En tu poesía se deja sentir un
tono emparentado con la poesía mística occidental, ¿cómo lo vives en el momento
de la escritura?, ¿ese influjo es evidente para ti?
No ha sido evidente, ha sido un
ahogo, un llamado, un impulso…maravilloso, y sobre todo enigmático. Quizá todo
deriva de cómo acontece mi diario transcurrir, transcurrir en el que he
adquirido hábitos, rituales que necesito oficiar, y de los que tomo conciencia solo
en el instante cuando los expreso, sin proponérmelo, sobre la página que tengo
delante de mí. Recuerdo que Juan Liscano fue el
primero en advertir(me) que yo no componía poemas, que parecía que me los iba arrancando, que los arrancaba de mi
jardín. Para atestiguarlo está el “Pájaro de corazón arrancado”,
y el hecho de que “En mi casa todo pájaro
amanece curado”.
En mi primer libro (De mí, lo oscuro) dije “Estoy hecha de sed”, una sed abrasadora
y asfixiante que apenas me permitía balbucear silencios hasta que sentí
palpitar en mi pecho el latido de lo improbable y del corazón de un pájaro. Ese
pájaro que incesantemente aleteaba en torno a mí, irrumpió en Canto de oficio y desplegó sus alas transparentándose en
ángel, figura que “me exigiría otra respiración –como asentase en un texto que
escribiese a manera de Testimonio, publicado en Trilogía, y que creo necesario referir aquí-, una nueva modulación que se tradujo en experiencia
espiritual misteriosa, extrema y extenuante: el canto, la invocación, el
conjuro, las salmodias...”
A no dudar, la figura del pájaro,
luego vuelto ángel, se la debo a San Juan de la Cruz, a su Cántico Espiritual que
mientras leía reflejaba en mis pupilas “La herida del ángel”, herida que,
repito aquí, tuve que portar como marca de la
travesía al borde filoso y punzante de la enfermedad del amado, transfigurado
en El Esposo. Mi sed original fue saciada con
fervor cuando se me apareció el Esposo, y en medio del vivir viviendo, se volvió mi esposo y se abrió el cielo y asomó la
enfermedad del amado, y me entregué a sanarle, y enterré en el jardín el ala de
amar, porque preguntándome si lo que sentía eran “…¿delirios, delicias de Santo?”, asentí “En mi casa todo pájaro amanece curado”.
Ciertamente, como refieres en la
pregunta, en mi poesía -estimo desde El
poema del esposo-, “se deja sentir un tono emparentado con la poesía
mística occidental” que tal y como he tratado de expresar, vivo de una manera
diríase espiritual que me abruma, me asombra y al unísono, me complace.
¿Qué autores reconoces como
influencia?
Como se hace evidente en lo que
dijese previamente, los autores que me imantan son aquellos que me han inspirado y dispensado imágenes y ritmos
con los que mi alma dialoga en armonía, como el santo y poeta, San Juan de la
Cruz, y la santa de Ávila, por sus Moradas,
Santa Teresa de Jesús, precedidos por los poetas Sufí persas del siglo XIV:
Hafiz, Shabistari y Rumi. No ha sido menos importante para mí la emoción que he
sentido ante los textos que hallamos en libros sagrados como la Biblia y la Torá, y ante aquellos en los que se
recogen otros misterios como los que visitaron William Blake y Emmanuel
Swedenborg que, junto a la órbita de libros que trazan el poético filosofar de
María Zambrano, los poemas y cartas de Rainer Maria Rilke, así como las de Paul
Celan, y la poesía y el pensamiento de Friedrich Hölderlin, a más de los versos
de Novalis, de Emily Dickinson y de Sylvia Plath, conforman parte del entramado
original de las voces que me han inspirado y de las que doy fe.
Pero, quienes sí intuyo que me han
influenciado y que sin leerlos no hubiese podido escribir los poemas que conforman
mis libros son César Vallejo,
Armando Rojas Guardia, Ana Enriqueta Terán, Eugenio Montejo y de una
manera diría enigmática, Hanni
Ossott, pues apenas leí su primer libro tanto ella como sus poemas
desencadenaron en mí una especie de mimetismo psíquico que me condujo a escribir
versos con “sus” palabras. Su Ángel fue mi Ángel. Y cuando me llegó la
enfermedad y tuve que entrar a un quirófano, antes, recuerdo que presa del
miedo me persigné y dije: “porque se cierre la herida del ángel”. Acababa yo de
escribir mi segundo libro, Canto de
oficio, cuya dedicatoria reza así: “A
Hanni Ossott por haberme mostrado la herida del ángel”.
