Tu formación académica
inicial fue en Estudios Internacionales y de hecho fuiste premiada en ese
ámbito. ¿Cómo tendiste el puente hacia la poesía?
En realidad, ocurrió
al revés. Cuando ingresé a la Escuela de Estudios Internacionales ya tenía
un breve tiempo escribiendo poesía (o algo que aquel momento no me atrevía a
denominar de forma específica) y experimentando con el uso de la palabra en
dibujo y pintura, que fue, en realidad, como empecé a hacerlo. Una vez empezada
la carrera, durante el primer año de la misma, me involucré con el grupo de
investigación de la escuela, un colectivo llamado GIGEI, por recomendación de
un profesor. La actividad de este grupo consistía en que cada miembro – todos
estudiantes cursando distintos años de la licenciatura- realizara una
investigación sobre algún tema relevante en el ámbito de las relaciones
internacionales y escribiera un ensayo, que luego sería publicado en la página
web del grupo o enviado a distintos concursos de ensayo en el país. Fue así
como mi ensayo llegó al concurso del Banco Central. En el marco de este grupo se formó además mi interés por el
trabajo ensayístico.
La poesía estuvo allí todo el tiempo, de forma paralela y en lo que
me concierne, predominante. La vinculación entre ambas formas de escritura, una
evidentemente técnica y otra creativa, si es que tal cosa llegó a formarse, se
concentró en el hacer con la palabra,
en mi entender el proceso de la escritura: ese tallar textos meticulosamente,
al mismo tiempo que verlos desenvolverse.
No es la línea ni el segundo es un libro de un estilo decantado,
incluso contenido. ¿Qué te hace escoger el poema corto en contraposición a
textos de largo aliento?
Antes y durante la escritura de No es la línea ni el segundo atravesé un proceso muy intenso de
experimentación con distintas formas de las artes plásticas, específicamente el
dibujo, la pintura y el arte de la performance. Creo que por esta razón, en
aquella época el concepto de La Imagen como cosa única, abstracta, me resultaba
esencial, y todo lo que mi mente componía se basaba en esa estructura
unicelular de La Imagen. En este sentido, la escritura se inició en mi vida
como un fenómeno visual. Me permito la siguiente asociación, que puede parecer
un poco generalizadora, porque creo que ilustra mi forma de entender las cosas
en aquel momento: un poema breve es como una fotografía, mientras que uno de
largo aliento se asemeja a una película. Un poema breve es uno que se quedó en
los huesos. No se le dio la oportunidad de crear piel, colores en el iris,
rasgos; que al fin y al cabo no son más que detalles sostenidos en la
concavidad del esqueleto. Es la línea más simple del árbol, la vertical, sin
sus ramas ni raíces. En el poema
extenso caben todos esos detalles, se abren nuevas ventanas y se permite al
árbol esparcirse con ramas y hojas en todas las direcciones. Al leer los ojos
deben moverse en la página, moverse de idea, moverse de su sitio para ir encontrando
esta serie de imágenes que en conjunto forman la gran imagen, la misma que
encontramos en el poema breve despojada de detalles y niveles, vuelta esfera.
Yo necesitaba este ver las cosas de un solo golpe, sin más vueltas, quizás en
parte porque mis lecturas consistían principalmente en poesía breve, o porque
en todo caso no me creía capaz de sostener un mayor número de palabras en la
página. Lo que es seguro es que la labor de corrección de los textos transformaba,
invariablemente, mis bosquejos en poemas brevísimos. Me interesaba el valor de
las palabras como universos únicos que resuenan con todo su peso, sin opacarse
entre sí, en la página casi vacía.
Yo entiendo la intimidad como el espacio desde el cual es posible
atender a lo vital de una fuerza, a un núcleo que en cualquier otra
circunstancia permanecería oculto. Creo que la conciencia de la intimidad
siempre inicia con la intromisión del afuera, de aquello que es externo a uno
mismo. La intimidad no puede construirse dentro de uno mismo, ya sea en el
cuerpo o en la palabra, sin la existencia y el llamado del otro, de modo que
cuando ocurre, es porque algo despierta y se mueve, algo respira ante el afuera
que debe escucharse. La intimidad no cabe en pocas palabras, pero tampoco estoy
segura de que quepa en alguna otra extensión. Como el dolor o las ganas, se
escribe precisamente porque desborda los límites del lugar donde se originó.
Quizás la intimidad es una realidad con demasiados rostros y me gusta pensar
que a veces logro avistarla con tres, cien o cuatrocientas palabras del tamaño
justo.
¿Qué de ti va hacia
la danza y qué hacia la poesía?
Cuando empecé a escribir, lo hice con la certeza única de que
algunas cosas tienen que decirse. No dibujarse, no reflejarse en los gestos.
Deben ser palabra. ¿Cuándo se hace necesaria la palabra? No lo podría explicar,
aunque me ocurra y por eso escriba.
