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viernes, 23 de noviembre de 2012

"Hay que intentar escribir como nadie lo ha hecho antes" - Entrevista a Santiago Acosta por Raquel Abend van Dalen


Tu libro Detrás de los erizos maneja un registro que tiene como presupuestos la contención, la brevedad e imágenes que son todo menos obvias. ¿Esto respondía a unas concepciones estéticas específicas o iban surgiendo de esta forma los textos?

Al menos la mitad de mi primer poemario fue el residuo decantado de textos que ya había escrito muchos años antes. Por eso es tan desigual en su lenguaje y en sus imágenes; porque se trata de un compendio, de un esfuerzo por dar unidad a lo que era puro desbordamiento. Poco a poco fui hallando métodos para lograr esa unidad y uno de ellos fue la búsqueda de cierto estilo denso y hermético. La lectura de poetas como Paul Celan, Luis Alberto Crespo y Alfredo Silva Estrada había cambiado por completo mi idea de lo que era el sentido en la poesía. Dejaron de gustarme los textos que podían entenderse en una o dos lecturas, con lo que quedaron desterrados de mis gustos la mayoría de los poetas que me habían impulsado a escribir en un primer momento: Oliverio Girondo, Gustavo Pereira, Roberto Juarroz o el Rafael Cadenas de los años setenta, por ejemplo. Sentía que el poema debía ser misterio y ambigüedad. Sobre todo, el poema debía estar hecho de una lengua densa, contraída, extraña. Para mí el sentido está muy claro en todos los poemas de mi libro, como estaba claro en los poemas de Celan y de Crespo. El sentido eran las imágenes, y ahí estaban, muy claras. Sólo el poder de la imagen conformaba para mí la única dirección posible del poema. Hoy, cuando releo el libro, pienso que los peores versos coinciden con aquellos momentos en que no logré del todo esa densidad en la expresión. Afortunadamente no acostumbro releerme.

Detrás de los erizos recibió el Premio Monte Ávila para Autores Inéditos. ¿De qué manera cambió este premio tu modo de concebir la labor poética?

Más que por optar al premio, envié mi poemario a Monte Ávila porque quería publicarlo. Siempre he sido un entusiasta de la colección “Las formas del fuego”, donde leí por primera vez a un grupo de poetas venezolanos de los años ochenta y noventa que aún me gustan: Alberto Barrera Tyszka, Laura Cracco, Manón Kübler, Arturo Gutiérrez Plaza y algunos otros. Ese fue mi primer paso en la lectura de poesía. Monte Ávila era para mí una referencia de capital importancia, por lo que me alegró mucho haberme convertido en parte de su catálogo. Pero pronto comencé a creer que me había apresurado en publicar mis poemas. Me tomó unos seis o siete años terminar ese libro, pero igual sentía que era un poemario adolescente, inmaduro. Luego creí que era buena esa especie de vergüenza que sentía cuando me releía, porque pensaba que me estaba dando a mí mismo una lección fundamental. Lo vergonzoso sería, más bien, estar orgulloso de los libros que uno publica. Lo mejor, como decía Bolaño, es olvidarse del libro apenas lo reciba el editor. Sin embargo, y aunque ya me siento lejos de todo lo que quise hacer con Detrás de los erizos, estoy seguro de que no hay nada falso en esos poemas; aún creo que son textos muy honestos y que todo lo que dije en ellos era cierto.

¿Los poemas vienen antes de la poética o la poética antes de los poemas?

Creo que el poema siempre tiene que estar antes, porque la poética es sobre todo una coherencia entre varios textos. La poética –si por ella se entiende, digamos, la especie de plan que uno tiene cuando escribe– siempre está formándose, deshaciéndose y contradiciéndose. No es estática; se consolida a medida que uno escribe, pero sobre todo a medida que uno lee. Cada poema es una foto de lo que pasa cuando esa poética está en un proceso de transformación que consiste de caminos posibles, retornos inesperados, atajos imprudentes y muchos fracasos. Lo principal no debería ser mantenerse fiel a una poética sino escribir, seguir escribiendo sin parar. Y leer mucho, sobre todo autores jóvenes, nuevos, vivos. A los viejos también hay que leerlos, pero querer escribir como ellos es como pretender vivir de comida descompuesta. Hay que intentar escribir como nadie lo ha hecho antes.

Eres muy conocido por tu labor editorial en la revista El Salmón, que incluso fue galardonada con el Premio Nacional del Libro en el rubro de revista cultural. ¿Qué nos puedes contar de ese proyecto? ¿Veremos nuevos números?

