Tienes dos poemarios publicados: Doxa y La lírica está muerta. ¿Cómo fue la creación de cada uno de estos
libros? ¿Eran proyectos premeditados o se hicieron en la medida en que fuiste
escribiendo y agrupando textos?
Escribí Doxa entre los 21 y los 22 años, inspirado –como creía ingenuamente en ese entonces– en Trilce de César Vallejo, la “Noche Oscura” de San Juan de la Cruz y Stanzas in Meditation, de Gertrude Stein. Afortunadamente, el resultado no fue tan macarrónico como ese recalentado de influencias podría sugerir, sino más bien un ejercicio métrico y estilístico que me sirvió de aprendizaje, a la vez que me permitió quitarme la chaqueta de plomo del inédito.
Escribí Doxa entre los 21 y los 22 años, inspirado –como creía ingenuamente en ese entonces– en Trilce de César Vallejo, la “Noche Oscura” de San Juan de la Cruz y Stanzas in Meditation, de Gertrude Stein. Afortunadamente, el resultado no fue tan macarrónico como ese recalentado de influencias podría sugerir, sino más bien un ejercicio métrico y estilístico que me sirvió de aprendizaje, a la vez que me permitió quitarme la chaqueta de plomo del inédito.
En efecto, el libro tenía un programa previo: dar cuenta de
una experiencia extática laica, una especie de mística inmanente, en la que la
primera persona apareciera diluida en ciertas impresiones sensoriales, y el
cuerpo encontrara una conciencia exterior a sus miembros. Luego, por suerte,
escribí en un rapto el último poema –que da título al libro–, y eché por tierra
lo que había hecho: es un texto violentamente confesional, que asume la primera
persona desde el primer verso, y que sigue siendo lo que más me gusta de lo que
tengo escrito.
La lírica está muerta es decididamente un libro
programático, cuyo objetivo primigenio era participar de una polémica del campo
literario argentino: la idea, proclamada por un poeta de la generación del
noventa –la anterior a la mía– de que la lírica era apenas una manifestación
social que había alcanzado su obsolescencia. Sin embargo, dado que compuse el
libro entre los 25 y los 30 años, fui perdiendo interés en pelearme con mis
mayores, y el resultado final es más bien una elegía por la idea de la pérdida
del afán de trascendencia por medio de la poesía. O al menos eso me gustaría
creer.
En cualquier caso, creo que a la hora de escribir siempre
parto de una idea, y trato de subsumir lo que escribo a su realización, en vez
de agrupar textos escritos a partir de disparadores menos programáticos. Por
supuesto, envidio muchísimo a quienes son capaces de permitirse semejante
libertad.
Siendo un poeta argentino, ¿cómo influye en tu
escritura el vivir en Nueva York?
Supongo que muchísimo. En primer lugar, tengo que decir que
el desarraigo y el descentramiento a los que obliga el hecho de vivir afuera me
resultan sumamente productivos, espiritual e intelectualmente, porque uno tiene
que reinventarse, correrse de foco todo el tiempo, incluso para cosas tan
prácticas como pedir café para llevar. En este caso, habida cuenta de la
incapacidad de los estadounidenses para pronunciar mi nombre, decidí
rebautizarme Carlos, una pequeña esquizofrenia funcional que sin duda ejerce una poderosa
influencia en todo lo que hago.
En segundo lugar, hace muchos años que llevo un blog dedicado
en gran medida a la traducción de poetas estadounidenses, y llegué al país con
una idea respecto de la poesía que se producía acá que luego resultó muy
parcial o directamente equivocada.
Sientes un interés particular por la métrica en
la escritura poética. ¿De dónde surge este interés y cómo afecta tu forma de
leer y escribir?
En efecto, me obsesiona la métrica, pero eso tal vez tenga
una explicación más clínica que estética (T.O.C., etc.). En cualquier caso, me
gustaría pensar que mi interés por la técnica y la forma va más allá de la
métrica, y que tiene que ver con una fascinación por la música de la poesía y
su poder de encantamiento. Y se me ocurre que mi decisión de estudiar los
modelos clásicos se relaciona con haberme dado cuenta de que no era un
virtuoso, y que si quería hacer mejores mis versitos iba a tener que dedicarle algo
de tiempo a la preceptiva.
¿Qué lecturas te acompañaron en tus inicios
como escritor?
Siempre me acompañó una poderosa fascinación por la palabra,
incluso antes de formarme una idea más o menos brumosa de lo literario. La
primera revelación tuvo lugar en mi temprana infancia, mientras leía una
traducción de Huckleberry Finn de
Mark Twain: en mi recuerdo, durante su huida por el Mississippi, Huck se
detiene en un pueblo vecino y compra una larguísima serie de cosas (una botella
de whisky, un cuchillo, tocino y provisiones varias) por apenas un dólar. Yo,
que tenía cierta idea del valor del dinero, tuve la intuición de que en ese
módico milagro se cifraba la fuerza de la literatura. Muchos años después, leí Huckleberry Finn en su lengua original,
con la ilusión de reencontrarme con ese pasaje y recrear aquella sensación. Por
supuesto, jamás volví a encontrar el episodio.
