Llevas simultáneamente las labores de docente, ensayista,
crítico literario y traductor. ¿Cómo balanceas los distintos pesos de estos
oficios?
La verdad es que todos estos oficios tienen un hilo
conductor: el lenguaje y la reflexión que le es inherente. Leo para enseñar y
enseño para leer (de Eliot aprendí que la mejor manera de estudiar a un autor o
un problema es ofrecer “un curso” sobre ese autor, ese problema); dando una
clase se me ocurren cosas sobre las que luego escribo y a veces expongo en
clases cosas que he escrito antes; traduzco para enseñar y para escribir (la
verdad es que muchas veces traduzco por el puro placer de sumergirme en el
laberinto de las lenguas) y a veces al escribir estoy, sin saberlo siempre, traduciendo
(algo o a alguien). Paso frecuentemente de una actividad a otra: mientras
preparo una clase me enrumbo en traducir un texto, mientras traduzco un texto
se me ocurre un posible curso o algún escrito (poema o ensayo), mientras leo
algo hago asociaciones con otras lecturas y otras lenguas... Y para mí todo
esto tiene el valor, el peso del pensar. En realidad (aunque no siempre estuve
consciente de ello) me he dado cuenta de que todo pensar implica,
ineludiblemente, un impulso pedagógico. Sólo en la medida en que lo que
pensamos/escribimos puede hacerse transmisible, esto es, visible, perceptible
para el otro –sin disminuir, claro está, su complejidad–, adquiere verdadero
sentido.
Como docente, ¿qué noción tienes de tu labor? ¿Puede el
profesor universitario hacer de la clase un acto creador?
Como dije antes, creo que al pensar –y quizá deba decir
en este punto que para mí de lo que se trata, con el arte, con la música, con
la literatura, con el cine, etc., es de pensar– le es inherente un componente
pedagógico. Pensar es hacer posibles/visibles formas nuevas, alternativas,
complejas de experiencia y esas formas sólo podrán experienciarse –me gusta
esta palabra inventada por necesaria– si se enseñan, si se patentizan, si se
muestran como alternativas a nuestra sensibilidad educada en el acervo de
experiencias aceptadas, convencionalizadas. Aprendemos entonces (los alumnos y
los profesores) a ver las cosas de otra manera e incluso a ver más cosas. Creo
que en este sentido, enseñar es efectivamente e indudablemente un acto creador.
¿Hoy en día, aún
es posible desde las aulas fomentar un pensamiento genuinamente crítico ante
una situación social hostil?
Quizá podría pensarse que la situación social hostil nos
obliga a pensar aún más críticamente; impone una urgencia a la labor docente
–particularmente en el campo de las humanidades– que ya no puede contentarse
simplemente con una apreciación de la tradición, con una atención concentrada
en los elementos de una estética heredada o nueva. El individuo educado en percibir
los detalles de un enunciado, los matices de un texto, las implicaciones de sus
complejidades discursivas, se convierte necesariamente en un ciudadano puesto
que su actividad de lectura lo capacita para ejercitar una forma fundamental de
política –en el sentido etimológico del término. (Y esto a pesar de que algunos
académicos se empeñan en mostrarnos, para nuestro desmayo, que la mala fe
siempre puede desintegrar esa capacidad.) Si se enseña a leer con cuidado los
textos –a ser filólogos en el sentido que daba Nietzsche al término: “maestros de
la lectura lenta”–, ¿cómo se puede no ser crítico al leer la situación social y política –ese otro texto abigarrado y
complejo, a su vez integrado por una summa
de textos?
Has llevado a
cabo residencias como investigador en el extranjero. ¿En qué modo enriquece la
investigación el haber sido llevada a cabo en un contexto distinto?
