Fue un proceso discontinuo porque
no escribí ninguno de los textos pensando en el libro en el que se convertirían.
La unidad que constituyen apareció después. Al principio tenía sólo notas
inconexas, fragmentos que me vi obligado a condensar, amplificar o desechar
cuando entré el taller de ensayo de Armando Rojas Guardia. La agudeza y generosidad
absoluta de Armando fueron fundamentales para mí. En ese momento me animaban
dos cosas: huir de la escritura que respondiera a propósitos definidos de
antemano y evitar utilizar explícitamente los recursos conceptuales que había
adquirido en mis estudios.
Los temas
de los cuales hablas en este libro son poco convencionales dentro de la ensayística
venezolana. ¿Qué te llevó a escogerlos?
Podría decirte, sin mentir, que se trataba
de escribir sobre mis diversiones. Lo divertido, en cualquier caso, es que los
objetos que abordo tienen en común ser encrucijadas discursivas, rincón de
chismes. Por eso cada ensayo atiende sólo de manera estratégica al objeto en
cuestión, su verdadero interés está en los discursos sobre ese objeto. Me
interesa el chisme que el objeto propicia. En buena medida, detenta un impulso
de eso que técnicamente se llama “metacrítica”, es decir, el chisme del chisme.
Aún hoy sigo interesado en las imágenes e ideas que se producen en esa zona
donde los verbos “criticar” y “chismear” se confunden.
Aparte de
tu labor de creación literaria, también haces vida académica. Ahora cursas el
Ph.D. Program in Hispanic and Luso-Brazilian Literatures and Languages. ¿Cómo compaginas ambas labores?
La vida académica me roba casi todas
mis energías porque es mi trabajo. Pero lo disfruto mucho y, para ser honesto,
alimenta mi creación literaria. Ya tendré la oportunidad de robarme tiempo académico
para concretar algunos asuntos pendientes en términos creativos, pero por ahora
no me preocupa mucho compaginarlos. Para mí la distinción no es tanto en las
labores, sino en el resultado.
¿Qué temas
te obsesionan?
Creo que mi relación con las cosas en
general, no sólo con la escritura, es muy poco obsesiva. Nada me abarrota la
cabeza por mucho tiempo. El mundo me parece mucho más interesante que
cualquiera de mis pensamientos.
En tus
ensayos escribes sobre cine y sobre música, desde la Tigresa del Oriente hasta
Antony and the Johnsons. ¿Cuál es el desafío al escribir sobre estos temas
dentro del género de ensayo?
Como no buscaba afirmar
cognoscitivamente nada sobre los objetos que escribí fue un placer moverme por
esos temas. Los abordé con una seriedad vandálica. En estos textos, la cita envenenada,
el adjetivo impreciso y las interpretaciones arbitrarias tienen tanta
legitimidad para mí como la información más exacta y corroborada. Lo que me
interesaba era vagar alrededor de los diversos objetos, viajar en los discursos
que los mismos desprendían. Es algo que te lo permite un género como el ensayo:
el género del errante. No es casual que la imagen del viaje está presente en
casi todo el libro y una amargada voz de turista cierre el conjunto. Por ello,
no me siento muy responsable por lo que digo en el libro, como quien viaja no
se siente muy responsable por el paisaje que se le ofrece ante los ojos. Me libero
así de la tontería de estar de acuerdo conmigo mismo. Digamos que abordé la
escritura como una suerte de actuación.
La restricción, o el “desafío”, fue más
bien en materia de estilo: me di cuenta, al momento de seleccionar y revisar
los textos, que quería conjugar voces distintas, hacer un libro con energía
coral. En ese sentido, elegir objetos que pertenecen a campos relativamente disímiles
ayudaba mucho pues me obligaba a variar las voces. En el caso de la Tigresa del
Oriente lo que hay es la voz del cronista pop, informado y superficialmente
erudito, y en el de Antony and the Johnsons me importaba darle vida al fan-a-muerte.
En el texto sobre Anticristo de Lars
von Trier, buscaba presumir de cierta “objetividad”, jugar a la réplica, al
contrapunteo. Todos los ensayos se mueven un poco entre el homenaje y la parodia;
me gusta la equivocidad que esto puede hacer emerger. No se trata de si pienso
lo que digo o si lo que digo es cierto, sino de atajar y jugar con lo que se
dice.