Esa intuición se confirmó con el descubrimiento de la poesía.
Si bien era un lector voraz, mi interés se había centrado en la narrativa. Mi
profesor de literatura de tercer año de la secundaria llevó a la clase “Oficina
y denuncia”, un poema de Poeta en Nueva
York, de Federico García Lorca. Al leerlo, tuve una súbita certeza: había
para mí en ese nuevo género algo radicalmente distinto y de orden superior, que
no había experimentado con la prosa.
Además de poeta, también te dedicas a la
traducción. De hecho, llevas un blog en el que publicas tus propias
traducciones de textos literarios. ¿Cómo es el proceso de selección? ¿Por qué
estos autores y estas obras?
El blog cumple en agosto nueve años, de modo que el criterio
de selección original –traducir mis poemas preferidos– hace tiempo que mutó a
un rol editorial más realista: tratar de difundir un panorama poético
interesante, pero no necesariamente los poemas que a mí más me gustan.
¿Qué buscas cuando lees?
Ojalá lo supiera. ¿Le felicidad? ¿Un estremecimiento? ¿Algo
que me haga sentir la imperiosa necesidad de escribir?
¿Crees que
las redes sociales han cambiado el modo de leer literatura?
Sé que se habla de
cierta democratización en la circulación de los textos vinculada a la
internet 2.0; yo, personalmente, creo que hay algo de eso, pero también veo un
regreso a formas de circulación más propias de épocas pretéritas (pienso,
por ejemplo, en la latinidad clásica o en los Siglos de Oro españoles), en
que los autores hacían circular sus manuscritos entre un público compuesto por
sus amigos y conocidos letrados. En este sentido, estaríamos asistiendo a una
reafirmación del carácter cenacular de la literatura, oculto bajo el disfraz de
una supuesta accesibilidad.
Me parece
que ese carácter cenacular tiene menos que ver con el gabinete alquímico del
poeta hermético que con las formas de sociabilidad que se observan por ejemplo
en la escena del rock “alternativo”: básicamente, se establecen lazos de
promoción cruzada (yo le pongo “me gusta” a tus poemas si vos hacés lo propio
con los míos). Lo mismo pasa con las lecturas de poesía, en general los amigos
o clientes (uso este término en el sentido clásico, en referencia a
las personas que están bajo la protección o tutela de otra) son los únicos que
asisten, menos por interés por la poesía del poeta que lee (y a menudo, a pesar
del desinterés por la misma) que por una voluntad de pertenencia y por la
esperanza de ver esa asistencia retribuida en otros eventos que los tendrán a
ellos como protagonistas. En ese sentido, como venía diciendo, veo a las redes
sociales, como su nombre lo indica, más como instancias de promoción de la
sociabilidad que de la literatura. Y con esto no estoy necesariamente abriendo
un juicio de valor negativo al respecto: está claro que la amistad y el sexo
son infinitamente más importantes que la literatura.
¿En qué proyectos estás trabajando ahora?
Tengo un libro de limericks para niños ilustrado por la artista Raquel Cané que espera pronta publicación. Estoy trabajando en un libro de entrevistas a poetas estadounidenses, que no está muy avanzado. Hace años vengo compilando una antología de poetas estadounidenses jóvenes poco conocidos, que tengo la esperanza de publicar este año. Eso entre otros varios proyectos que sería prolijo mencionar.
Ezequiel Zaidenwerg es un poeta y traductor argentino (Buenos Aires, 1981). Publicó dos libros de poemas, Doxa (2008) y La Lírica Está Muerta (2011). Tradujo a Anne Carson, Ezra Pound, Robert Creeley, W.H. Auden, y ha publicado poemas en Alemania, Estados Unidos y México, Brasil. Ezequiel Zaidenwerg vive en Nuva York. Poema original seguido de las traducciones al inglés y portugués.
¿En qué proyectos estás trabajando ahora?
Tengo un libro de limericks para niños ilustrado por la artista Raquel Cané que espera pronta publicación. Estoy trabajando en un libro de entrevistas a poetas estadounidenses, que no está muy avanzado. Hace años vengo compilando una antología de poetas estadounidenses jóvenes poco conocidos, que tengo la esperanza de publicar este año. Eso entre otros varios proyectos que sería prolijo mencionar.
Ezequiel Zaidenwerg es un poeta y traductor argentino (Buenos Aires, 1981). Publicó dos libros de poemas, Doxa (2008) y La Lírica Está Muerta (2011). Tradujo a Anne Carson, Ezra Pound, Robert Creeley, W.H. Auden, y ha publicado poemas en Alemania, Estados Unidos y México, Brasil. Ezequiel Zaidenwerg vive en Nuva York. Poema original seguido de las traducciones al inglés y portugués.