Tu libro Detrás de los erizos maneja un registro
que tiene como presupuestos la contención, la brevedad e imágenes que son todo
menos obvias. ¿Esto respondía a unas concepciones estéticas específicas o iban
surgiendo de esta forma los textos?
Al menos la mitad de mi primer poemario fue el residuo decantado de textos que ya había escrito muchos años antes. Por eso es tan desigual en su lenguaje y en sus imágenes; porque se trata de un compendio, de un esfuerzo por dar unidad a lo que era puro desbordamiento. Poco a poco fui hallando métodos para lograr esa unidad y uno de ellos fue la búsqueda de cierto estilo denso y hermético. La lectura de poetas como Paul Celan, Luis Alberto Crespo y Alfredo Silva Estrada había cambiado por completo mi idea de lo que era el sentido en la poesía. Dejaron de gustarme los textos que podían entenderse en una o dos lecturas, con lo que quedaron desterrados de mis gustos la mayoría de los poetas que me habían impulsado a escribir en un primer momento: Oliverio Girondo, Gustavo Pereira, Roberto Juarroz o el Rafael Cadenas de los años setenta, por ejemplo. Sentía que el poema debía ser misterio y ambigüedad. Sobre todo, el poema debía estar hecho de una lengua densa, contraída, extraña. Para mí el sentido está muy claro en todos los poemas de mi libro, como estaba claro en los poemas de Celan y de Crespo. El sentido eran las imágenes, y ahí estaban, muy claras. Sólo el poder de la imagen conformaba para mí la única dirección posible del poema. Hoy, cuando releo el libro, pienso que los peores versos coinciden con aquellos momentos en que no logré del todo esa densidad en la expresión. Afortunadamente no acostumbro releerme.
Al menos la mitad de mi primer poemario fue el residuo decantado de textos que ya había escrito muchos años antes. Por eso es tan desigual en su lenguaje y en sus imágenes; porque se trata de un compendio, de un esfuerzo por dar unidad a lo que era puro desbordamiento. Poco a poco fui hallando métodos para lograr esa unidad y uno de ellos fue la búsqueda de cierto estilo denso y hermético. La lectura de poetas como Paul Celan, Luis Alberto Crespo y Alfredo Silva Estrada había cambiado por completo mi idea de lo que era el sentido en la poesía. Dejaron de gustarme los textos que podían entenderse en una o dos lecturas, con lo que quedaron desterrados de mis gustos la mayoría de los poetas que me habían impulsado a escribir en un primer momento: Oliverio Girondo, Gustavo Pereira, Roberto Juarroz o el Rafael Cadenas de los años setenta, por ejemplo. Sentía que el poema debía ser misterio y ambigüedad. Sobre todo, el poema debía estar hecho de una lengua densa, contraída, extraña. Para mí el sentido está muy claro en todos los poemas de mi libro, como estaba claro en los poemas de Celan y de Crespo. El sentido eran las imágenes, y ahí estaban, muy claras. Sólo el poder de la imagen conformaba para mí la única dirección posible del poema. Hoy, cuando releo el libro, pienso que los peores versos coinciden con aquellos momentos en que no logré del todo esa densidad en la expresión. Afortunadamente no acostumbro releerme.
Detrás de los erizos recibió el Premio Monte Ávila para Autores
Inéditos. ¿De qué manera cambió este premio tu modo de concebir la labor
poética?
Más
que por optar al premio, envié mi poemario a Monte Ávila porque quería
publicarlo. Siempre he sido un entusiasta de la colección “Las formas del
fuego”, donde leí por primera vez a un grupo de poetas venezolanos de los años
ochenta y noventa que aún me gustan: Alberto Barrera Tyszka, Laura Cracco,
Manón Kübler, Arturo Gutiérrez Plaza y algunos otros. Ese fue mi primer paso en
la lectura de poesía. Monte Ávila era para mí una referencia de capital
importancia, por lo que me alegró mucho haberme convertido en parte de su
catálogo. Pero pronto comencé a creer que me había apresurado en publicar mis
poemas. Me tomó unos seis o siete años terminar ese libro, pero igual sentía
que era un poemario adolescente, inmaduro. Luego creí que era buena esa especie
de vergüenza que sentía cuando me releía, porque pensaba que me estaba dando a
mí mismo una lección fundamental. Lo vergonzoso sería, más bien, estar
orgulloso de los libros que uno publica. Lo mejor, como decía Bolaño, es
olvidarse del libro apenas lo reciba el editor. Sin embargo, y aunque ya me
siento lejos de todo lo que quise hacer con Detrás
de los erizos, estoy seguro de que no hay nada falso en esos poemas; aún creo
que son textos muy honestos y que todo lo que dije en ellos era cierto.
¿Los poemas vienen antes
de la poética o la poética antes de los poemas?
Creo
que el poema siempre tiene que estar antes, porque la poética es sobre todo una
coherencia entre varios textos. La poética –si por ella se entiende, digamos,
la especie de plan que uno tiene cuando escribe– siempre está formándose,
deshaciéndose y contradiciéndose. No es estática; se consolida a medida que uno
escribe, pero sobre todo a medida que uno lee. Cada poema es una foto de lo que
pasa cuando esa poética está en un proceso de transformación que consiste de
caminos posibles, retornos inesperados, atajos imprudentes y muchos fracasos. Lo
principal no debería ser mantenerse fiel a una poética sino escribir, seguir
escribiendo sin parar. Y leer mucho, sobre todo autores jóvenes, nuevos, vivos.