El Salmón fue una aventura que terminó justo a tiempo. Creo que las condiciones están dadas para que aparezcan revistas mucho mejores y más necesarias en Venezuela. Si algo probó nuestro proyecto es que la excusa de la falta de financiamiento ya no es tan válida. En Venezuela nunca habrá financiamiento para una revista independiente de poesía, y eso está bien, porque una revista independiente no debería estar financiada por ningún organismo público ni privado. El presupuesto anual de El Salmón era prácticamente nulo; se imprimía en excedentes de papel, en horas extra, y gracias al corazón santo de Javier Aizpúrua. Una publicación con un diseño menos pretencioso pudiera hacerse sin gastar ni un solo centavo. “La plata es lo de menos”, decía Willy cada vez que podía, y era verdad. Todo lo que hace falta es cooperación y compromiso. Los proyectos se frustran cuando esas dos cosas desaparecen o son reemplazadas por la sed de fama, los egos hipertrofiados, la envidia, en fin, todo eso que nos define a los poetas.

¿Cómo se vinculan en ti el trabajo editorial y el oficio poético?

Intento que no se vinculen más de lo necesario, porque entonces comienzo a pensar en libros-objeto, objetos-poético-cerebrales, poemarios calidoscópico-electrónicos y demás ideas audaces que sólo es capaz de llevar a buen término la imaginación y el talento paquidérmicos de Willy McKey.

“Caracas”, tu última obra, es un poema largo y repleto de giros coloquiales e imágenes que podrían calificarse de crudas. En suma, es un texto que contrasta fuertemente con Detrás de los erizos. ¿Cómo se llevó a cabo ese tránsito?

Más que un tránsito fue un extravío, una pérdida total de la orientación. Después de Detrás de los erizos escribí dos poemarios que terminé desechando por muchas razones. Por un momento casi me sedujo nuevamente el ansia por publicar mucho y rápido, pero recobré la cordura. Como se sabe, hoy es muy fácil publicar en Venezuela. Cualquier escritor que tenga un par de contactos en el medio literario puede editar su libro en una de las principales editoriales del país. Yo sentía que era más importante hallar un tono y una estructura que me permitieran trabajar en textos diametralmente opuestos a lo que ya había hecho. Creo que cada poemario que uno escribe debería ser una completa reinvención de la poética que ya agotamos en el anterior. Eso, por supuesto, ya me ha condenado a dos libros malogrados, pero cada uno es un paso que he tenido que dar para hallar esa nueva voz que busco y que, como las otras, será provisional, pasajera y siempre inconclusa.

¿En qué estás trabajando ahora?

Luego de publicar “Caracas” pasé más de un año sin terminar ningún texto. Hace un par de meses, cuando ya empezaba a sentirme por fin a gusto en una nueva ciudad, comencé de nuevo a concluir poemas. Como siempre el proceso es difícil porque se trata de hallar una nueva voz y de reinventar mi forma de escribir  y de pensar la poesía. Ya son seis años desde Detrás de los erizos; es mucho lo que ha cambiado y mucho más lo que ha ocurrido desde entonces. Recuerdo que lectura de Manuel Vilas y de Postpoesía de Agustín Fernández Mallo contribuyó a que sintiera la necesidad de cambiar de rumbo una vez más. Además, siento que a la poesía venezolana joven le falta riesgo, y por eso me parecen tan necesarios los experimentos poéticos de Willy McKey, José Delpino y Eduardo Febres, por ejemplo. Creo que Boris Izaguirre dio en el clavo cuando dijo en los años ochenta que los venezolanos nunca podremos ser vanguardistas porque nos importa demasiado ser bellos. Entiendo que los valores estéticos de la poesía de nuestros “padres” aún significan y significarán un tremendo peso sobre nuestros hombros, pero ya tenemos que comenzar a olvidarlos y pensar en nuestro tiempo, en las crisis que nos unen, pero también en el futuro y sus infinitas posibilidades. Si seguimos escribiendo como si nada de eso nos afectara estoy seguro de que pasaremos a la historia (si alguna vez nuestra crítica comienza a decir la verdad) como una generación aburguesada, dormida e impotente. Que Salustio nos perdone.