Sinécdoque
Sardinata, uno de tus ensayos, tiene un componente narrativo importante. ¿Crees
que hoy en día sigue siendo posible una distinción tajante entre los géneros
literarios? ¿Crees que alguna vez estos géneros literarios fueron
"puros"?
La verdad es que rara vez puedo ensayar
sin narrar: tengo vocación de escenógrafo de ideas. “Sinécdoque Sardinata” es
una crónica que utiliza el recurso de la autoficción en un registro infantil.
Tal voz infantil y el marcado carácter testimonial le imprimen cierta aura de
inocencia, manipuladora, por supuesto. Por eso fue divertido hacerlo. Allí la
tensión narrativa es fundamental pero no para resolver un cuento, sino para
llegar a unas cuestionables conclusiones seudo-humanistas contra la violencia.
Por otro lado, los géneros literarios,
como todas las distinciones conceptuales, son esquemas ideales que forman parte
de nuestra tradición. Nos permiten jugar a (des)ordenar. Me gustan
especialmente los géneros “muertos” que se van acumulando en la historia de la
literatura, esos que se supone ya nadie volvió a usar. También me llaman la
atención las mutaciones de los que siguen vigentes. Son tantas las categorías y
subcategorías que habría que ser un botánico de la literatura para hablar con
relativa autoridad sobre este tema. Y si miramos a los vecindarios de la música
y las artes plásticas, las recientes distinciones genéricas son tan abrumadoras
y fascinantes que sólo leer los nombres puede provocar dolor de cabeza. El
surgimiento de un nuevo género implica siempre un cambio en la geografía de las
artes, ayuda a desbaratar lo conocido. Por ejemplo, la práctica del “apropiacionismo”
en las artes plásticas trastoca un montón de nociones conservadoras sobre lo
que es un autor, la originalidad, el contenido. Por supuesto que no creo que los
géneros artísticos tengan nada puro: se comportan como los territorios de los
países, como las “culturas” y por ello están destinados a emerger, hundirse,
invadir, ser invadidos, morir de pobreza o abusar de su fortuna. La pureza –o
la autenticidad– en cualquier ámbito ha sido históricamente un ideal peligroso,
aunque esté lleno de buenas intenciones. Estos calificativos cuando se usan
para distinguir tajantemente no responden a la realidad que nombran sino a un
defecto de vista de quienes los emplean. Como lector tiendo a imaginarme las
obras como seres individuales y no como ejemplos de un género. Reducir la obra
a su clasificación genérica es como reducir una persona a su contexto; lo
primero me aburre, lo segundo me da asco moral.
¿Has
pensado en escribir narrativa?
Algunas tonterías sin terminar tengo
por ahí.
¿Cómo tus
estudios en filosofía influyen en tu manera de pensar y escribir? ¿Qué autores
te han marcado especialmente?
Lo más importante para mí fue la
fortuna y el privilegio de disfrutar durante años del diálogo formativo con mi
querido y recordado profe Ezra Heymann. Gracias a él comprendí que la filosofía
era fundamentalmente el arte de la conversación, de la afinación del
pensamiento y no un asunto de autores. Con él, incluso la escritura tenía un
lugar secundario frente al agudo ejercicio del diálogo vivo y la lectura
atenta.
Temáticamente, desde hace años, estoy interesado
en las formas literarias de la filosofía y en la literatura como forma de
pensamiento, como forma de “filosofía”, en su sentido más amplio. En términos
de ideas, lo más importante en mi formación ha sido la dosis de escepticismo,
de distancia, con respecto a las posibilidades del propio pensamiento; al hiato
hay entre éste y el mundo. “La mente es un hueso”, decía Hegel, es decir, se
resiste a sí misma con terquedad y dificultad. En muchos sentidos, no he dejado
de ser un alumno de primer semestre, aún estoy impresionado por esas primeras
lecciones en las aulas de la UCV, en las que se me mostró que como no podemos
estar seguros con respecto a lo que pensamos no queda más remedio que seguir
pensando, imaginando, divagando, conceptualizando.
¿Actualmente
cómo es la labor de pensar y escribir con respecto al mundo que nos rodea?