A los viejos también hay que leerlos, pero querer escribir como ellos es como pretender
vivir de comida descompuesta. Hay que intentar escribir como nadie lo ha hecho
antes.
Eres muy conocido por tu
labor editorial en la revista El Salmón,
que incluso fue galardonada con el Premio Nacional del Libro en el rubro de
revista cultural. ¿Qué nos puedes contar de ese proyecto? ¿Veremos nuevos
números?
El Salmón fue una aventura que
terminó justo a tiempo. Creo que las condiciones están dadas para que aparezcan
revistas mucho mejores y más necesarias en Venezuela. Si algo probó nuestro
proyecto es que la excusa de la falta de financiamiento ya no es tan válida. En
Venezuela nunca habrá financiamiento para una revista independiente de poesía,
y eso está bien, porque una revista independiente no debería estar financiada
por ningún organismo público ni privado. El presupuesto anual de El Salmón era prácticamente nulo; se
imprimía en excedentes de papel, en horas extra, y gracias al corazón santo de
Javier Aizpúrua. Una publicación con un diseño menos pretencioso pudiera
hacerse sin gastar ni un solo centavo. “La plata es lo de menos”, decía Willy
cada vez que podía, y era verdad. Todo lo que hace falta es cooperación y compromiso.
Los proyectos se frustran cuando esas dos cosas desaparecen o son reemplazadas
por la sed de fama, los egos hipertrofiados, la envidia, en fin, todo eso que
nos define a los poetas.
Intento
que no se vinculen más de lo necesario, porque entonces comienzo a pensar en
libros-objeto, objetos-poético-cerebrales, poemarios calidoscópico-electrónicos
y demás ideas audaces que sólo es capaz de llevar a buen término la imaginación
y el talento paquidérmicos de Willy McKey.
“Caracas”, tu última
obra, es un poema largo y repleto de giros coloquiales e imágenes que podrían
calificarse de crudas. En suma, es un texto que contrasta fuertemente con Detrás de los erizos. ¿Cómo se llevó a
cabo ese tránsito?
Más
que un tránsito fue un extravío, una pérdida total de la orientación. Después
de Detrás de los erizos escribí dos poemarios que terminé desechando por
muchas razones. Por un momento casi me sedujo nuevamente el ansia por publicar
mucho y rápido, pero recobré la cordura. Como se sabe, hoy es muy fácil
publicar en Venezuela. Cualquier escritor que tenga un par de contactos en el
medio literario puede editar su libro en una de las principales editoriales del
país. Yo sentía que era más importante hallar un tono y una estructura que me
permitieran trabajar en textos diametralmente opuestos a lo que ya había hecho.
Creo que cada poemario que uno escribe debería ser una completa reinvención de
la poética que ya agotamos en el anterior. Eso, por supuesto, ya me ha
condenado a dos libros malogrados, pero cada uno es un paso que he tenido que
dar para hallar esa nueva voz que busco y que, como las otras, será
provisional, pasajera y siempre inconclusa.
¿En qué estás trabajando ahora?
Luego de publicar “Caracas”
pasé más de un año sin terminar ningún texto. Hace un par de meses, cuando ya empezaba
a sentirme por fin a gusto en una nueva ciudad, comencé de nuevo a concluir
poemas. Como siempre el proceso es difícil porque se trata de hallar una nueva
voz y de reinventar mi forma de escribir
y de pensar la poesía. Ya son seis años desde Detrás de los erizos; es mucho lo que ha cambiado y mucho más lo
que ha ocurrido desde entonces. Recuerdo que lectura de Manuel Vilas y de Postpoesía de Agustín Fernández Mallo
contribuyó a que sintiera la necesidad de cambiar de rumbo una vez más. Además,
siento que a la poesía venezolana joven le falta riesgo, y por eso me parecen
tan necesarios los experimentos poéticos de Willy McKey, José Delpino y Eduardo
Febres, por ejemplo. Creo que Boris Izaguirre dio en el clavo cuando dijo en
los años ochenta que los venezolanos nunca podremos ser vanguardistas porque nos
importa demasiado ser bellos. Entiendo que los valores estéticos de la poesía
de nuestros “padres” aún significan y significarán un tremendo peso sobre
nuestros hombros, pero ya tenemos que comenzar a olvidarlos y pensar en nuestro
tiempo, en las crisis que nos unen, pero también en el futuro y sus infinitas
posibilidades. Si seguimos escribiendo como si nada de eso nos afectara estoy
seguro de que pasaremos a la historia (si alguna vez nuestra crítica comienza a
decir la verdad) como una generación aburguesada, dormida e impotente. Que
Salustio nos perdone.
Santiago Acosta. Ha publicado el poemario Detrás de los erizos (Ganador del V Concurso para Obras de Autores
Inéditos de Monte Ávila Editores, 2007) y la plaqueta Caracas (PLUP, Buenos Aires, 2010). En San Francisco, EE UU, fue
codirector de Canto: A Bilingual Review
of Latin American Civilization, Culture, and Literature. En Caracas fundó y
dirigió, junto a Willy McKey, la revista de poesía El Salmón (Premio Nacional del Libro, 2010). Reside en Nueva York
desde 2013, donde realiza estudios doctorales en Columbia University.