En tu libro Los Comensales, publicado por Pre-Textos, escribes la
muerte desde varias perspectivas: diría que desde una perspectiva distanciada
en algunos casos y más íntima en otros. A veces la voz parece ser la de quien
observa un cuadro y otras la de un yo biográfico. ¿Qué me dices de esto?
Mi vinculación con la muerte, durante la
larga etapa de escritura del libro, produjo en mí varias afecciones. En un
principio no era consciente de cómo el libro o mi misma escritura se cohesionaban
según cómo se acercaban a los problemas que llamamos de la muerte –porque de
alguna manera me siento aún ridículo al hablar de la muerte, creo que me parece
una abstracción-. Sí sabía que sufría de ataques de pánico ante el hecho seguro
de mi propia muerte y sí supe que el libro se cerraría cuando murió una querida
profesora y amiga de la universidad, lo que asocié con la muerte de mi abuela.
Cuando lo terminé me encontraba mejor. Sin embargo me parece que el conjunto
refleja más una época anterior, la de los años de composición, en la que
gravitaba sobre mí. Los distintos grados o enfoques, que ves con acierto, creo,
suponen distintos momentos, en los que no era consciente de estar acercándome a
ningún tema. A posteriori, ya digo que fue una evidencia, de la que en cierto
modo me conseguí liberar.
En este poemario hay una fascinación por lo corporal y por la
materialidad de las cosas, como si quisieras limpiar de abstracción a las
palabras. ¿De dónde proviene este deseo y hacia dónde lleva a tu escritura?
En un punto particular decidí que nada
que no pudiera estar situado, que no viniera de una experiencia mía que
estuviera viviendo mientras la escribiera, merecía la pena. Quizás sienta una
cierta repugnancia ante la sensación de que algunas palabras, como la muerte o
el duelo, nos introducen en unos tópicos en los que dejamos de pensar o sentir
para entregarnos a unas construcciones que no captan nada. No hay la muerte,
uno muere. No sé. Ahora no pienso así, lo veo muy simplista. Pero sí sigo aborreciendo
un tipo de abstracción que me resulta cómoda y empobrecedora. No sé si por
venir de la filosofía, que fue mi carrera, o ya por mi carácter que tiende a la
abstracción y a hilar, intuyo la poesía como una escritura alejada de
conceptualización. Ojalá manejara los conceptos abstractos como los filósofos a
los que adoro, con una precisión lingüística finísima. No es así. En mi
escritura quisiera, al menos así fue en Los
comensales, partir de lo concreto, de lo sensorial. Dije partir pero no
creo que se parta ni se llegue, siempre –en cierto modo- se está en las
palabras, aunque lo olvidemos. Durante la escritura del libro sí me ganaba un
deseo de carnalidad, supongo que me apasiona la piel, el gusto, la comida, que
eso cala en lo que escribo.
Después de encontrar textos relacionados a la muerte, el lector
llega finalmente a unos poemas eróticos. ¿Es esto una manera que tiene la
arquitectura del libro de sugerir un vínculo entre el erotismo y la muerte,
como si fueran dos extremos de lo corporal?
No sé. Estuve siempre, de manera
infantil, bastante en contra de la asociación muerte erotismo, me enfadé mucho
hace un año y medio leyendo a Bataille. Me parecen tópicos sin relación con la
experiencia. No sé, en serio, no soy un especialista. En mi caso la estructura
venía de una ingenua narratividad, quería terminar en el amor, tras pasar por
la muerte de mis seres queridos. Quería que los últimos poemas reivindicaran la
importancia que entonces sentía que el amor detentaba, por encima de la muerte.
Cuando murió mi amiga, Isabel, de la que no me siento tan digno como para
llamarme su amigo, se impusieron algunas de sus actitudes ante el dolor.
Resultaba ridículo no disfrutar. Recientemente volví a vivir de cerca la muerte
de una persona muy cercana y siento que no sé nada de esto, desde luego no lo
acercaría al erotismo, me asquea ahora mismo si lo pienso. En lo que sí creo
que aciertas de lleno es en asociar la muerte y el amor por lo corporal. La
extrema finitud que siento, el sentirme desde mi cuerpo estará presente,
imagino, en la importancia que le di a lo físico del amor en esos poemas.
El título Los Comensales no es gratuito. ¿Me contarías cómo vives la
relación entre escritura, lectura, comida e ingesta?