En mi caso, ha servido sobre todo para entrar en contacto
con otras culturas y otras lenguas, otras maneras de percibir el mundo y de
decirlo. Fatalmente (¿desgraciadamente?) la globalización ha hecho menos
“extrañante” la experiencia y a veces uno se encuentra con que las formas (¿las
modas?) de estudiar la literatura latinoamericana, por ejemplo, se parecen mucho
en algunas partes de Europa y en USA; parten de una mirada politizada, en el
sentido más pedestre de la palabra, y muchas veces adoptan una perspectiva que
se quiere redentora y clarividente de nuestras difíciles realidades sociales y
políticas. Quizá por eso, mis contactos en el exterior han sido más fructíferos
con profesores de otros campos de la literatura y con filósofos.
En tu parecer,
¿en qué consiste la labor del ensayista?
Tengo que confesar que ya no me siento (si es que alguna
vez me sentí) ensayista o que en todo caso no hago la diferencia entre el
ensayo y el trabajo académico. Aveces he sentido, de parte de los ensayistas,
una tendencia a criticar –incluso a denostar– el trabajo académico como
“pesado”, “pedante”, “jergoso”, “inimaginativo”… Y hay sin duda mucho de eso en
ese mercado particular que se llama la academia. Pero no creo que haya que
tirar todo por la borda, debido a esa influencia del mercado. En el ámbito
académico se han abierto y se abren constantemente puertas a formas nuevas y
alternativas de pensar y experienciar que han transformado de manera radical el
mundo en que vivimos, el mundo que vemos y los ordenamientos que le asignamos.
Y es precisamente en eso en lo que consiste la labor del ensayista/académico:
pensar y repensar el mundo que nos ha tocado vivir: sus formas de convivencia,
sus concepciones de la existencia, sus producciones culturales, sus maneras de
decir y entender, y las formas en que se dinamizan, se renuevan, se
alternativizan todas esas esferas.
Has dedicado una parte significativa de tus ensayos y
estudios al fenómeno poético. ¿Qué se necesita para ello?, ¿qué es lo que
distingue el estudio de la poesía del estudio de otras áreas de la literatura u
otras artes?
Creo que la poesía (claro está, no toda la poesía) tiene
un grado de tensión verbal (Deleuze y Guattari lo llaman “un alto coeficiente
de desterritorialización”) que no siempre se encuentra en otras manifestaciones
verbales. Esa tensión verbal es lo que lleva al lenguaje a enunciar otras
experiencias –“menos objetivas”, diría nuestro Juan Sánchez Peláez– que
reacomodan, reaniman, rearman, recomponen el mundo. Sin duda ciertos tipos de
prosa también proceden de esta manera y en este sentido proponen también formas
de repensar el mundo. Y desde luego, el arte en general lo hace también, aunque
no (necesariamente) con el lenguaje. Lo que para mí resulta interesante de la
poesía es que toma –permíteme la metáfora– el ADN de nuestra existencia
psíquica, social y cultural y lo transforma, gracias a nuevas combinaciones,
para “hacer más amplio el campo de lo posible” –para decirlo con esa frase de
Píndaro que atesoraban tanto Camus como Valéry.
Mucha gente hace énfasis en cómo dar clases coarta su
actividad creadora. ¿Esto te ha sucedido?
Como dije antes, para mí la creatividad puede estar
precisamente en enseñar (y aprender enseñando) a (re)pensar el mundo a través
de sus palabras, de sus objetos, de sus artefactos y de la manera como se
hilvanan, se entretejen en las redes de una cultura. No quisiera tener que
jerarquizar, en cuanto a la creatividad, las actividades de enseñar y escribir.
Creo que habría que ver en cada caso qué resulta más creativo, más original,
más complejo. En algunos casos, ganará el poema, el texto, sin duda; en otros
¿por qué no? una que otra clase… En mi caso, puedo decir que se establecen unos
verdaderos vasos comunicantes entre la labor de enseñar y el oficio de
escribir.
¿Para qué
traducir?