Santiago Acosta. Ha publicado el poemario Detrás de los erizos (Ganador del V Concurso para Obras de Autores Inéditos de Monte Ávila Editores, 2007) y la plaqueta Caracas (PLUP, Buenos Aires, 2010). En San Francisco, EE UU, fue codirector de Canto: A Bilingual Review of Latin American Civilization, Culture, and Literature. En Caracas fundó y dirigió, junto a Willy McKey, la revista de poesía El Salmón (Premio Nacional del Libro, 2010). Reside en Nueva York desde 2013, donde realiza estudios doctorales en Columbia University.

jueves, 15 de noviembre de 2012

"Hoy tenemos necesidad de reconciliarnos con el verdadero sentido del deseo" - Entrevista a Christian Díaz Yepes por Raquel Abend van Dalen


¿Cómo conjugas la labor del escritor con la vocación sacerdotal?
No hay dicotomía ni competencia entre ambos matices de mi persona. Soy servidor del Verbo de Dios que se ha hecho hombre. Por eso, todo lo que me permite vivirlo me hace realizarme más plenamente. Poetizo como sacerdote.

Creo que ambos oficios requieren una buena dosis de soledad y meditación, ¿cómo te enfrentas a esa doble exigencia?
Meditación y soledad que no puede ser aislamiento ni ruptura con los demás. ¡Todo lo contrario! El Verbo exige ante todo una escucha y luego atención para comunicarlo oportunamente. Mi labor como sacerdote me ayuda a estar a la escucha de la Palabra de Dios, de la historia y de cada persona en particular. Con mi poesía trato de prolongar y de cierta manera “interpretar” esta escucha a través de nuevas formas. Pero todo brota del Evangelio, que ciertamente viene a ser esa paleta donde artistas de todos los tiempos han mojado su pincel, como decía Chagall.

¿En qué sentido te sirves de la experiencia religiosa para la escritura poética?
En ningún sentido “me sirvo” de ella. Una persona no “se sirve” de su cuerpo para amar a otra ni “se sirve” de su mente para entender su vida, sino que “es” completamente persona cuando ama, cuando piensa, cuando se relaciona con otros, etc. La espiritualidad es la experiencia de unificar cada aspecto de la vida en un todo armónico que se proyecta hacia lo eterno. Por eso yo trato de vivir a plenitud el llamado espiritual que Dios me ha hecho y de allí brota todo: la predicación, un consejo a una persona, un servicio pastoral, etc. Todo esto lo vivo como experiencia poética que luego se expresa a través de palabras y formas concretas.

¿De qué manera la poesía alimenta tu vida como sacerdote?
La alimenta en cuanto manera de acercarme a la realidad: esa realidad que puedo ser yo mismo, esa realidad que me viene al encuentro en cada hermano y esa realidad más íntima y trascendente que es la experiencia de Dios. Luego esto se traduce en una relación muy concreta con la Palabra: continuamente me ayuda a moldear la forma de transmitir esperanza, de abrir hacia el horizonte más vasto que cada uno lleva en sí mismo y muchas veces desconoce. La Palabra me ayuda a acompañar a muchos en su peregrinación tras este horizonte.

He notado que trabajas el tema del deseo en tu poesía y esto es algo que llama la atención; especialmente en una sociedad en la que la palabra "deseo" está fuertemente inclinada hacia el ámbito de lo sexual. ¿Cómo lidias con este prejuicio?

No sólo con este prejuicio, sino con muchos otros. Porque ciertamente vivimos en una sociedad que critica los dogmas de fe, pero se mantiene aferrada a unos “dogmas” que sí son verdaderamente cerrados y excluyentes.
Para mí el deseo es una categoría poética recurrente porque busco conocer de qué se trata realmente el deseo. Esta palabra viene del latín “de-siderio”, que significa “movimiento hacia las estrellas”. El deseo es la experiencia que ha hecho el hombre de todos los tiempos cuando de frente al cielo se siente llamado a alcanzar esa inmensidad que le desborda, pero que reconoce como destino último. Con los pies en la tierra alza su mirada al cielo y se siente empujado hacia allá. Esto está muy presente en toda la tradición bíblica, cristiana y religiosa en general. Dios invitó a Abraham a mirar hacia el cielo para descubrir cómo sería su historia, los magos se encontraron con el Mesías recién nacido porque supieron interpretar los signos del cielo y finalmente el Apocalipsis nos habla de la ciudad santa que desciende del cielo, imagen de la humanidad glorificada. Los antiguos romanos llamaban a la bóveda celeste “templum”, de donde deriva el término “templo” y también “contemplar”. Ellos manejaban un instrumento con el mismo nombre para que les ayudase a orientarse en la tierra y en el mar. El que se pone conscientemente de frente a lo celestial aprende a orientarse sobre la tierra y a mantener una mirada que va siempre más allá. 
Por todo esto el deseo ha sido un tema tan recurrente en la biblia y en los místicos. Pensemos por ejemplo en los Salmos o en el Cantar de los Cantares, ambos libros habrán sido lectura asidua de Jesús y marcaron su forma de orar y de ver su propia historia y el mundo; pensemos en la experiencia espiritual y en las predicaciones de san Agustín, en la pasión evangélica de san Francisco de Asís, en el arte místico de santa Hildegarda de Bingen, en la poesía de san Juan de la Cruz y Teresa de Ávila, en Hopkins y en Merton, así como en el poeta Rumi y el sufismo en la tradición persa, en las Mil y una Noches y en la poesía árabe en general. Hoy tenemos necesidad de reconciliarnos con el verdadero sentido del deseo para dar respuesta a tantos intentos de alienación del ser humano, para volver a despertar nuestros anhelos más profundos y liberarnos de la esclavitud del materialismo y la manipulación.

