los personajes de las historias que
escribes en distintos géneros (crónica, cuento, novela), creo que se debe a la
nitidez con la que están descritos, compuestos por una combinación muy potente
de fuerza, ternura, incomodidad, curiosidad y asombro ante su propia realidad.
¿Qué es lo más importante para ti en la construcción de un personaje?
Me gusta la noción de incompleto.
Cuando los personajes son incompletos pueden llegar a parecer un poco
inacabados, obviamente, y por lo tanto algo artificiales. Tengo la impresión de
que cuando son artificiales, los personajes son más reales. No quiero generalizar;
sólo hablo de la relación con mis personajes. Por lo demás, estamos muy
acostumbrados a encontrar personajes que apelan a una identificación del lector
clara y lo más rápida posible. Es cuando interviene el arquetipo y la llamada
profundidad psicológica. No digo que esté mal, sólo que a mí no me sale bien;
más allá del hecho de que me inclino hacia formas que busquen desestabilizar un
poco lo que puede parecer natural.
Sí, tengo varias ideas. No son
necesariamente ideas “argumentales”. Diría que no lo son en absoluto. Son más
bien formatos, temas, climas o vagas ideas de momentos narrativos. Son también
“cuesiones”. Pero así como hay autores que por cábala no adelantan el título de
lo que aún no terminaron, tiendo a no mencionar mis temas. No es tanto una
superstición como el temor a que si lo describo, baje mi interés, o incluso mi
confianza. Algo parecido a lo que ocurre cuando contamos un chiste varias veces
y notamos que pese a nuestro esfuerzo el relato pierde elocuencia.
En
tu narrativa hay un espacio importante para el detalle. Si por ejemplo un
personaje se está afeitando, sabremos qué temperatura y color tiene el agua,
cómo se acumula el pelo que cae, qué marca es la hojilla. Me da curiosidad: ¿a
veces te pones a hacer lo que narrarás a continuación o sólo es un excelente
ejercicio de memoria e imaginación?
Para mí es una cuestión de imaginación. No una imaginación
vinculada con la fantasía y las peripecias, sino una imaginación de tipo
conceptual, si puedo decirlo así. Me gusta que las cosas o acciones
sobreentendidas se vean de pronto acosadas por las interrogaciones que
suscitan. Es una manera de transmitir preguntas por el estatuto de la realidad.
¿En
qué proyecto de escritura estás trabajando ahora?
Estoy escribiendo más de una cosa,
varias. Eso me tiene desconcertado, más bien atribulado, porque no es lo que me
pasa por lo general. Antes me gustaban las narraciones abiertas. Temo que ahora
también me gustan los proyectos abiertos, lo cual tiene sus riesgos.
Sergio Chejfec nació en Buenos Aires en 1956. Narrador,
poeta y ensayista. Autor de Lenta biografía (1990), Moral (1990), El aire
(1992), Cinco (1996), El llamado de la especie (1997), Los planetas (1999),
Boca de lobo (2000), Los incompletos (2004), Baroni: un viaje
(2007), Mis dos mundos (2008), La experiencia dramática (2012), Modo
Linterna (2013). Ha publicado también dos libros de poemas: Tres poemas y una merced (2002), Gallos y huesos (2003); y un libro de
ensayos, El punto vacilante (2005).