No sabría responder esto en términos
generales. Pero es una pregunta fundamental en mis dos ámbitos formativos: el
de la filosofía académica y el de la crítica cultural. Entre estos territorios
hay muchos hiatos que justamente tienen que ver con los modos en los que
atienden esta pregunta. El desajuste entre pensamiento y mundo es el nervio de
la filosofía. Personalmente, me interesa más el fracaso que el acierto de
nuestras aproximaciones conceptuales, o imaginarias, al mundo. Aunque no
siempre es preferible, me parece más valiosa la experiencia de un “¡Bah! Esto
no es como pensaba”, que aquella que me confirma mis juicios. Creo que si no
está presente este desajuste y fracaso de nuestros esquemas de pensamiento,
corremos el riesgo de confundir nuestras ideas sobre el mundo con el mundo.
En el ámbito de la crítica, especialmente en los así llamados estudios culturales, mi espacio de formación actual, la situación me parece distinta porque hay cierta demanda de pensar “lo que está pasando”, lo “urgente”. Por ello no es difícil conseguirse con textos que exudan una suerte de triunfalismo conceptual. Todos descubren algo. Es muy divertido si uno no se lo toma muy en serio. Por supuesto que hay contribuciones maravillosas y acertadas, pero con frecuencia parece que sus autores olvidaran que dichas contribuciones son de orden conceptual. Soy un escéptico de la reducción del mundo a un texto legible y, mucho menos, completamente compresible. La textualización del mundo, como metodología crítica, me parece una suerte de idealismo irresponsable. Para mí, la crítica debe ser más el testimonio de una derrota que de un acierto, de un merodear que de un dar en el blanco; sino es que quiere reducir el riesgo de pagarse y darse el vuelto a sí misma. Por otro lado, la actividad crítica cultural tiene la virtud de exigir y formular explicaciones donde la filosofía sólo parece capaz de preguntar. Ambas actividades me parecen fundamentales. Lo que realmente es muy difícil de determinar es cuándo es más importante una pregunta que una explicación y viceversa. Hay quien lee sólo buscando explicaciones y hay que lee sólo buscando preguntas. Los primeros no paran de comprender, los segundos de maravillarse.
En el ámbito de la crítica, especialmente en los así llamados estudios culturales, mi espacio de formación actual, la situación me parece distinta porque hay cierta demanda de pensar “lo que está pasando”, lo “urgente”. Por ello no es difícil conseguirse con textos que exudan una suerte de triunfalismo conceptual. Todos descubren algo. Es muy divertido si uno no se lo toma muy en serio. Por supuesto que hay contribuciones maravillosas y acertadas, pero con frecuencia parece que sus autores olvidaran que dichas contribuciones son de orden conceptual. Soy un escéptico de la reducción del mundo a un texto legible y, mucho menos, completamente compresible. La textualización del mundo, como metodología crítica, me parece una suerte de idealismo irresponsable. Para mí, la crítica debe ser más el testimonio de una derrota que de un acierto, de un merodear que de un dar en el blanco; sino es que quiere reducir el riesgo de pagarse y darse el vuelto a sí misma. Por otro lado, la actividad crítica cultural tiene la virtud de exigir y formular explicaciones donde la filosofía sólo parece capaz de preguntar. Ambas actividades me parecen fundamentales. Lo que realmente es muy difícil de determinar es cuándo es más importante una pregunta que una explicación y viceversa. Hay quien lee sólo buscando explicaciones y hay que lee sólo buscando preguntas. Los primeros no paran de comprender, los segundos de maravillarse.
¿El estar
viviendo afuera de tu país de origen ha influido en tu forma de pensar y
escribir?
Seguramente, pero de un modo poco
perceptible porque aún estoy en la fase de turista-hedonista. No ha pasado
tiempo suficiente, quizás.
¿Estás
trabajando en un nuevo libro?
Sí. Idealmente se trata de dos
proyectos más o menos claros: muy distintos entre sí. Pero, la verdad, no son más
que un puñado de textos incompletos. Vamos a ver si me enserio un día de estos
y los culmino.
Víctor García Ramírez (Maracay,
Venezuela) Licenciado y Magister en Filosofía por la Universidad Central de
Venezuela, en cuya Escuela de Filosofía se desempeña como profesor en el
Departamento de Teorética desde el 2006. En el año 2011, ganó el premio de
autores inéditos de Monte Ávila Editores con el libro de ensayos Todos
cantando, todos tomando, publicado en 2013. Con “La dicha en la
esclavitud”, uno de sus más recientes ensayos, obtuvo una mención en el VIII
concurso de ensayo Caminos de la Libertad (México). Actualmente el Ph.D.
Program in Hispanic and Luso-Brazilian Literatures and Languages en la City
University of New York.