¿Has sentido la necesidad de
escribir otros géneros literarios aparte de la poesía y el ensayo?, ¿qué
te proporcionan la poesía y el ensayo a la hora de escribirlos?, ¿te
da algo distinto cada género?, ¿de qué manera?
Me complace mucho que te refieras a
“sentir la necesidad”, porque para mí es imposible intentar un poema, acometer
la escritura de un poema como proyecto, desde la cabeza. Yo vivo, actúo,
respiro y escribo por sed, por deseo, por apetito, por necesidad de aire, de
belleza, de cantos, de ofrendas, de ceremonias, de rituales...evitando caer en
lo demasiado biográfico, cuidando las palabras, los silencios, los ruidos…
Comencé a adentrarme en la poesía
lenta y progresivamente, mientras frecuentaba los límites del cuerpo, del
padecimiento físico y del goce que depara la efímera belleza. Fui caligrafiando páginas signadas por
el pálpito de lo vivo amenazado. Restaba palabras para anotar imágenes de lo
inmenso que agobia, en agónica búsqueda, ayuna de espacio donde habitar con mis
heridas y junto al pájaro y la flor extinta.
De ese ahogo nació De mí, lo oscuro. Y con el pecho un
poco menos apretado decidí cantar e invoqué “Las razones del pájaro” que al
levantar vuelo se hizo Ángel y me condujo a convocar a mis hermanas y a mi
Esposo, y portar “La herida del ángel”, integrando así ese libro que registra
un cambio en mi respiración, una más lenta y larga, reposada, esa que se
escucha en Canto de oficio
.
Luego, para acometer el vivir sólo se
me daba el poema largo, con cadencia de salmodias, de oración. Entonces escribí
El poema del esposo que, aunque
todavía me resulta entrañable, por momentos he llegado a pensar que me fue
dictado… Casi de seguido la vida, a la luz de cirios y ecos de bisturí, me
llevó a escribir La Boda, y luego
otros poemas de menor extensión que nombré “La rosa acallada” y que cierran la
antología que reúne todos los libros que publicase desde 1987 y hasta el 2003,
titulada Con el ala alta.
En cada uno de los textos que
escribiese en esos años puedo apreciar la estructura secuencial, una
inclinación hacia lo ritual, y una pulsación religiosa que impregnó igualmente el
poemario La casa de los afligidos y
que bien puede identificarse en la edición antológica Soledad intacta que editase Bid&co, en 2009. La poesía me proporciona el aliento
necesario para cimentar mi corazón y mi alma, para no sentirme escindida. La
poesía me vivifica. Al releer en
voz alta algunos de mis versos me turbo por lo que escribiese sin tener conciencia
de lo que había cifrado. Me ha deparado extrañas y benditamente perturbadoras
experiencias.
La escritura del ensayo la fui
cultivando al unísono con la de la poesía, entendiendo el ensayo como escritura que intenta
develar lo que palpita en otro texto -no explicarlo-, si no envolverlo con un manto para que
emerjan las ideas que otro expuso. Cuando escribo ensayos sobre
poesía o sobre poetas siento como si escribiese poesía. Intento aprehender lo
allí volcado sin forcejeos, de la manera más amable posible. Intento despertar
el poema, la idea del otro. Mi guía para la práctica escritural
del ensayo ha sido María Zambrano, su noción de razón poética, propuesta filosófica
que la autora fundamenta en la idea de que las palabras dan cuenta de la
interioridad, se hacen eco de lo que se siente y se significa gracias a la
ayuda iluminadora de la razón que logra insertarlo en un sentido. Y es la
poesía, insiste constantemente Zambrano, como repuesta al lenguaje de lo
sagrado, la que puede dar cuenta de la desvalidez y del amor, de la plenitud y
la carencia que han cimentado la posibilidad de la vida humana. También reconoce
a la palabra poética como fiel a las contingencias humanas en tanto que no
requiere decir por qué existe, ni qué es lo que pretende.
Al llegar hasta aquí con mis
respuestas, para seguir siendo clara y sincera, siento que debo dejar que sea
la misma María Zambrano quien dé cuenta de la razón poética, en su incomparable
y envolvente manera de expresarse. Según asienta en Notas
de un método: “De la razón poética es muy difícil, casi imposible, hablar.