El título llegó al final. Vino porque
relacionaba la comida y a los otros, porque pensaba que mi libro, tremendamente
egocéntrico, hablaba de los otros, de las otras personas que configuraban mi
vida, de mi pareja, que siempre está en mí de alguna manera, desde hace muchos
años, Ana. Así llegué a un término de la biología, el comensalismo, que
describe a los cangrejos ermitaños, entre otros animales, que se aprovechan de
otros seres sin dañarlos. Después los poemas que ya veía cercanos por distintos
motivos fueron incluidos según categorías biológicas, los de amor, claro,
simbiosis. Sí que creo que la comida era ya importante en ese libro, como lo ha
sido siempre en mí; la ingesta supongo que se relaciona con esa sensación de
que los otros, nuestra madre (la mía, de la que hablo en un poema de ingestión)
está en nosotros, no sé cómo nos constituye, no creo que sea sólo convivencia.
Nuestros abuelos, cada uno según su historia, en mi caso con una impronta
fundamental, son y somos en ellos de alguna forma. Sigo sin tener ni idea de
cómo somos permeables. Si acaso ni somos permeables y es algo más, si somos
parte de. Actualmente sigo muy pendiente de la comida en relación a la
escritura, asunto que también trabaja mi pareja, con quien como y disfruto de
la comida a diario. Sería algo muy importante de lo que trato de hacer ahora
–con poco éxito por ahora- escribir no de o sobre la comida o el comer, que
entren en mi escritura no sé bien cómo. Me parece que en cuanto a la lectura la
alimentación es crucial. Según te alimentas así te encuentras y con la lectura igual,
no tanto, que desde luego también, qué comes, sino cómo: te deleitas, lo
sientes, te pesa, te da energías. No sé.
Perteneces a una cultura con una larga y sólida tradición poética,
la de Andalucía. ¿Cómo ha influido en tu forma de leer y escribir?
No estoy seguro, desde luego la cuestión
de la tradición pesó. Pienso que demasiado. Me acobardé, considero ahora.
Especialmente en Sevilla, de donde soy, me parecía que nadie querría leer
poemas menos que muy claros. En el mejor sentido creo que hay una importancia de los sentidos, de lo concreto, un
sentido del ritmo que sin ser particular de Andalucía está en los poetas de mi
tierra que me siguen asombrando. Una atención al sonido. En ángulos diferentes,
en Cernuda no hay un gran oído, pero sí carnalidad; en Lorca, todo. Desde luego
se hace muy palpable la historia, desde Góngora pero ya antes; y es difícil no
disfrutar de esa riqueza. Creo que ser de Andalucía es más importante que ser
de su tradición poética, por más que odie el concepto de identidad. Es decir,
el habla, la forma de relacionarse, de quererse o de alegrarse y tantas otras
cosas que me conforman sin que lo sepa.
¿Qué piensas de la poesía española de tu generación?
Estoy muy poco familiarizado con lo que
se hace en España. No sé si se puede hablar de generación o si pertenezco a
una. Leí algunos libros de nombres que sonaban que me parecen muy interesantes,
como Alberto Santamaría, por ejemplo, pero no me siento cualificado para
hablar. Creo que se abrió inmensamente el panorama, que ahora es riquísimo,
todo puede suceder, hay mucha mierda, como siempre, también la había cuando
Quevedo, Lope y Góngora, pero al menos hay una apertura y una diversidad que
creo que siguen en crecimiento. Se presta muchísima atención a la poesía
internacional, todo el mundo sabe alguna o algunas lenguas, cosa que no es mi
caso que a duras penas me defiendo. Y no sé si se descuidó quizás el sonido.
Pero son generalizaciones por mi parte. Me parece que la poesía española ya no
es lo que se pensaba desde Hispanoamérica pero sigo creyendo que hay, aun
prestándole más atención, un cierto desconocimiento de lo que se hace en
América. Por otra parte normal si se piensa en lo difícil que es manejar un
panorama tan diverso.
Ufff, difícil. Desde luego puedo hablar
de algunos poetas que me encantan, que me siguen trastornando. Claudio
Rodríguez es con quien más tiempo pasé, estuve unos años estudiando o tratando
de estudiar su poesía porque me asombra, me parece un poeta increíble,
asombrosamente desconocido en América. Lorca me parece otra referencia
fundamental, pero no creo que tenga nada de él, ojalá. Sé a quién leí, pero veo
pretencioso forjarme una genealogía. Me siento cercano a las actitudes
maliciosas de Cernuda, a su incomodidad, al erotismo de Gil de Biedma. Pero
ahora me siento más próximo a otras apuestas. Repito nombres pero quisiera
sentirme cercano a Góngora, lo que más me preocupa ahora es conseguir un
lenguaje distinto, que capte mejor, que no se subordine.
¿Cómo te vinculas con otras artes: el cine, las artes plásticas, la
música?
