Ocurrió al
oír un poema para niños de Gabriela Mistral escrito en los años veinte, Meciendo.
“Elmarsusmillares” soltaba una suerte de música que desplegó la red entre tiempos mentales y materiales, a partir
de una línea de palabras cuyo sentido inmediato estaba cerrado para mí, porque a
mis tres años de edad yo no había visto nunca el mar. Algo entre palabras se
abrió paso y completó lo que me faltaba para disipar aquello que ahora sería de
dominio psiquiátrico y que entonces llevaba el diagnóstico de asuntos
bronquiales. Vivía en una infancia
violenta. Al asombro siguió un
arropamiento en la masa sonora más real porque me suspendía en lo simultáneo,la
experiencia de varios yoes, sin angustia.
El poema aseguró
también mensajes de cuidados, con el poderoso mundo de las palabras. Pero no
únicamente en el sentido de usarlas como calmantes. Lo hipnótico y lo encantatorio
o apelativo ritual, de palabras que hablan en nombre del gran pre-saber no
queda ahí. No. También habla la poesía en nombre de nadie. Lo que en principio
podría definirse como materializar un contacto psicofísico con la naturaleza o
vía de acceso a la vida intuitiva también te pone en una tarea interminable e
invisible. Muchas veces modificada por el acercamiento a los poetas
establecidos, los maestros generacionales, las figuras de influencia que cada
época promueve, de tipos de poetas dementes o sabios que no decidimos a
voluntad sino que van y vienen en nosotros. El poema de Mistral que me invitó
de niña a la poesía quedó ahí pues ya de adulta no pude volver a leerla, sugestionada
por el prejuicio historiográfico de mi
tiempo que la colocaba en el panteón de las maestritas y poetisas
desautorizadas.
El mar sus millares de olas
mece, divino.
Oyendo a los mares amantes,
mezo a mi niño.
El viento errabundo en la noche
mece los trigos.
Oyendo a los vientos amantes,
mezo a mi niño.
Dios padre sus miles de mundos
mece sin ruido.
Sintiendo su mano en la sombra
mezo a mi niño.
Gran parte de
tus estudios los realizaste en Paris. ¿Cómo influyó esta ciudad en tu
escritura?
Vivir en Paris me permitió explorar lo
extranjero de mi deseo de escritura que en mí tomaba varios registros. Había tantas capas en mi deseo. Una tensión
que ya me era particular, entre lenguas de disímiles contextos y géneros
literarios que de otra manera hubiera reprimido en el intento de ganar la
aceptación inmediata como autora. La escritura crítica o consciente se volvió
algo que me debía primero a mí misma. Y además de llevar una doble presión de
género femenino e identidad sexual cargaba con la de mi origen rural y
multicultural. París no me obligaba a responder a expectativas sociales e
historiográficas, que desde mi condición personal no hubiera podido vivir a
fondo en mis ciudades de origen. Una escritura que des-oculta y no únicamente asienta
o entretiene o refleja políticas privadas y públicas, mi periferia de París
permitió que lo intentara.
Tus estudios
doctorales en Nueva York, se centraron en la investigación de la representación
de los estereotipos del personaje escritora. ¿Qué puedes contarme de esto?
Nuevamente, quise acercarme a la máscara
escritora para comprender subterfugios y formas de manifestación de la
violencia simbólica. En realidad es un tópico muy explorado en las academias
del mundo entero pero que yo necesitaba abordar como parte de mis procesos
personales.
Estudiar forma parte de mi pasión de
lectora. Yo persistí toda la vida leyendo no solamente a escritores canónicos
sino también a autoras. En Upata leí a
Irma Acosta y escuché de Teresa Coraspe. En Paris, escrituras como la de
Clarice Lispector, las de europeas y norteamericanas
y otras en español, me impactaron, como las
de Elisa Lerner, Victoria de Stefano, Nivaria
Tejera, Alejandra Pizarnik, Carmen Laforet, Antonieta Madrid, Laura Antillano,
Rosa Chacel, Ana Rosa Angarita, María
Luisa Lázzaro, Lourdes Manrique, Mariela Álvarez, Antonia
Palacios, Marilyn Contardi y Lourdes Sifontes Greco. Siempre me preguntaba
cómo algunas autoras se imaginaron a una mujer que escribe, ya en la
reproducción como en la ruptura del
modelo de autora y si éste modelo
variaba. Quise indagar en el proceso
desdoblado en sus personajes de autoras. Tomé como escritora emblemática de
partida a Yolanda Oreamuno, para
entretejer alrededor de ella mis
pensamientos.
No realmente. Tal vez todo escritor se siente extranjero en algún
momento. Depende de su manera de formar parte
o no de una comunidad política. La extranjería geográfica, acorde con estadísticas,
sería relativa a una circulación por los
espacios que frecuentan los escritores con sus lectores, en un tiempo y espacio
particulares. Sonar de algo o no sonar de nada te haría más o menos extraño o
ajeno a un lugar específico.