Es como si hiciera morir y nacer a un tiempo; ser y no ser, silencio y palabra,
sin caer en el martirio ni el delirio que se apodera del insomnio del que no
puede dormirse, solamente porque anda a solas. ¿Lo llamaríamos desamparo? Tal
vez. Terror de perderse en la luz más aún que en la oscuridad, necesidad de
respiración acompasada, necesidad de la convivencia, de no estar sola en un mundo sin vida; y de sentirla, no sólo
con el pensamiento, sino con la respiración, con el cuerpo, aunque sea el
minúsculo cuerpo de un animal, que respira: el sentir la vida, donde está y
donde no está todavía. En este “logos sumergido”, en eso que clama por ser
dentro de la razón." Esa “necesidad de respiración
acompasada (…) y de sentirla, no sólo con el pensamiento, sino con la
respiración (…) el sentir la vida, donde está y donde no está todavía” me las
proporciona la escritura del ensayo.
¿Cómo se relacionan
el tema de la enfermedad y la poesía?
El tema de la enfermedad y de la
poesía se relacionan profundamente, tal y como me lo hiciera interiorizar Hanni
Ossott al recorrer sus Ensayos sobre el
habla poética. Por sus labios fui avisada que el poeta “retoma desde la
enfermedad la vida, es decir, la escritura del poema que lo redime del
hundimiento”.
Esa idea de Ossott, en mi caso encarnó en una experiencia dura que hizo temblar y helar mi corazón, y que me la supo
identificar Armando Rojas Guardia al decir, en ocasión de la presentación de mi
libro Con el ala alta, que deseaba
destacar un aspecto por el que sentía particular afinidad: “la transfiguración
de la enfermedad”.
Para transmitir esa experiencia
tan radical en mi vida que permease todo cuanto escribo, necesito referir el
resto de lo que entonces le escuchase a Rojas Guardia: “Digo bien: trans-figurar, es decir,
otorgarle a la dolencia un sentido que, transcendiéndola, haga que ella cobre
otra figura psíquica y espiritual. A la amarga experiencia de la enfermedad
pudo extraerle Patricia –y nosotros a través de ella- el oro verbal de su poema
“La Boda”. Es como si con ese texto ella hubiera hecho algo mejor que demostrarnos, es decir,
mostrarnos de manera palpable y contundente que no hay objeto, hora ni lugar,
por duros o crueles que puedan en primera instancia parecer, que no sean
capaces de ser visitados y nimbados por el aliento primordial y genésico de la
voz poética, del poder transfigurador de la poesía”.
Y si no fuese así, cómo pude entrever estos versos que vertiese en El poema del esposo: “Si amas, tendrás que ir al hospital / En el hospital cuidan de lo amado / En el hospital cuidan del esposo// (Siempre hay un pájaro y una rama y un beso a la salida del hospital) // La enfermedad tiene una sola ala / (Voy a enterrar en el jardín el ala de amar) // …En mi casa todo pájaro amanece curado”.
O estos otros en La Boda? : “Yo tenía un Esposo / Pero no me había casado / Las bodas sólo se celebran / Cuando llega la muerte // A mí la enfermedad me obsequió una alianzas…
¿Qué lugar ocupa la experiencia
vital en la escritura poética?
Luego de intentar, tantear, y
aproximarme a la escritura poética por más de veinte años, y a la luz de siete
libros publicados, no podría negar que las experiencias que he vivido
configuran el sustrato sobre el que ésta se apoya. Mas, se me impone aclarar,
que no ha sido un “calco” ni una reproducción literal de acontecimientos y/o
episodios de mi diario devenir, porque siempre me he afanado en honrar el
oficio, y en especial, en no profanar la página en blanco trazando frases
malsonantes o imágenes que no remitiesen más allá de su connotación
convencional o inicial sino que fuesen iniciáticas tanto para mí como para los
otros.
Al rastrear mis repuestas a esta
especie de intenso conversatorio que me has planteado, vienen a mi auxilio para
continuar explicando el vínculo entre mi experiencia vital y mi escritura
poética expresiones como “todo deriva de
mi diario transcurrir”, “para acometer el vivir sólo se me daba el
poema largo, con cadencia de oración”, “la vida, a la luz de
cirios y ecos de bisturí, me llevó a escribir La Boda”, “la poesía me vivifica”.
Necesito añadir: gracias a la poesía
pude atravesar la dura y lacerante experiencia de una enfermedad mortal como la
que padeciese. Quizá por ello me siento tan agradecida por haberme sido
concedida la posibilidad de escribir poesía y por ello también la poesía se me
dé como oración, como plegaria, como canto celebratorio. Y me exija además gran
modestia: prefiero decir que escribo poesía a calificarme yo misma como Poeta
–aunque no ignoro el reconocimiento que se le ha otorgado a mis libros, y el
que se me distinga como una voz diferente…-.
Reyna Rivas me abrumaba al
sostener que mi quehacer poético y mi quehacer vital estaban consubstanciados.