Mi relación con otras artes es parecida
imagino a la de muchos, no sé bien cómo funciona en mi escritura. Sé, que a
pesar de que conozco magníficos poemas sobre cuadros o de otras artes, no me
gusta la idea escribir a partir de, y menos de una creación estética. Claro que
entiendo que entren en la escritura porque son parte de nuestra experiencia
como la bebida o, incluso, como otras personas, y entiendo que en algunos casos
supongan encuentros más intensos. Puede que en mi caso detonen, catalicen
nebulosas o sensaciones más concretas que se van acumulando.
¿Qué personaje literario te apasiona?
No creo en los personajes literarios. Sí
hay varias personas que desde mi desconocimiento me han estremecido por su
poesía y lo que en ella trasparece de su poesía: Celan y, más en lo personal,
Ted Hughes. En el caso de Celan, tan conocido, sigo sin entender casi nada,
pero su escritura me sacude y en el de Hughes su libro Cartas de cumpleaños me obsesionó durante bastante tiempo y empecé
a figurarme su escritura como una imagen de mi deseo, de cómo yo querría
escribir. Algo así me pasó también con Claudio Rodríguez, pero precisamente
porque me parece lo menos personaje, por su humanidad tan refractaria a lo
solemne –aunque su poesía tenga momentos sublimes-, él me influía más como
modelo humano de honestidad, sin conocerlo claro.
¿En qué estás trabajando ahora?
Ahora estoy trabajando en una escritura
totalmente diferente a la de Los
comensales. No es que me avergüence de ese libro, pero sí me sentí dolido
cuando al verlo entre mis manos y cerrar todo un largo ciclo de mi vida esos
poemas dejaron de ser posibilidades, dejé de cambiarlos y entendí cómo mi forma
de depurarlos había llevado a una cierta estricción, una sequedad. Y por otro
lado sentía y siento su lenguaje demasiado condicionado, creo que no me supe
independizar, hacer lo mío –si hay algo así. Por eso empecé a escribir en un
formato diferente, en A3 y a apostar por una poesía más abierta, en la que
pudieran aparecer –y de otra forma- lo que sentía que se quedó fuera. Es
complicado hablar sobre lo que uno hace justo ahora, me gustaría mostrarlo. De
momento creo que estoy lejos de lo que quiero, pero al menos durante el último
año, aquí en Nueva York, escribí algunos poemas en los que había un cambio. Me
interesa mucho más la sintaxis, la ampliación o llevar al límite nuestro
lenguaje. Hay una cuestión política que me obsesiona en torno a la resistencia,
a la participación en la lectura. Y quisiera que lo que hago mantuviera una
relación con experiencias que sólo se producen en, y desde, el lenguaje, pero
vinculadas a lo sensorial sin renunciar a nada. Este es uno de los poemas en
los que estoy trabajando ahora, aunque en el libro va con otros poemas en una
misma página en A3:
Hay en la
inquietud,
arrasará un
palomar hirviendo de palomas rojas
y en la extensa
un horizonte híbrido desquiciará las lagunas
en las lenguas
últimas, sólo el paladar,
sólo el íntimo,
el decir de las
últimas horas, el público disponer de palabras
en puntadas de
hilos desconocidos, tercos
filos nuevos en
oraciones
ante la
invasión del antes nos abren, abren
un tocar
distinto
y en el
excitado de su contacto,
yema de índice,
expuesto un miedo acucia,
intenta atrapar
una gota de
mercurio.
Entonces hubo
un hubo, todo magnetismo, toda gravedad
era fuerza
centrípeta hacia el pasado, arqueología
refinada,
cirugía constante, pesca de altura,
cuando el
cuándo se imantó al imantará
fue, y es, una
constante imprecisa, prescindible,
la nónada se
apagó, se abrieron los aranceles,
se canceló la
deuda,
un comercio no,
una escucha:
Cuesta tener perspectiva, disculpa, y
muchas gracias por tu atenta lectura.
Alberto Carpio (1983): Vengo de Sevilla, donde nací, estudié
filosofía y deambulé más de lo querido. Lugar, además, de donde se fueron casi
todos mis amigos. Ahora vivo con una gran persona en Brooklyn, con la que
disfruto de una comida rica y sana, lo que puede parecer un milagro en USA.
Tengo la inmensa suerte de vivir de una eximia pero suficiente beca que me
permite dedicarme dos años a escribir aquí, en Nueva York, ciudad que a pesar
de su horrible y asquerosa desigualdad me ha permitido conocer a muchas
personas hispanohablantes maravillosas y aprender de muchos españoles
diferentes. Pude publicar mi primer libro, Los comensales, en Pre-textos,
gracias a un premio, y ahora intento escribir algo muy distinto.