La familiaridad o extranjería personal se
desprende también de las habilidades
sociales. En el decenio de los noventa, a mi regreso de París intenté existir públicamente a través de la
participación en concursos literarios. Al cabo de 11 o 12 años viviendo
en el país y habiendo ganado alrededor de 10 premios, se editaron tres libros
que puedo llamar “las ediciones perdidas”
ya que no lograron saltar hacia los lugares donde se producían lectores y
lecturas. Pero ser una escritora “ausente” no me hacía extranjera.
También es posible que esta falta de
habilidad psico-social mía me ha constreñido a ser siempre una escritora periférica. Pero
se me hizo ver que las escritoras “extranjeras” en Venezuela y en el mundo han
sido legión. Muchas impusieron su pose de autora nacional, a través de
estrategias periodísticas, diplomáticas o de profesoras sin que ello
significara tampoco que se leyeran fuera del estrecho círculo de amistades. De
allí inventamos entre amigas poetas la broma de llamarnos escritoras de la legión extranjera,
cuando nos sentimos parte de una
comunidad de escritoras invisibles (no siempre tenemos ese sentimiento),
incluso olvidadas, mayores o anti-producto de moda, las escritoras de poca
publicidad. Personas lúcidas me hacen ver que no necesariamente elementos psíquicos
o socio-económicos y sexistas determinan la “extranjería” de algunos autores sino que se debe a las políticas de estado y a
las privadas que lógicamente derivan de proyectos comunitarios en el campo
cultural en los que intervenimos o no.
Tus poemarios
tienen relatos que los sustentan y forman ciclos. ¿Esto se va dando sobre la
marcha o lo planificas con anticipación?
No planifico nada. La persona poética se va haciendo entre palabras y toca
identificar y organizar los libros alrededor de voces. De pronto una se aparta
y da paso a otra o a otras y puede empezar otro libro o conjunto de textos. Mis libros de poemas van reuniendo
partes de mis días. Un parte suele ser un escrito ordinariamente breve, que por el correo o por otro
medio cualquiera se envía a alguien para darle aviso o noticia urgente. Partes
de guerra, partes médicos, informes de lecturas. Tal vez no pasan de ahí.
Porciones también de los escombros que llevamos y barremos. La parte que nos
toca. Fragmentos que aspiran a un orden. A fin de cuenta ordenarme yo.
Desde el primer texto de poemas editado, Libro de Rachid,
donde se recogieron ecos de Ella Maillart y Annemarie Clarac-Schawarzembach,
grandes viajeras y escritoras que emprendieron un viaje juntas en los años 30,
de quienes supe por primera vez leyendo un relato de esa aventura, reportada
por Ella Maillart en La vía cruel. Hablaron las voces de la
pasión y la camaradería de las amantes que eran además escritoras y visionarias
que coinciden en un tiempo de transición, en los bordes de épocas. Hacen el duelo de ellas mismas y de
un mundo y también lo celebran a través del sexo y el amor. Yo sigo tomando
notas.
Recientemente
ganaste The Paz Poetry Prize con el poemario Colaterales. ¿Me puedes comentar
un poco sobre este libro? ¿Será publicado en formato bilingüe?
Cuando llegué a
Estados Unidos la conciencia de sordera que me abrumó impuso los gestos de La sorda. Me empeñé tanto en bajar el
volumen de los ruidos que me habían invadido en mi vida en Venezuela que de
pronto me quedé sin audio. Me ayudó a no desesperar el contacto con una monja
sorda del siglo XV y un poema de Mary Oliver, The Journey y en general sumergirme
en los estudios de literatura. Una noche, leía Los Milagros de nuestra señora,
de Berceo, considerado el primer poeta en lengua castellana y viendo una pintura renacentista donde
aparecía el patrono de los traductores, Jerónimo de Estridón,
escribiendo en una cueva, surgió el comentario de que en Italia en 1816
identificaron fragmentos de la obra del patriarca detrás de las páginas
imperfectamente raspadas de las Institutas de un jurisconsulto romano.
El patrón de los traductores
terminó sus días en una gruta cerca de Belén y Berceo el poeta traductor también escribió sobre esas
santas emparedadas en un cuarto. Pensando que
los traductores y algunas mujeres
eran así, viajaban finalmente entre lenguas y allí se quedaban quietos, el año
1816 me empezó a obsesionar. Mientras en
Italia encontraban palimpsestos, me pasaba los días como limpiando
escombros. Sentía que aquellos escolares
de los seminarios buscaban entre las letras y el río de imágenes para
atravesar narraciones de una ciudad particular que cada quien llevaba por
dentro. La que de pronto surgía para mí, desde 1816 al sur, era la del año de los decretos registrados como La
guerra a muerte por el dominio
territorial.