Lo esbozaré de esta forma: en la danza, lo expresado tiene vida en
el mismo instante del movimiento. Tiene pulso y este se mantiene contenido en
el cuerpo que se mueve. No hay intención de capturarlo, sino por el contrario
se le abre una puerta para que confluya con todo lo que el cuerpo, por
naturaleza, guarda. Vivo con la creencia de que nuestros cuerpos guardan un
registro de todo lo que nos ha ocurrido, y sin embargo, este contenedor cambia todos los días, quizás
precisamente porque es el lugar que atraviesan todas nuestras realidades,
palpables o no. En ese sentido, el cuerpo es como un animal con instintos
propios. Por eso en la danza ocurre una exposición del ser, muy distinta a la
de la escritura, casi cercana al ridículo.
En la escritura, por otro lado, la captura de eso que necesita
expresarse es primordial. Es como si pudiese arrancarle a ese núcleo latiente
una hebra y palparla, mirarla con detenimiento y sin el peligro de la
inmediatez. Cuando algo se escribe, se salva. Es como recolectar lo que el mar
lanza a la orilla, y saber que cada trozo tiene una vida propia y un origen
mucho más complejo e inmenso que sus propios límites. Creo además que en ese
proceso de “traducción” (cuando algo se descifra y decanta en palabras) hay una
labor de selección y en cierto grado, de modificación. No digo que se
tergiverse la realidad de lo que se escribe, solo creo que ocurre un proceso de
tallado del contenido – y no únicamente la forma - mucho mayor.
En la danza el contenido no puede tallarse. Al fin y al cabo, lo
que se pone frente a la mirada no es un libro (un objeto), sino al sujeto
enteramente, así que lo que se contiene allí, sea cual sea la obra o la
intención del artista, es todo lo que se ha heredado, todo lo aprendido y todo
lo que ha configurado ese “yo” que danza.
Lo único que puede esculpirse – limitadamente- es el cuerpo. He allí la
verdadera razón de las técnicas, el entrenamiento y la conciencia más amplia y
despierta de lo físico del ser, para volver al cuerpo cada vez más dotado de
“herramientas”, más apto para decir.
Personalmente, ambas están en el mismo nivel de importancia y las
necesito con la misma urgencia. Y aunque a veces parezcan fuerzas
contradictorias, escribir no es menos visceral que bailar y bailar no es menos
intelectual que escribir. Soy la misma persona mirando el mismo paisaje desde
lugares completamente distintos.
¿Cómo te situarías
ante una afirmación como esta: la danza es para el cuerpo un lenguaje como es
la poesía para el idioma?
Creo que estoy de acuerdo con ella, aunque nunca he considerado la
danza como un lenguaje. En todo caso, es una confluencia de lenguajes y se
forma en la construcción y deconstrucción de estructuras establecidas en el
cuerpo. Creo, sin embargo, que la liviandad de sus límites la vuelven casi
demasiado etérea como para ser reconocida como un código particular, pero por
supuesto esto se sostiene en las bases de lo que cada quien considere como
“danza”, y no voy a entrar en ese terreno ahora. De la poesía siempre pensé que
era una forma de vaciarle el rostro a las palabras. Dices agua en un poema y allí puede ser posible, de alguna forma, que se
llenen esas cuatro letras de potrillos alborotados o huracanes, y no
necesariamente de vasos sobre la mesita de noche, ríos o nubes grises. Si en
algo se parecen la danza y la poesía reside en esa capacidad de crear o revelar
nuevos colores de lo que está ya aparentemente completo. En ambas se crean
continuaciones de la realidad.
¿En qué estás
trabajando ahora?
Ahora estoy trabajando en poemas sueltos y en algunos conjuntos
pequeños, ninguno lo suficientemente extenso –al menos, por el momento – para
construir un libro. Estoy también empezando una serie de lecturas sobre algunos
temas relacionados con la danza, específicamente investigo la improvisación en
la danza, la técnica Gaga –una técnica basada en el uso de la palabra como
detonante del movimiento- y una aproximación al cuerpo que se ha denominado
“trabajo somático”, porque me
interesa escribir una serie de ensayos al respecto.
Ania Varez (Caracas, 1991). Bailarina y poeta. Cursó la carrera de Estudios Internacionales en la Universidad Central de Venezuela. Miembro del taller de poesía El Ojo Errante, dictado por Edda Armas; participó también en el taller de poesía de Gabriela Kizer. Su primer poemario, No es la línea ni el segundo, fue publicado en el año 2012 por la Editorial bid&co, formando parte de la Colección Voces Iniciales. Actualmente cursa en Inglaterra la licenciatura en Danza Contemporánea en la London Contemporary Dance School, y reside temporalmente en Copenhagen, estudiando en la Statens Scenekunstskole.
Ania Varez (Caracas, 1991). Bailarina y poeta. Cursó la carrera de Estudios Internacionales en la Universidad Central de Venezuela. Miembro del taller de poesía El Ojo Errante, dictado por Edda Armas; participó también en el taller de poesía de Gabriela Kizer. Su primer poemario, No es la línea ni el segundo, fue publicado en el año 2012 por la Editorial bid&co, formando parte de la Colección Voces Iniciales. Actualmente cursa en Inglaterra la licenciatura en Danza Contemporánea en la London Contemporary Dance School, y reside temporalmente en Copenhagen, estudiando en la Statens Scenekunstskole.