Y aseveraría en el prólogo de Soledad
intacta que: “En todo su quehacer poético está presente su autenticidad, su
entrega total esencial y existencial”.
Tu poética está recorrida por
la imagen del pájaro, ¿de qué forma hace eco en ti esta imagen?
La imagen del pájaro que, ciertamente recorre mi poética, tiene consabidas alusiones literarias y hasta
ontológicas. Los místicos la enaltecieron, baste recordar que a la figura del
pájaro solitario San Juan le otorgó virtudes que enumerara entre sus “Avisos y
Sentencias Espirituales”. En Keats, hallamos el ruiseñor, el ave que las sintetiza a todas. En las
“Elegías de Duino” de Rilke el pájaro ha transmutado en ángel y no
cesa de desplegar sus alas. Y en
la poesía venezolana le debemos a Eugenio Montejo haber identificado la terredad del pájaro.
Mi libro Canto de oficio es en el que sobrevuelan más pájaros, hasta que
aparece el ángel. Ambos, pájaro y ángel, pueblan todos mis poemarios. Gravitan
sobre mis horas.
Pero el eco de esa imagen,
proviene de mi infancia, ese reino que muchos filósofos han enunciado como el mundo perdido;
el lugar que la imaginación puede recrear con la ayuda de la memoria o gracias
a las ensoñaciones. Yo crecí rodeada de pájaros. Mi abuelo materno
tenía el bello hábito de adquirir jaulas para pájaros “nacidos en cautiverio”,
jaulas que ocupaban el segundo patio de su casa y la de mi inolvidable abuela,
que fue la casa –un gran reino- de mi infancia. Los pájaros eran atendidos por
un ser muy delicado y especial –familia, más que consanguínea, de corazón-,
todas las mañanas. Verla cambiarles el papel del piso, además del agua, y servirles el alpiste, así como escoger
las hojas de lechuga o las frutas para cada especie, me hacía sentir como si
presenciara un espectáculo, me quedaba hechizada…y me hacen recordar que
intenté recrear en un breve poema el humedecer un trozo de pan en agua o leche
y con la mano llevárselos hasta el pico…En uno de mis primeros poemas dicha
imagen se tradujo así: “Recojo pájaros / con la boca //… Les cubro los ojos /
con pan mojado / Les abro la boca / para que recen // Por mí”.
Requerí de su presencia, de su
compañía, mientras me afanaba en curar a mi amado en El poema del esposo. Le inquirí : “¡Detente, pájaro! / (Al pájaro
se le grita si tienes esposo) / ¿Por
qué no me dijiste antes que era reducido el espacio del corazón? / ¿Por qué no me dijiste antes que la luz del
infierno puede ser buena para los ojos? / ¿Por qué no me dijiste antes que no era pecado estar cansada?”
Necesitada de consuelo, le pedí a
mi amado: “Esposo / Pon un pájaro dentro de mi taza // Esposo / Pídele al pájaro que me bese //
Esposo / Pídele al pájaro que ponga más oscura mi casa // Esposo / Ampárame de
tanto pájaro mío”.
El eco del canto del pájaro, su
silabear, su silencio, sus alas me atraviesan desde mi infancia y aún su
presencia en mí no se acalla.
No refiriéndome específicamente
a los pájaros, te pregunto, ¿qué lugar ocupa la naturaleza en tu escritura
poética?
La naturaleza, todo lo que en ella acontece, me produce placer y me plantea
interrogantes sobre el origen de tanta belleza y la conjunción armoniosa de tan
diversas especies vivas, a más de enigmáticos fenómenos naturales de orden
astronómico, meteorológico o geofísico. Pero el paisaje, el lugar circunscrito
a una extensión física y determinada y con
la presencia de elementos naturales que podemos divisar sobre la línea del
horizonte logra imponérseme a tal extremo que lo interiorizo. Pero no dejo
huellas de paisajes ni de naturaleza en mi escritura poética.
Diría
que más que ocupar un lugar en mi escritura poética, la naturaleza, en
su dimensión de paisaje, me ocupa; es una experiencia de orden emocional que me
ayuda a crear un ámbito de gestación de la idea que se tornará verso. A algún boscaje,
al vuelo de algún pájaro, a los acantilados y cumbres que he divisado, a las iluminadas
rosas o a la aurora, o la oscuridad más oscura del firmamento, así como a los cirios encendidos, a la penumbra de
un recodo de alguna capilla, al fuego que emana del Sagrado Corazón de María,
les he de agradecer por haberme asistido para alcanzar la escritura de poesía
que lleva mi nombre.