Hay toda una tradición de poesía mística en occidente que se vale de imágenes y metáforas que también tienes en tu obra, ¿qué de esta herencia ha sido determinante para ti?, ¿qué no?, ¿en qué te distancias de ésta?
Sí, ciertamente me influencia mucho. Como te mencionaba antes, trato de beber conscientemente de esta tradición y de vivir y crear desde ella. Tres veces al día hago oración con los Salmos y esto me ayuda mucho a mantenerme en esta visión. En mi poesía hay temas recurrentes como el deseo, la tensión existencial, la búsqueda, el encuentro gozoso, así como la pérdida y la muerte. Manejo imágenes como la sed, el agua viva y vivificante, los hilos que se tensan, el cuerpo lacerado, lo sensorial… Todo esto entronca con esa tradición de la que hablamos.

¿Vives alguna forma de tensión entre lo corporal y lo espiritual al escribir poesía o, por el contrario, éstos se armonizan?
Cuando comprendemos que el Verbo se ha hecho carne, como dice el Evangelio, superamos cualquier tensión entre lo corporal y lo espiritual. Yo sé que esta dicotomía ha estado presente en distintas épocas y autores cristianos, pero eso se ha debido más a los esquemas culturales e ideológicos que al verdadero sentido del cristianismo. Hoy en día tomamos conciencia de esto con mucha lucidez, hasta el punto que en la misma Iglesia católica hablamos de la “teología del cuerpo”, la cual nos permite asumir esta dimensión de lo humano desde toda la profundidad de su misterio y vocación hacia la trascendencia.

¿Has pensado en escribir narrativa?
No lo he “pensado”, como tampoco pienso nunca en escribir poesía. Escribo para expresar una experiencia espiritual mía y de muchos que luego va adaptándose a la forma que mejor le ayude.

¿En qué estás trabajando ahora? ¿Tienes algún nuevo proyecto poético?
Me mantengo escribiendo temas de espiritualidad y crecimiento cristiano. En poesía tengo varias obras concluidas aún sin publicar y sigo trabajando en un poema de largo aliento que me pide mucho tiempo y dedicación. 


Christian Díaz Yepes (Caracas, 1980): Sacerdote y poeta, en 1996 recibió el Premio Nacional de Poesía Juvenil del Ateneo de Caracas, así como el de la Casa de la Poesía de Caracas. Su primer libro, “Las Ruedas” fue seleccionado en concurso y publicado por Monte Ávila Editores Latinoamericana en 1999. En 2004 la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello publicó su libro “Una Barca". Así mismo, ha publicado y recitado en  Italia, Suiza, España, Brasil y Siria. Varias muestras de sus obras han sido traducidas al Inglés, al Italiano y el Árabe. En 2010 recibió el Premio Trípode de literatura cristiana por el libro de espiritualidad “Beber de la fuente de la paz”, reeditado en Madrid por la Editorial Ciudad Nueva en 2014. También fue nominado en 2010 para recibir el Premio Mundial de Poesía Mística en la Ciudad del Vaticano. Hasta julio de 2012 ejerció su labor pastoral en la parroquia La Anunciación del Señor de La Boyera, Caracas, y la docencia en el Seminario Mayor Arquidiocesano de Caracas. Desde hace cinco años edita junto a su padre, el periodista Luis Díaz Fajardo, la revista de espiritualidad Palabra y Vida.  Actualmente vive en el Centro de Espiritualidad “Cor Unum”, de la “Mariápolis Castillo Exterior”, ciudadela del Movimiento de los Focolares en Madrid, España. También cursa el Doctorado en Teología Sistemática, en la Universidad San Dámaso.