He notado que en tus textos narrativos hay un manejo
de la intimidad y de las relaciones amorosas desde lo irónico. ¿Esto se debe a
una posición previamente tomada o se fue dando a medida que ibas escribiendo
los textos?
No
suelo tener posiciones previamente tomadas, me temo, frente a nada. Lo cual
puede ser, a la larga, un avinagrado percance. En cualquier caso, creo, si
aparece eso irónico en el modo de llevar lo amoroso y lo íntimo, la
responsabilidad es toda de los personajes, nunca mía.
¿Qué ves en las relaciones humanas que las hace tan
risibles y tan atrayentes al mismo tiempo?
Vivimos
hundidos en las relaciones humanas. Más que ser algo ajeno, externo, que
podamos mirar desde afuera, estamos en ellas, somos ellas. No podría hablar,
entonces, de “atracción por un tema”, sino de un estar allí que es irremediable.
Nadie decide vivir, por decir algo, sin su páncreas. Vivimos con nuestro
páncreas, sin prestarle mucha atención, creo, pero contentos de que funcione,
¿no? Al menos hasta que me vaya a vivir a una ermita me temo que mi respuesta
sólo puede ser esta torpeza.
En tu libro Vulgar
hay un tratamiento de las situaciones que les da un aire patético y, sin
embargo, entrañable. Personajes que podrían provocar rechazo, se hacen querer
de inmediato por el lector. ¿Era tu intención tomar personajes, en algunos
casos repulsivos y en otros ridículos o tristes, para que nos pudiésemos ver en
ellos?
Yo en
el transcurso de la escritura sólo intentaba, creo, tejer las historias de
estos personajes, historias que ellos vivieron así, como pudieron, se diría.
Como vivimos todos, como podemos, un poco, ¿no? Quizás no hay tal divorcio
entre lo patético y lo entrañable, o entre lo repulsivo, ridículo o triste. Quizás
sí. Dependerá, como siempre, del lugar desde el cual miremos. En todo caso, esos
personajes vivían, creo, sus historias. Yo sólo los acompañaba, me reía o
sufría con ellos cada tanto. Y tejía, sí, las redes que los iban a terminar
uniendo. También los iba queriendo, supongo (¿cómo no hacerlo, si convivimos
felizmente largo rato?). Acaso sí hubo una “intencionalidad” en el fondo del
libro (en el comienzo de su escritura, quiero decir, en su “proyecto”), y ésa probablemente
sea una de las taras fundamentales de Vulgar
pero, al mismo tiempo, es lo que le dio “estructura”. Una tara estructural fue
una tara estructuradora. Cosa más rara…
En Las guerras
íntimas continúas esta exploración de las relaciones afectivas pero hay un
cambio con respecto a tu enfoque anterior: aquí el humor no es tan patente, los
personajes son más discretos, aunque sus tragedias sean igual de graves. Es
como si tu humor se hubiera vuelto subterráneo. ¿Por qué este cambio?
Quizás
sólo quise tener menos control sobre las historias, es decir, ya en Las guerras íntimas no intenté tejer redes, como en Vulgar. Me parece que
en algún momento creí o sospeché que esas redes se tejerían solas, y que no
hacía falta que fueran tan visibles, que el lector podía encontrarlas o no,
según su gusto. Tal vez en Vulgar,
como los viejos narradores decimonónicos, intentaba señalarle al lector el
lugar de esas redes. En Las guerras íntimas,
en cambio, si ellas iban a estar, procuré ocultarlas, disolverme en ellas,
desaparecer como narrador-titiritero-maníaco-siniestro. Borrarme, pues. Eso
debe haber incidido en el asunto del humor, en eso que bellamente calificas de
“subterráneo”, pero no sabría decirlo con certeza.
No
sabría decirte qué de mí va hacia dónde, porque en verdad no tengo la más
remota idea. Creo, sí, que al menos un tercio de lo que en poesía he escrito
tiene una cierta narratividad (algo de lo que no estoy muy orgulloso, vale
acotar). Y espero que al menos otro tercio de lo que en narrativa he escrito se
mueva hacia lo poético (algo de lo que no estoy muy seguro, quepa la duda). Creo
saber, sí, que una de las cosas que más me gustó de escribir Tiempo hendido fue justamente ese estar
y no estar en un género: había que escapar de la poesía al ensayo, del ensayo a
la narrativa, de la narrativa a la poesía, y así sucesivamente, para que el
libro –al menos la primera parte: la biografía– pudiera finalmente funcionar.