El texto que en los últimos meses
ha reclamado toda mi energía física y emocional deriva de una imagen que saliera
a mi encuentro entre las Odas de
Hölderlin y que me condujo hasta la figura de Él , a quien el poeta identifica y señala: “Tú que no desdeñas la casa de los afligidos”. En esa casa me
adentré, con el corazón jalonado por el sentimiento de la aflicción. Y con el
corazón afligido anduve, deambulé largos meses –quizá durante todo el año 2007-
hasta hallar consuelo en la tórtola que entreví en el hermosísimo tratado
místico “Moradas de los Corazones” de Abu-L-Hassan-al-Nuri de Bagdad y bajo el
árbol del almendro, árbol de las nupcias, el árbol que anuncia la luz cuando
nadie la espera, cuya fragancia percibí entre las páginas del Éxodo, de la que
nos da cuenta la Biblia.
Sentí que esas dos fuentes –de orígenes tan contrastantes como la que proviene
de un motivo sagrado del Islam expresado en la simbología musulmana sufí, y la
que proviene del conjunto de libros canónicos del
judaísmo y el cristianismo que según las religiones judía y
cristiana, transmite la palabra de Dios- podía entrelazarlas con asombrosa fluidez, en especial gracias a la tórtola
que me parecía entonaba su queja ante los versos de poetas que habían ido
sembrándose en mí, como ese en el que asoma la última rosa de Ajmátova, los de las
rosas de Rilke, aquel de la rosa enferma de Blake y los de las rosas salvajes de
Di Giorgio. También se me hizo imperativo atender el llamamiento que impregna
un poema de Hermann Hess y varios en los que aflora la desolación de Paul Celan.
Y así ha ido naciendo, así ha ido
prefigurándose ante mí, y sobre las páginas en blanco El almendro florido. Y aunque ya el texto se sostiene como poesía
lograda, no ha terminado de nacer ni de prefigurarse. Sigo entregada a cultivar
ese árbol maravilloso y sagrado. Permanezco esperanzada por ver El almendro
florido completamente erguido.
Patricia Guzmán (Caracas / 1960) es autora de siete libros de poesía: De mí, lo oscuro (Pen Club / 1987), Canto de oficio (Pequeña Venecia / 1997), El Poema del Esposo (Pen Press /1999 y 2000), La Boda (Casa Nacional de las Letras / 2001), Con el Ala Alta Obra poética reunida 1987-2003 (El otro & el mismo / 2004), Soledad intacta (Antología y addenda crítica / Bid&co.editor / 2009), y Trilogía (hilos editora/ Buenos Aires/ 2010), títulos que han merecido la atención de la crítica internacional que distingue su voz como infatigable e impregnada de resonancias de la literatura mística de Occidente.
Obtuvo el Doctorado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de La Sorbona (Paris III) y en su trayectoria profesional destaca la dirección de secciones especializadas en arte (El Nacional) y de los suplementos literarios de otros de los más importantes periódicos venezolanos: “Bajo Palabra” (El Diario de Caracas) y “Verbigracia” (El Universal). Con rango de Profesor Agregado investiga y dicta clases en la Escuela de Comunicación Social de la UCAB, de la que fue Directora. En calidad de Profesor Asociado invitado, en el primer semestre del 2007, impartió dos cursos en el Departamento de Estudios Hispánicos de Brown University (Providence, Rhode Island).
Patricia Guzmán (Caracas / 1960) es autora de siete libros de poesía: De mí, lo oscuro (Pen Club / 1987), Canto de oficio (Pequeña Venecia / 1997), El Poema del Esposo (Pen Press /1999 y 2000), La Boda (Casa Nacional de las Letras / 2001), Con el Ala Alta Obra poética reunida 1987-2003 (El otro & el mismo / 2004), Soledad intacta (Antología y addenda crítica / Bid&co.editor / 2009), y Trilogía (hilos editora/ Buenos Aires/ 2010), títulos que han merecido la atención de la crítica internacional que distingue su voz como infatigable e impregnada de resonancias de la literatura mística de Occidente.
Obtuvo el Doctorado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de La Sorbona (Paris III) y en su trayectoria profesional destaca la dirección de secciones especializadas en arte (El Nacional) y de los suplementos literarios de otros de los más importantes periódicos venezolanos: “Bajo Palabra” (El Diario de Caracas) y “Verbigracia” (El Universal). Con rango de Profesor Agregado investiga y dicta clases en la Escuela de Comunicación Social de la UCAB, de la que fue Directora. En calidad de Profesor Asociado invitado, en el primer semestre del 2007, impartió dos cursos en el Departamento de Estudios Hispánicos de Brown University (Providence, Rhode Island).