Traducir es permitirse ver la complejidad del mundo desde
las distintas formas de nombrarlo, una forma de multiplicarlo y de poblarlo, de
ver cómo se extienden sus perfiles, cómo se alargan sus sombras, cómo se hace
pensamiento nuevo y mirada inédita por manifestación de las palabras “otras”,
allí donde lo que había era la supuesta certeza de las palabras sabidas. ¿Para
qué hacerlo? Precisamente para enriquecer el espacio que ocupamos, para
ensanchar los límites de lo decible, de lo pensable y cumplir así lo que, en traducción,
Szymborska llama: “el milagro adicional”: “se puede pensar lo impensable”.
¿Qué
dificultades entraña la traducción de poesía?
Muchas y muy diversas. Como dije antes, la poesía lleva
(de nuevo hay que precisar, en algunos casos) el lenguaje a su límite de
comunicabilidad y por ello no basta saber una lengua para entender la poesía
escrita en esa lengua. En la poesía el lenguaje se convierte en un instrumento
delicado y complejo que hay que aprender a entender, más allá del entendimiento
(comunicativo) que nos ofrece el conocimiento, incluso materno, de la lengua.
Alguien dijo que el Ulysses de Joyce
estaba escrito en una lengua a la que se accedía por el inglés. Creo que la
afirmación puede aplicarse a la poesía (al menos la que me resulta
estimulante): los poemas “hablan” en una lengua a la que se accede por la
lengua en la que escribió en principio el autor, pero que requiere de un “oído”
atento, minucioso para poder ser entendida –y esto, claro está, tiene mucho que
ver, tanto con la sonoridad como con su carácter escrito.
¿En qué
proyectos estás trabajando ahora?
Ahora estoy trabajando en un libro sobre la experiencia y la forma en que
los artefactos culturales (el arte, el cine, la literatura, la danza, la
música) la reformulan, la reconfiguran. Es un proyecto ambicioso, así que va
avanzando lentamente. También estoy preparando unos textos que proponen una
lectura alternativa (yo la llamo, no hermenéutica, no interpretativa) de la
poesía de Lezama.
Luis Miguel Isava es Ph.D. en Literatura Comparada (Emory University, Atlanta, USA) y profesor titular del Departamento de Lengua y Literatura de la USB. Sus áreas de especialización son poesía y poéticas contemporáneas, relaciones entre literatura y filosofía, teoría, estética y estudios de cine. Ha escrito un libro sobre la poesía de Rafael Cadenas (Voz de amante. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1990); ha traducido parte de la obra de Saint-John Perse (Canto para un equinoccio. 2da edición. Caracas: Monte Ávila, 1998) y publicó un libro sobre teoría poética:Wittgenstein, Kraus, and Valéry. A Paradigm for Poetic Rhyme and Reason(New York: Peter Lang, 2002). Ha publicado además artículos sobre teoría literaria, estética, cine, artes visuales y poesía en diversas revistas nacionales e internacionales. En la actualidad lleva a cabo una investigación sobre la poesía de José Lezama Lima y prepara un libro sobre concepciones alternativas de la experiencia a través de formas artísticas.
Luis Miguel Isava es Ph.D. en Literatura Comparada (Emory University, Atlanta, USA) y profesor titular del Departamento de Lengua y Literatura de la USB. Sus áreas de especialización son poesía y poéticas contemporáneas, relaciones entre literatura y filosofía, teoría, estética y estudios de cine. Ha escrito un libro sobre la poesía de Rafael Cadenas (Voz de amante. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1990); ha traducido parte de la obra de Saint-John Perse (Canto para un equinoccio. 2da edición. Caracas: Monte Ávila, 1998) y publicó un libro sobre teoría poética:Wittgenstein, Kraus, and Valéry. A Paradigm for Poetic Rhyme and Reason(New York: Peter Lang, 2002). Ha publicado además artículos sobre teoría literaria, estética, cine, artes visuales y poesía en diversas revistas nacionales e internacionales. En la actualidad lleva a cabo una investigación sobre la poesía de José Lezama Lima y prepara un libro sobre concepciones alternativas de la experiencia a través de formas artísticas.