¿Cómo se relaciona tu tarea de escritor con tu
labor docente?
Enseñar
literatura te obliga, quieras o no, a leer de otra manera. Y leer de otra
manera te empuja, quieras o no, a escribir con más miedo. No sé si es un
fenómeno general, pero yo tengo la impresión de que quienes empiezan a enseñar
literatura (y ya escribían) escriben cada vez menos. No sé si crece tal vez el
respeto al tiempo del lector, o quizás uno se exige más a sí mismo (más, a
veces, de lo que uno mismo puede dar). Se va hinchando, así, una vieja neurosis
que derivará, tal vez, ojalá, algún día, en la página en blanco, en el silencio
definitivo, en la no escritura. Favor que se le hace al mundo, claro está.
¿Cómo ha sido la experiencia de coordinar lecturas
de poesía durante el paro universitario?
Ha
sido una grata experiencia la de trabajar en conjunto con otros profesores y
con tantos estudiantes para no abandonar las aulas, los espacios académicos, el
pasillo de la escuela. Los verdaderos coordinadores de estas actividades fueron
los chicos del Centro de Estudiantes de Letras: Valeria, Luis, Ronald, Gabriel,
Josué, todos… Ellos hicieron un esfuerzo enorme y el resultado, me parece, ha
sido muy hermoso e iluminador. Así, además de la gente de la misma escuela que
colaboró, con guáramo y feliz compromiso, dando lecturas, talleres o clases
magistrales (Igor Barreto, María Fernanda Palacios, Jaime López-Sánz, Guillermo
Sucre, Alejandro Oliveros, Rafael Castillo Zapata, Gisela Kozak, Carmelo
Chillida, Agustín Silva, Rodrigo Blanco, Ricardo Ramírez, etc…) pudimos traer a
varios escritores, editores y artistas a compartir con la escuela sus
quehaceres, sus obras, sus ideas; a traer, pues, belleza –esa otra forma de
resistencia– a nuestras aulas en estos repentinos tiempos de oscuridad.
Aprovecho, entonces, que traigas esto a cuento para darle las gracias, en
nombre de la Escuela de Letras, a Luis Miguel Isava, María Antonieta Flores,
Armando Rojas Guardia, Yolanda Pantin, Alberto Barrera Tyszka, José Balza,
Alfredo Chacón, Ana Teresa Torres, Michaelle Ascencio, Nelson Garrido, Isabel
Palacios, Adalber Salas, Gina Saraceni, Alejandro Castro, Willy Mckey, Luis
Enrique Belmonte, Ulises Milla, Garcilaso Pumar, Luis Yslas y Jaime Bello-León,
entre tantos más que ahora se me escapan (perdón por mi mala memoria), por su
generosidad y solidaridad con Letras y su estudiantado en estas semanas
terribles para las universidades nacionales.
¿En qué estás trabajando ahora?
Corrijo, con más dudas que certezas, un
torpe y estrábico poemario que acaso nunca publicaré. También he retomado, por
enésima vez, un relato largo –una novela, se diría– que,
por el bien de nuestra literatura, quizás no lograré terminar jamás.
Roberto Martínez Bachrich (Valencia, 1977). Profesor del Departamento de Literatura Latinoamericana de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Magíster en Técnicas de la Narración por la Scuola Holden (Turín, Italia) y en Estudios Literarios por la UCV (Caracas). Ha publicado los libros de relatos: Desencuentros (1998), Vulgar (2000) y Las guerras íntimas (2011); el poemarioLas noches de cobalto (2002); y el ensayo biográfico Tiempo hendido: Un acercamiento a la vida y obra de Antonia Palacios (2012), libro con el que obtuvo el X Premio Anual Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana 2010. Formó parte de “Los 25 secretos mejor guardados de América Latina” en la FIL de Guadalajara 2011.
Roberto Martínez Bachrich (Valencia, 1977). Profesor del Departamento de Literatura Latinoamericana de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Magíster en Técnicas de la Narración por la Scuola Holden (Turín, Italia) y en Estudios Literarios por la UCV (Caracas). Ha publicado los libros de relatos: Desencuentros (1998), Vulgar (2000) y Las guerras íntimas (2011); el poemarioLas noches de cobalto (2002); y el ensayo biográfico Tiempo hendido: Un acercamiento a la vida y obra de Antonia Palacios (2012), libro con el que obtuvo el X Premio Anual Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana 2010. Formó parte de “Los 25 secretos mejor guardados de América Latina” en la FIL de Guadalajara 2011.