Una voz decía “vengo desde mis
expropiaciones”, un mendrugo y su rabia,
imitación perezosa de falta de patria, ese confinamiento para patriotas. Las poblaciones se diezmaban entre ellas, los artistas, letrados
y estadistas, alucinaban con modelos de topógrafos y estrategas, inventariando antes
de borrar la belleza de los productos regionales que en otras zonas tórridas quebradas
desaparecerían antes. En Europa, 1816 fue en un año sin verano. Suiza
violentada por las escarchas de nieve de mayo
vivió saqueos y hambrunas. Turner nos dejó una pintura con los
inquietantes ocasos de un siglo que conoció cielos cenizosos y
fríos, una atmósfera contaminada por una erupción volcánica de Indonesia. Los
artistas que tenían sueños de opio y
cadaverina, para poner a raya la
pesadilla que flotaba en las aguas
pintaban a los abandonados a su suerte, que se mataban enloquecidos por
la sal, se entre devoraban y daban que
hablar.
Los museos guardan aquellas visiones. Le
radeau de la Méduse de Géricault persiguió
las imaginaciones que los poetas
recomponían hasta sintetizar sueños reparadores. John Keats estudiaba entonces
medicina para atajar las enfermedades pulmonares y brotaban de las plumas los
aliens melancólicos. Yo perdí mi cabeza un tiempo y mi cable a tierra fueron entonces los libros 2001-2011, La Sorda, Colaterales y Las
Habladas. Mis amigos vinieron a interrumpirme, por fortuna, el presente es
sobrecogedor. Porque nada ha sido como creí. Ni los confinamientos ni la
esperanza ni las palabras que me han sido dadas como puñados de arena y de
agua. Devuelvo todo. Tomar caminos o ciudades colaterales, pérdidas
colaterales. El libro sale también en inglés.
¿En qué
proyecto estás trabajando ahora?
Espero la edición de algunos libros, entre
ellos uno de relatos.
Dinapiera Di Donato es narradora y poeta venezolana (Upata, Venezuela, 1958). Cursó una licenciatura, maestría y DEA en estudios hispanoamericanos en la Université de Paris VIII (Francia). En Venezuela fue profesora agregada en laUniversidad de Oriente. Cursa estudios doctorales en el Graduate Center de Cuny y enseña español y francés en universidades de Nueva York. Ha obtenido, entre otros, el Premio de Poesía Ateneo de Guayana (1986), el Premio de Narrativa Bienal Daniel Mendoza del Ateneo de Calabozo (1989), el Premio de Narrativa X Bienal José Antonio Ramos Sucre (1990), el Premio de Narrativa Alfredo Armas Alfonzo (1994) y el Premio de Narrativa Concurso Literario Universidad de Oriente (1997). Fue colaboradora de diarios y revistas venezolanas y de la revista Correo de la Unesco. Relatos y poemas suyos han aparecido en antologías como:Timor: do poder das armas a força do amor (Portugal, 2002), Las voces de la hidra, la poesía venezolana de los años 90 (Venezuela, 2002), El hilo de la voz (Venezuela, 2003) y Aquí me tocó escribir (España, 2006), entre otras. Ha publicado Noche con nieve y amantes (Fundarte, Caracas, 1991), La sonrisa de Bernardo Atxaga (Fondo Editorial Predios, Upata, 1995) y Desventuras del ocio (Fondo Editorial del Estado Sucre, Cumaná, 1996). Además tiene varios libros inéditos.
Dinapiera Di Donato es narradora y poeta venezolana (Upata, Venezuela, 1958). Cursó una licenciatura, maestría y DEA en estudios hispanoamericanos en la Université de Paris VIII (Francia). En Venezuela fue profesora agregada en laUniversidad de Oriente. Cursa estudios doctorales en el Graduate Center de Cuny y enseña español y francés en universidades de Nueva York. Ha obtenido, entre otros, el Premio de Poesía Ateneo de Guayana (1986), el Premio de Narrativa Bienal Daniel Mendoza del Ateneo de Calabozo (1989), el Premio de Narrativa X Bienal José Antonio Ramos Sucre (1990), el Premio de Narrativa Alfredo Armas Alfonzo (1994) y el Premio de Narrativa Concurso Literario Universidad de Oriente (1997). Fue colaboradora de diarios y revistas venezolanas y de la revista Correo de la Unesco. Relatos y poemas suyos han aparecido en antologías como:Timor: do poder das armas a força do amor (Portugal, 2002), Las voces de la hidra, la poesía venezolana de los años 90 (Venezuela, 2002), El hilo de la voz (Venezuela, 2003) y Aquí me tocó escribir (España, 2006), entre otras. Ha publicado Noche con nieve y amantes (Fundarte, Caracas, 1991), La sonrisa de Bernardo Atxaga (Fondo Editorial Predios, Upata, 1995) y Desventuras del ocio (Fondo Editorial del Estado Sucre, Cumaná, 1996). Además tiene varios libros inéditos.